11/26/2006

Y lo invisible se hizo visible
Por Pedro Rodiz

El sábado pasado me dirigí hacia el Taller C para ver a La mujer invisible de Nancy Millán. Deseé ser el hombre invisible con su auto invisible para que ningún individuo, amante de lo ajeno, me llevara el carro. El espacio es acogedor. Tiene varias mesas con sus sillas, una barra, una plataforma o escenario, un área elevada que sirve de cabina de luces y sonido, un camerino y baños. En fin, un espacio íntimo. Llegaron hasta allá alrededor de unas cuarenta personas, suficientes para llenar el lugar. Sabía que el espectáculo tenía que ver con música y con unas intervenciones habladas, tipo “stand up comedy”, lo que no sabía era que me iba a cautivar el espectáculo.
Presentaron un vídeo, en el cual le preguntaron a niñas, algunas gorditas, que si se consideraban lindas. Acto seguido pasaron a preguntarles sobre el estereotipo de belleza. Las rubias ganaron. La propaganda, desgraciadamente, funciona.
Luego entró Nancy con su sequito de músicos y coristas. Vestía un traje negro con puntos blancos y unas botas. Una vez empieza el espectáculo no puedes dejar de verlo. En síntesis trata sobre la vida de esta mujer gorda y de todas las dificultades que pasa en una sociedad que venera lo esbelto, lo bulímico y lo raquítico. Curiosamente es eso lo que ella plantea que la hace ser invisible, que todos los ojos miran para otro lado. Me encantó el espectáculo. Parecía vivencial, como un exorcismo de complejos. No sigo resumiendo porque esto no es una reseña y mucho menos soy crítico de teatro, (¡Dios me libre!). Si quieren saber más deben ir a verla. Imperdonable perdérsela.
Me hizo pensar en lo valiente que es Nancy. Las vivencias de ella son las vivencias de muchos y de muchas. En fin, ella queda liberada al hablar de un tema que jamás imaginó que hablaría, y por otra parte, nosotros los espectadores quedamos fascinados por la crudeza de esta mujer invisible.
Reflexioné sobre lo interesante que son las vidas de los actores. No es que me alegre de sus crisis, sino que cuán alentador puede ser compartir experiencias propias dándole un giro artístico. Yo sabía que Nancy cantaba, pero no que compusiera canciones, ni mucho menos que tocara la guitarra eléctrica. Ver todos esos elementos en escena hizo de la noche una velada memorable.
Y ese tipo de espectáculo puede ser la respuesta a la crisis que atravesamos. Es un material nuevo, refrescante, atrevido, que te explota en la cara como una bomba de chicle.
Por último, Nancy se veía radiante en escena. Lo visible se hizo invisible, y lo que realmente importa, su talento, se hizo visible. ¡Que viva el teatro!

11/20/2006

Tiempos para reinventarnos
Por Pedro Rodiz

¿Cuánto público se necesita para hacer una función? ¿Con cuántas personas no se puede presentar? En una sala como la del Francisco Arriví, si van nueve personas, ¿se debe cancelar o se debe realizar?
El pasado viernes, en la presentación de Tu ternura Molotov, asistieron al teatro 10 personas. Recibí una llamada, ya que me encontraba en el Teatro Yerbabruja realizando una función de Complejo de Edipo, en la que me preguntaban si se cancelaba la obra. Tanto el personal técnico del teatro, como los de la producción se sentían incómodos ante el escaso público. ¿Qué debía hacer? ¿Cancelar la función? ¿Quién debe tomar la decisión: el artista o el productor?
Como productor tomaría en consideración que el teatro cuesta $500 la función, que hay que pagarle a los actores, técnicos y demás personal y que lo que se va a sacar en boletería no va a dar ni para pagar el estacionamiento de al lado. Como artista pensaría que las diez personas que asistieron, que sacaron de su tiempo para ver un espectáculo teatral, merecen el mismo respeto y dedicación que se le daría a tres mil. ¿Y si hubiesen asistido dos personas? Y si esas personas vinieran de lejos, con qué cara uno les explica que la función no se puede hacer ¿Es el público que asistió responsable por el que no apareció? Dominó el artista, la función se hizo.
¿Cómo se determina el éxito? ¿Por la cantidad de personas que asisten a una función? ¿O por la calidad del trabajo presentado?
Está más que claro prefiero las salas llenas a las salas vacías. Es una sensación extraordinaria, sentir a mucho público, disfrutar de la propuesta escénica.
Lo único que lamento de la función del viernes de Tu ternura Molotov es no haber estado ahí para darles ánimo a los actores. Yo tampoco tuve mucho público en Yerbabruja, ocho en total. Claro, en el espacio que estaba no se nota tanto como los diez gatos que estuvieron en el Francisco Arriví, que sí se pierden en el gran espacio de la sala.
Son tiempos difíciles. Yo pienso que si mi público es entre seis y diez personas pues hay que tratar de mantenerlos. No son muchos, pero son mi público. Lo importante es que salgan complacidos, que haya hecho felices a esas personas por el tiempo que duró la representación. Vincent Van Gogh murió pobre, enfermo y sólo. Pero sus obras son las más valoradas a nivel mundial.
La ruta es el camino del frente. Claro, tendré que hacer ajustes económicos, ya te hace un boquete en el bolsillo que no vaya casi nadie, pero me repondré. Son tiempos de reinventarse, no de esconder la cabeza en la tierra como el avestruz. Mientras hayan personas que me digan: "vamos pá' lante", pues voy hacia adelante. Si no se gana dinero, pues no se gana. ¿Qué hacer? ¿Dejar de hacer? No. Hay cosas que hay que hacer porque son un deber histórico.Si alguien me preguntara que por qué no regalé los boletos para llenar el teatro, yo le respondería que al precio que di la entrada, ya era un regalo. Nuestro trabajo cuesta, no es gratis. ¿Qué obra, en estos tiempos, cuesta diez dólares el boleto, incluyendo el “sales tax”? Ninguna. Nos tocó con la vorágine del IVU.
Por eso, aunque no gané dinero, tuve la satisfacción de montar la obra que quería, con los actores que quería, en el momento que quise. Y ese sentido de libertad, vale mucho. Ya se correrá la voz. Una de las ujieres, que son las personas que miden, obra tras obra, la calidad de las presentaciones, me dijo que Tu ternura Molotov era la mejor obra del Festival Internacional de Teatro. Y eso me llegó. Alguien supo apreciar el trabajo. Así que seguiré trabajando con entusiasmo. Hay que seguir mostrándoles a esos que sí vinieron, los talentos, los dones y las habilidades. Uno no sabe cuándo va a tocar a alguien. Lo terrible no es que vinieran pocos, sino los muchos que se perdieron de este gran trabajo.

11/14/2006

La Resistencia
De Pedro Rodiz

Me gusta estar cerca de personas que, contra todo pronóstico, siguen dando la batalla por el teatro. Se lanzan sin pensarlo, se amoldan a cualquier circunstancia, conocen los riesgos y los asumen con valentía, se resisten a rendirse. Una de esas personas de Deborah Hunt. Trata de mantener un espacio, el Teatro Yerbabruja, a toda costa. Es incansable, talentosa, con un bagaje cultural y artístico amplio, es generosa, luchadora, extremamente creativa y con una visión de mundo, que en la mayoría de las ocasiones, va más allá de nuestra comprensión. Ella se involucra en toda las facetas de proceso creativo. Da talleres para compartir un conocimiento que es vasto, de vanguardia, de envergadura. Conocimiento que ha adquirido por sus innumerables viajes por el mundo, desde que partió de su país natal: Nueva Zelanda.
Su acercamiento al teatro es desde el ritual. Da la impresión que la energía la recoge de la misma madre naturaleza. Se especialidad son las máscaras, las sombras chinescas, los títeres de guantes, en fin, toda esa tradición ancestral de la que, si no fuera por los vejigantes, nosotros hubiésemos olvidado.
El Teatro Yerbabruja está instalado en el cuarto piso de un edificio antiguo. Se llega a él por medio de un estrechísimo ascensor o por las escaleras. Una vez dentro descubres el espacio íntimo. Cuenta con unas gradas, que fueron la herencia del Teatro Julia de Burgos de la Universidad de Puerto Rico. Allí se va a presentar la obra Complejo de Edipo, desde miércoles hasta el sábado, y que está inspirada en la obra griega Edipo Rey de Sófocles. Es interesante porque la obra marca o cierra un ciclo de mi vida. Y tener que hacerlo en un lugar donde lo más importante son los ciclos de la existencia, es inspirador. Hoy ensayé en el espacio y sentí que había actuado en él toda la vida. Me encanta ese teatro.
Poco a poco, la incomprensión gubernamental ante estos espacios alternativos, va erosionando la voluntad, de estos seres que son casi mitológicos por las hazañas que realizan. Yerbabruja es el teatro de los teatristas universitarios que tratan de abrirse paso por el difícil arte de la representación. Y ese espacio habrá que protegerlo.
Cuando me paro al lado de Deborah Hunt, me siento pequeño, que sé muy poco, que debería viajar y ver mundo, que es necesario ampliar mis conocimientos en el teatro, que aún hay mucho por descubrir. Pero a la vez me llena de una energía tan esperanzadora que me inspira a crear nuevos proyectos y que cada vez sean más osados.

11/13/2006

Salas vacías
De Pedro Rodiz

El sábado pasado fui a ver la obra Aeroplanos en el Teatro Coribantes. En sala habíamos como treinta personas. He escuchado, aunque no me consta, que otras producciones han corrido igual suerte. ¿Por qué la gente no va al teatro? ¿Las propuestas no son atractivas? ¿Demasiada oferta para la poca demanda? ¿Precios altos? ¿Promoción ineficiente? ¿Poco presupuesto? ¿A dónde se ha ido nuestro público?
Si esto sigue así, ¿quién va a querer producir teatro? ¿Quién les dará empleo a nuestros actores, directores, dramaturgos y demás personal del teatro? Ya no se trata de la autogestión, es decir, que los propios artistas creen sus propios empleos. Porque aunque lo hagan, es escaso el público que asiste a las salas. ¿Qué hacer? ¿Cambiar de salas? ¿Irse a espacios más pequeños? ¿Hacer monólogos o “Stand up Comedy” en las que se apague una vela? ¿Cargarle las maletas a Los Rayos Gama? ¿Solicitarle ayuda al Programa de Asistencia Nutricional?
Esta situación es insostenible, por no decir patética. Prácticamente los proyectos se sostienen por la ayuda que brinda el Instituto de Cultura Puertorriqueña con sus consabidos festivales, por Apoyo a las Artes –los que logran entender y llenan la propuesta correctamente, por Donativos legislativos – los que logran descubrir en dónde se solicita, y en algunas y raras ocasiones por el Departamento del Trabajo – los que logran encontrar la fecha de cierre para la solicitud, y por Productora Nacional – aquellos que fueron elegidos hasta la eternidad.
Me aterra el pensar qué sucederá cuando se implante el IVU, en el que innegablemente se estafará a todo el País, y en que la gente estará más preocupada en cómo cuadrará el mes, que a cual obra asistirá en el fin de semana.
El panorama luce desolador. Si alguien tiene alguna idea de cómo enfrentar este embate, pues éste es el foro para hablar.
Por lo pronto, alternativas como Coopar, la cooperativa de los trabajadores del teatro, cine, radio y televisión, se muestra como la resistencia más lógica. Unidos podremos mantenernos, separados sucumbiremos. Y fíjense que hablo de resistencia, casi rozando la subsistencia. Esos tiempos en que los actores y las actrices vivían del teatro suenan más a mitología griega que a otra cosa.
Si para los ya establecidos es difícil mantenerse, imagínense a los nuevos talentos, a los recién graduados. ¿Qué harán? ¿Tendrán ellos la respuesta?
El tiempo, que en este momento se presenta como un reloj de arena, dirá. Lo curioso es que conciertos como el de Shakira, en el que el boleto está por encima de los cien dólares y que se presentará en el Choliseo, está casi vendido en su totalidad.
¿Será que tendremos que ponernos una peluca rubia, poner fañosa la voz y cantar como las guineas?

11/04/2006

Complejo de Edipo
De Pedro Rodiz

El teatro se convierte en un salón de clases. Es una obra interactiva ya que el público participa como si estuvieran en un aula.
Un profesor de humanidades vive obsesionado con la obra Edipo Rey de Sófocles. Varios sucesos le hacen sospechar que la historia de Edipo se repite en nuestros tiempos y que su vida tiene alguna relación con el mito. Decide arrancarse los ojos delante de sus estudiantes para probar que está en lo correcto. ¿Somos realmente libres? ¿Existe el destino? Son parte de las reflexiones que realiza el profesor. A través de la obra, el personaje principal busca la explicación de todos los planteamientos existenciales que se ha hecho la humanidad a través de los tiempos.
Es una nueva lectura al antiquísimo mito. Esta obra les encantará a todas las personas que viven fascinadas con el teatro griego. Es una comedia de un humor fino. Se presentará del 15 al 18 de noviembre de 2006, o sea de miércoles a sábado, en el Teatro Yerbabruja. Las funciones comenzarán a las 8:30 p.m. y el boleto será a $8, y por supuesto, ya está incluido el maldito “Sales Tax”.
Originalmente la iba a actuar Israel Lugo, pero por compromisos previos tuvo que declinar. No me quedó más opción que hacerla yo. Lo conversé con un amigo y él me hizo ver que por qué no, si al fin y al cabo yo la había escrito para mí. De hecho, muchas de las reflexiones del personaje son mis propios cuestionamientos existenciales.
El tema, la tragedia del incesto, no acaba. A cada rato publican historias trágicas y lamentables de esta situación. Y lo peor de todo es que se trata de niños y de niñas que apenas están empezando a vivir y que algún adulto inescrupuloso se aprovecha su confianza y de su inocencia para hacer daño. El asunto es más serio de lo que parece. Así que el mito griego, el que fue predicho por el Oráculo de Delfos, no deja de manifestarse en nuestro País. A veces pienso que sería mejor no tener ojos para no ver el horror de esta conducta.

11/03/2006

Homenaje al maestro
Por Pedro Rodiz

En la obra La fiesta del chivo, que no es la misma que el Festival del chillo, aunque las dos tengan que ver con el sexo y poder, aparece un actor que respeto.
A ese actor no lo utilizan como gancho para atraer público a las salas, no le harán reportajes sobre lo que está haciendo o sobre sus planes futuros. Para la prensa, no es material noticioso.
Lo conocí en el 1986. Yo cursaba el tercer año de la escuela superior José Campeche de San Lorenzo. Él era el maestro de teatro. Yo no podía estar en la clase de teatro porque estaba en el programa comercial, preparándome para ser Oficinista de Contabilidad. Para ese tiempo, él también era el maestro de teatro en lo que se conocía como el Centro Cultural de Caguas. Mi hermano, que también estaba en el programa comercial y que estaba en el teatro desde la escuela intermedia, y créanme era muy bueno, tomaba los cursos de teatro en ese otro municipio.
Yo nunca había participado de ninguna obra de teatro porque era muy tímido. Un día, mi hermano me invitó a que me matriculara en el curso y así lo hice. El maestro estaba montando una obra de su autoría: Caminos de redención. Trataba sobre un suceso cercano a la vida de Jesús. Quería presentarla para la Semana Santa. Por alguna razón, que sólo él conoce, también la estaba montando en San Lorenzo. Un día, se hartó de las constantes ausencias del elenco de Caguas y canceló la obra. Así que me quedé con las ganas de actuar.
La naturaleza tiene formas extrañas de encaminarte hacia la misión que se tiene que realizar en la vida. Días después, da la mala –o buena- pata que el muchacho que iba interpretar el personaje que yo hacía en Caguas, se rajó. Y el maestro me llamó para que lo sustituyera. Para un muchacho tímido, con baja estima, esto representaba lo máximo. Claro que acepté. Era pachoso pero responsable. Me metí en problemas con la maestra de mecanografía. En ese tiempo, lo máximo era escribir en maquinillas eléctricas y nosotros escribíamos en una manual rompe dedos. Había que realizar unos trabajos de oficina, y era uno por día. Faltar una vez representaba un atraso brutal. La maestra, aunque no estaba a favor, me dio la oportunidad de realizar la obra. Y así fue que actué en mi primera obra de teatro.
Demás está decirles que era bien flojo. Pero eso no me detuvo. Fue tanta la emoción, que no hubo marcha atrás. Mi hermano se graduó ese año y se retiró de las tablas. Se fue a estudiar computadoras, que para ese momento era que estaba empezando a coger auge. Cuando me gradué de la escuela superior, decidí estudiar teatro. Mi hermano, como es natural, trató de disuadirme, que cometería un error, que me iba a morir de hambre, que siguiera en contabilidad que en eso era bueno, etc. No le hice caso.
Ese maestro que me inspiró, que creyó en mí, que me dio le primera oportunidad es Carlos Ruiz. Muchos años después, cuando se retiró de la José Campeche me llamó para ofrecerme la plaza. Los que han dado clase en un lugar por mucho tiempo se vuelven celosos a la hora de encontrar un sucesor. No pude aceptar, no porque no considerara que era una buena plaza, al contrario, era la oportunidad de devolverle a mi Alma Máter lo que había aprendido. Pero no fue posible. Ya había firmado contrato en otro lugar. Es una pena, yo sé que a él le hubiese encantado continuara lo que empezó.
Carlos Ruiz ha pasado por situaciones personales bien duras, pero cada vez que lo veo siento una alegría inmensa y un agradecimiento infinito por haberme dado la oportunidad de haber encontrado mi vocación. Una vez lo dirigí en una obra, en una versión teatral de La Charca de Manuel Zeno Gandía. Ya no era aquél muchacho tímido y torpe, sino un director en desarrollo. Y poder dirigirlo fue realmente un privilegio. Fue como cerrar un ciclo.
Así que maestro, para ti, un aplauso de pie en este estreno. Que después de tanto tiempo en el teatro, aún te mantienes activo en las tablas. Deseo seguir viéndote más a menudo en ellas.


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