El tajo
Monólogo
De: Pedro Rodiz
“Bienaventurados los enfermos, porque
ellos heredarán el control del televisor.”
Edgar:
Y el doctor me dijo: “Esa
bola te creció”. “¿Cómo que me creció?”, le dije incrédulo. “Sí, te creció como
dos centímetros.” “¿En una semana?” “Sí, y que está roja.” “¿Roja?” “Sí, ¿tú no
te la tocaste?” “No, yo no juego con esa bolita. ¿Me la va a quitar, verdad?” “Claro,
pero estoy pensando cómo.” Yo me le quedé callado , parece que era más grave
que lo que yo pensaba, así que le dije, como para como restarle importancia a
su comentario: “Pero usted debe estar acostumbrado a sacar bolitas, yo debo ser
un caso nomal, de todos los días para usted.” “No, eres especial.” Y ahí me
salió el primer ‘ay’ de la noche, pero lo dije bajito, como para dentro, porque
empecé a preocuparme. “¿Cómo que especial?” “Me refiero a ti, que eres
especial, que eres simpático.” “Ah” “No vienen muchos como tú.” No sé si lo
dijo para calmarme, pero me tranquilicé. Así que le cambié el tema en lo que él
me apretaba la bola. “ ¿Está seguro que yo voy a poder guiar para mi casa, que no
tengo que llamar a nadie?” “Vas a poder guiar.” Bueno, si podré guiar, pensé,
pues aquello sería algo bien sencillo, algo así como una liposucción en
miniatura, me pondría un poco de anestecia local, me abriría un rotito, metería
un “vacuum cleaner”, succionaría, me pondría unos puntos mariposa, regresaría a
casa y al otro día al trabajo. Entonces
cogió la inyección y le dijo a la enfermera: “Todo el día me has estado dando
las agujas pequeñas, pero para esto necesito la grande.” Ahí salió mi segundo ‘ay’
de la noche y todavía no me había puyado. “Creo que voy a tener que llegar
hasta la costilla.” “¿Cómo que hasta la costilla?” “Sí, porque no casi no
tienes grasa ahí.” Procedió a afeitarme el área, yo no me la había afeitado
porque yo no llego allá y metió el primer puyazo. “Ay” dije aguantado,
haciéndome el machito, y metió el segundo puyazo, “ay”, y el tercero, “ay”… ya
no sentí más nada. Cuando sacó esa bola, no lo podía creer, jurao que era del
tamaño de una peseta. Parecía un pedazo de cuero de lechón antes de echarse a
freir. “Ahora la voy a abrir, si lo que tiene por dentro es blanco es benigno,
si es de otro color, hay que preocuparse. “Qué sea blanco, que sea blanco, que
sea blanco.” Y efectivamente fue blanco. Me volvió el color al cuerpo. “Como
quiera lo voy a enviar al laboratorio para que ellos corroboren lo que te estoy
diciendo.” Y procedió a cerrarme. Dieciocho puntos, diez por dentro y ocho por
fuera, no te miento. Y me puso el vendaje. Yo pensé que me iba a dar la
pastillita de la felicidad y que esa noche iba a vagar por las constalaciones
como si fuera el cometa Halley. Pero no, tendría que pasar el valle de lágrimas
con Tylenol. “Tómate dos cada cuatro horas.” “Doctor, ¿está seguro que eso es
suficiente, no tiene algo más fuertecito?.” “Vas a estar bien, ven mañana para cambiarte el
vendaje.” “Me imagino que tendré que dormir boca abajo, ¿verdad?” “No, debes
dormir boca arriba para que le hagas presión a la herida.” “Menos mal doctor,
yo no duermo boca abajo desde que era adolescente.” “¿Desde que te enamorate, verdad?” “Exacto.”
Me salió con ese chistecito el doctor, pero era verdad, desde entonces no se
vuelve a dormir boca abajo. “Espera en recepción, yo voy a estar aquí como
quince minutos más, y antes de irte te chequeo a ver si todo va bien.” Me dio
las Tylenol. Y allí me paré contra la pared de recepción a esa hora, que eran como las ocho de la noche. La que
limpia el piso se fue, hubo un silencio y yo parado allí como un mama’o. Lo llamé a ver sino me había dejado, pero
allí estaba, miró, no había sangrado y así salí yo con aquel chichón de gasas y
esparadrapos en la espalda que te juro que me sentí como el jorobado de Notre
Dame. Y así, con mucho cuidado
guié hasta mi casa para iniciar la recuperación.
Enfermarse teniendo uno
pareja es vivir en el paraíso, porque uno actúa que se siente peor y que le
duele más de lo que realmente le duele y siente. No saben donde ponerte, te ayudan a
desvestirte, a bañarte, a acostarte, a pararte; te cocinan, te añonan y te dan
el control de televisor. En fin, te sirven a cuerpo de rey. Pero si vives solo como
yo, es todo una pejiguera. Y parece que tuve que pagar la penitencia por la
renuncia del papa Benedicto Armani. Eso, la herida, no el papa, me dolía acostado, me dolía sentado, me
dolía acostado. Y claro, jamás me explicaron como era que me tenía que acostar,
porque yo no quería que se me abrieran los puntos, si era de lado me dolía, si
me tiraba flat hacia atrás me dolía, fue dificil. Y si dificil es acostarse,
peor es tratar de levantarse. Hay que orar y rodar. Menos mal que no me dieron ganas de
ir al baño, porque no tengo idea de cómo era que iba a limpiarme. Para
colmo me inició un catarro. Eso sí que es mala suerte, de todos los días del año, tenía
que darme con toser esa noche. Me trincaba un poquito y tosía suavecito. Además, uno
no sabe cuánto uno se levanta y se acuesta en una noche hasta que te estirpan
un quiste. Nadie me llamó, ni me textearon. Esa noche me sentí vulnerable,
inútil y muy solo. Me hubiera podido
morir allí mismo y la gente me hubiese encontrado por la peste. El dolor fue tanto, que me puse a pensar que
ya era tiempo que me buscara una pareja. O mejor aún, buscarme a una
indocumentada y casarme con ella para que a cambio de la cuidadanía americana
me fuera a cuidar, a bañar y a cocinar cada vez que me enfermara. Digo, sería un
trato justo. También pensé en salir a buscar una
puta que me cuidara esa noche: “Mira yo te pago la tarifa completa, pero yo no
quiero intercambio de fluidos, yo lo que quiero que seas mi enfermerita
personal, que cuides toda la noche y me digas, papito lo que tú quieras, pero
nada de nalgadas.” Y a mitad de la noche no pude evitar pensar en mi madre. Aquella vez me
indicaron que había muerto de un ataque al corazón, pero yo estoy seguro que
ella se murió de soledad.
Por la mañana me hice
desayuno como pude. ¿Tú tienes idea de lo dificil que es pelar un huevo con ese
dolor en la espalda alta? Tenía todo el hombro tumbado, porque no me atrevía a
moverlo y un dolor en el pecho por no poderme cagar en la madre de nadie. Y al medio día fue peor porque me dio con
prepararme un arroz con salchichas, tú sabes que eso es bien fácil de hacer y ¿puedes
creerme que soy tan morón que yo tenía puesto el pote de sofrito del Chef
Piñeiro en la parte más baja de la nevera? ¿Y qué me dices de picar una cebolla?
Pero aún así me quedó bien bueno, además
de que estaba bien esmaya’o. Aún está la trastera allí. Como a las dos de la
tarde volví donde el doctor, rogando que no se hubieran abierto los puntos. Me sacó el esparadrapo de un tirón
que sentí que me había hecho un “brazillian wax” en la espalda. “Mira, no tiene
sangrado.” Lo de mira era figurativo porque yo no puedo verme la espalda como
antes. Eso lo creí por fe. “¿Y cuándo es que se me va a quitar el dolor?” le
dije a ver si se compadecía y me daba algo más fuerte. “Sigue tomándote las Tylenol
cada cuatro horas.” La enfermera que me escuchó nuevamente con mi “ay” me dijo:
“Tú lo que eres es un ‘Drama Queen’.” “Drama Queen no, yo lo que soy un es
changuito, a mí lo que me gusta es que
me añonen.” Y claro, para que ella viera que no soy un pendejo de la vida, saqué
pecho y pasé a contarle las salidas que tuve con Chachi, ¿te acuerdas de ella,
verdad?. “Una vez yo salí con una ‘Drama Queen’, es violisnista y muy buena, y
esa sí que era bien fuerte, intensa, ufff, brillante, pero esa creía que el
mundo giraba en torno a ella. Para todo era un show, por todo me peleaba y si
las cosas no se hacía como ella quería, no se hacía nada. Hasta me dejó por un
mensaje de texto, hay que tener bolas para dejar a uno por texto. No pude. Pero
yo, al lado de ella, soy muy manejable, sabes.” Se lo dije así, meloso, tú
sabes como soy. Claro, no impresioné a
la enfermera. Ella parece que está acostumbrada a que le vengan con esos cuentos
mongos ya que rápido me cambió el tema.
Me fui para mi casa con el
dolor del espalda y mi ego de conquistador herido. Pero tenía que bañarme, no
aguantaba más. Pero no quería mojarme los vendajes. ¿Y adivina a quién llamé?
Sí, a esa misma, a mi ex. Y ella, a regañadientes, vino. Digo, no le quedaba
otra, rápido le saqué en cara todos los favores que le había hecho, que era
tiempo que me hiciera uno a mí, que estaba convaleciendo, que si me moría iba a
ser culpa de ella. No, no me bañó, me
puso un plastiquito en la espalda y con mucho cuidado me bañé solito. Me metí
dos pepas y esa noche por fin pude dormir. Y cuando me levanté al otro día, ya
no tenía dolor. Qué rico se siente no sentir nada.
Ahora, ya no tengo los
vendajes y con un Q-Tips me paso la cremita dos veces por día a la espera de
curarme para que el doctor me quite los puntos. Pero de esta experiencia he aprendido un
montón. Esto de que me hicieran esta cirugía me ha servido de metáfora para la
vida, que todo lo que está demás hay que estirparlo de cuajo. Así que para eso
te cité aquí, porque esto me dio el valor de decirte lo que te tengo que decir:
que soy una nueva persona. Llevo tiempo perdonándote y de dejándote pasar tus
mierdas. Pero el que decidieras desaparecerte –tú, la persona de quien más esperaba que
estuviera más cerca- en el momento que más te necesité, es algo que no te
pienso perdonar. Cuando creo que soy fuerte, que soy un gigante, vienes y me
derrumbas. Porque me minimizas, porque me haces sentir que no valgo nada, que soy
menos, que no puedo solo, que no soy suficiente. Tú eres como un quiste, que tú lo único que
haces es crecer y crecer como una bola de pus.
Así que te vaya bonito por la
vida y no me busques más. No, no, no, no quiero oir más excusas. Resuelve con
las Tylenol.
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