La dramaturgia como granada
“El trabajo no acaba. Hay que seguir.
Nuestras voces se tienen que escuchar
porque nos han callado por demasiado tiempo...
Ahora más que nunca, por esa pared que
van a construir, vamos a contar nuestras
historias”
-Paola Lázaro
Llegué a la dramaturgia con urgencia
motelera y se convirtió en una relación de más de veinte años: estable y con
hijos. La carrera como director escénico inició paralelamente a la de la dramaturgia.
Claro, en esos inicios la dirección escénica era más seductora y fascinante que
la escritura. Y fue bueno que así ocurriera porque me dio un lenguaje, un
estilo, una perspectiva, una estructura, una intuición y una técnica que ahora
me resultan pragmáticas. Aprendí de entrada lo que funcionaba sobre el
escenario. Y eso es sumamente valioso porque se entiende el oficio desde
adentro. Lo estresante fue el desfase que se creó porque no lograba plasmar o
armonizar en mis escritos lo que podía realizar como director. Algo no cuajaba
en la mecánica de transferir lo ingenioso de los montajes al texto. Tomó
tiempo. Una colega me preguntó recientemente que porqué escribía muchas obras
de dos personajes y yo le respondí: “porque esas las puedo producir y pagar”.
Sí, las posibilidades de montaje condicionan y modifican la creatividad.
Con los años, los gustos cambian. Y los
estilos también. De pronto escribir fue más satisfactorio que dirigir. Sin
proponérmelo, brinqué de una acera a la otra, al punto que ya no es de mi
interés montar textos de otra gente. Se convirtió en un maridaje donde se
copula todo en una misma causa, una misma lucha, un mismo propósito.
Escribo desde la alegría o desde la indignación, jamás
desde la tristeza. Disfruto mucho esta etapa en la que me obsesiona escribir
obras trasgresoras. Es decir, parto de una premisa de apariencia inofensiva. El
público que asiste a la puesta en escena una vez inicia todo acepta la
propuesta porque no se siente aludido, y
en un abrir y cerrar de ojos, hay un giro en la trama que quedan atrapados, cuestionándose lo que antes no se cuestionaban;
una vez concluida la pieza no logran definir si les gustó o no. Las obras
no están diseñadas para que les guste, sino para que piensen. Y eso me encanta.
Me gusta sacar a la gente de su zona de comodidad.
Cada obra tiene su propio afán. Pero lo
que es importante es que tienen que provocarme alguna reflexión filosófica sobre la vida misma. Si la obra no me causa
ninguna elucubración, es muy probable que pierda el interés en ella y no la
culmine. Me entusiasma mucho el proceso
de escritura y en ocasiones lo disfruto más que el resultado.
Con el paso del tiempo uno se vuelve más
atrevido en cuanto al estilo de obras
concebidas. Quizás porque uno pierde el miedo de decir lo que haya que
decir sin remordimientos estériles sobre lo que la gente piense de la propuesta
estética y se comienza darle más valor a la integridad en la trama por encima
de cualquier otra consideración. Aunque eso implique marginación a mi trabajo como efectivamente ha ocurrido.
No es sencillo seguir una línea de escritura cuando el teatro oficialista va
hacia la dirección opuesta.
Nunca estoy satisfecho. Soy insaciable en
la búsqueda. Siempre hay espacio para mejorar. A falta de lectores que me
comenten los textos, los voy puliendo mientras ensayo. Esto puede resultar
incómodo para algunos, pero fluyo de forma orgánica porque el proceso de
creación es uno dinámico y cambiante.
Confieso que me hubiese encantado haber
estrenado más obras; tengo varias
inéditas, y también que las estrenadas
hubiesen tenido mayor difusión, no por vanidad sino para se
probara el texto con públicos más diversos. No está entre mis habilidades
el saber mercadear mis proyectos correctamente. Sigo escribiendo, sigo estrenando
con cierta regularidad, aunque no con la regularidad que desearía.
Algo curioso es que no pienso en personajes
al momento de construir un texto. Pienso en situaciones, y las situaciones
eligen los personajes. Usualmente, visualizo esa situación en Puerto Rico. No
por razones nacionalistas sino más bien por darle un contexto que me sea
cercano. Y ahí le aplico el: “qué pasaría sí…”
Esto es medular. Sin esa premisa, no habría conflicto; a los personajes
no les pasaría nada interesante. ¿Qué pasaría si un profesor de humanidades se
arrancara los ojos delante de sus estudiantes? Ahí surgió Complejo de Edipo. ¿Qué pasaría sí un periodista de farándula
comprara un chicle masticado de una
cantante famosa? Ahí surgió El chicle de
Britney Spears. ¿Qué pasaría si un carterista le robara a una mesera que
quiere estudiar arte en Francia? Ahí surgió Cualquier
martes ceno en Paris. ¿Qué pasaría si el fotógrafo Spencer Tunick viniera a
Puerto Rico retratar a gente desnuda? Ahí surgió La circuncisión. ¿Qué pasaría si Cristo se encontrara con el diablo
en el desierto y en vez de tentarlo le hablara de arquitectura? Ahí surgió Deus ex machina. ¿Qué pasaría si un tipo
llega a un santuario de perros porque está buscando una pitbull para hacer un
prostíbulo? De ahí surgió El arcángel de
los perros que se presentará próximamente en esta muestra. (6 al 9 de
julio)
Antes me preocupaba por saber cómo terminaba la trama antes de iniciar el proceso de escritura. Ya no. Ahora empiezo a escribir con ese pie forzado que acabo de mencionar y dejo que le trama me lleve, que me sorprenda y poco a poco los personajes me van revelando el desenlace. Por supuesto, luego hay que reescribir, pero eso es parte de la diversión.
Antes me preocupaba por saber cómo terminaba la trama antes de iniciar el proceso de escritura. Ya no. Ahora empiezo a escribir con ese pie forzado que acabo de mencionar y dejo que le trama me lleve, que me sorprenda y poco a poco los personajes me van revelando el desenlace. Por supuesto, luego hay que reescribir, pero eso es parte de la diversión.
El ser papá me ha dado unas
oportunidades de crecimiento y de exploración humana que encuentro fascinantes
y ha influenciado de manera positiva en la forma en que hago arte. Ahora, en la
medida de lo posible, incluyo alguna escena de niño. Eso me da una perspectiva nueva
que antes era impensable. Un niño en escena provoca reflexiones desconcertantes,
alucinantes y atrevidas.
Si pudiera definir mi dramaturgia de
manera objetiva, diría que se ha vuelto oscura, arriesgada, inusual,
desconcertante y sorpresiva. Me deleito armando ideas complejas y volátiles
como pólvora hasta convertirlas en
granadas. Todo lo canónico lo he mandado al carajo. Ya nada es sagrado, todo es
motivo enjuiciamiento y hasta de burla. Ni quiera mi madre se salva.
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