02/16/2013

El tajo

Monólogo
De: Pedro Rodiz

Bienaventurados los enfermos, porque ellos heredarán  el control del televisor.”

Edgar:

Y el doctor me dijo: “Esa bola te creció”. “¿Cómo que me creció?”, le dije incrédulo. “Sí, te creció como dos centímetros.” “¿En una semana?” “Sí, y que está roja.” “¿Roja?” “Sí, ¿tú no te la tocaste?” “No, yo no juego con esa bolita. ¿Me la va a quitar, verdad?” “Claro, pero estoy pensando cómo.” Yo me le quedé callado , parece que era más grave que lo que yo pensaba, así que le dije, como para como restarle importancia a su comentario: “Pero usted debe estar acostumbrado a sacar bolitas, yo debo ser un caso nomal, de todos los días para usted.” “No, eres especial.” Y ahí me salió el primer ‘ay’ de la noche, pero lo dije bajito, como para dentro, porque empecé a preocuparme. “¿Cómo que especial?” “Me refiero a ti, que eres especial, que eres simpático.” “Ah” “No vienen muchos como tú.” No sé si lo dijo para calmarme, pero me tranquilicé. Así que le cambié el tema en lo que él me apretaba la bola. “ ¿Está seguro que yo voy a poder guiar para mi casa, que no tengo que llamar a nadie?” “Vas a poder guiar.” Bueno, si podré guiar, pensé, pues aquello sería algo bien sencillo, algo así como una liposucción en miniatura, me pondría un poco de anestecia local, me abriría un rotito, metería un “vacuum cleaner”, succionaría, me pondría unos puntos mariposa, regresaría a casa y al otro día al trabajo.  Entonces cogió la inyección y le dijo a la enfermera: “Todo el día me has estado dando las agujas pequeñas, pero para esto necesito la grande.” Ahí salió mi segundo ‘ay’ de la noche y todavía no me había puyado. “Creo que voy a tener que llegar hasta la costilla.” “¿Cómo que hasta la costilla?” “Sí, porque no casi no tienes grasa ahí.” Procedió a afeitarme el área, yo no me la había afeitado porque yo no llego allá y metió el primer puyazo. “Ay” dije aguantado, haciéndome el machito, y metió el segundo puyazo, “ay”, y el tercero, “ay”… ya no sentí más nada. Cuando sacó esa bola, no lo podía creer, jurao que era del tamaño de una peseta. Parecía un pedazo de cuero de lechón antes de echarse a freir. “Ahora la voy a abrir, si lo que tiene por dentro es blanco es benigno, si es de otro color, hay que preocuparse. “Qué sea blanco, que sea blanco, que sea blanco.” Y efectivamente fue blanco. Me volvió el color al cuerpo. “Como quiera lo voy a enviar al laboratorio para que ellos corroboren lo que te estoy diciendo.” Y procedió a cerrarme. Dieciocho puntos, diez por dentro y ocho por fuera, no te miento. Y me puso el vendaje. Yo pensé que me iba a dar la pastillita de la felicidad y que esa noche iba a vagar por las constalaciones como si fuera el cometa Halley. Pero no, tendría que pasar el valle de lágrimas con Tylenol. “Tómate dos cada cuatro horas.” “Doctor, ¿está seguro que eso es suficiente, no tiene algo más fuertecito?.” “Vas a  estar bien, ven mañana para cambiarte el vendaje.” “Me imagino que tendré que dormir boca abajo, ¿verdad?” “No, debes dormir boca arriba para que le hagas presión a la herida.” “Menos mal doctor, yo no duermo boca abajo desde que era adolescente.”  “¿Desde que te enamorate, verdad?” “Exacto.” Me salió con ese chistecito el doctor, pero era verdad, desde entonces no se vuelve a dormir boca abajo. “Espera en recepción, yo voy a estar aquí como quince minutos más, y antes de irte te chequeo a ver si todo va bien.” Me dio las Tylenol. Y allí me paré contra la pared de recepción  a esa hora,  que eran como las ocho de la noche. La que limpia el piso se fue, hubo un silencio y yo parado allí como un mama’o.  Lo llamé a ver sino me había dejado, pero allí estaba, miró, no había sangrado y así salí yo con aquel chichón de gasas y esparadrapos en la espalda que te juro que me sentí como el jorobado de Notre Dame.           Y así, con mucho cuidado guié hasta mi casa para iniciar la recuperación.

Enfermarse teniendo uno pareja es vivir en el paraíso, porque uno actúa que se siente peor y que le duele más de lo que realmente le duele y siente. No saben donde ponerte, te ayudan a desvestirte, a bañarte, a acostarte, a pararte; te cocinan, te añonan y te dan el control de televisor. En fin, te sirven a cuerpo de rey. Pero si vives solo como yo, es todo una pejiguera. Y parece que tuve que pagar la penitencia por la renuncia del papa Benedicto Armani. Eso, la herida, no el papa, me dolía acostado, me dolía sentado, me dolía acostado. Y claro, jamás me explicaron como era que me tenía que acostar, porque yo no quería que se me abrieran los puntos, si era de lado me dolía, si me tiraba flat hacia atrás me dolía, fue dificil. Y si dificil es acostarse, peor es tratar de levantarse. Hay que orar y rodar. Menos mal que no me dieron ganas de ir al baño, porque no tengo idea de cómo era que iba a limpiarme. Para colmo me inició un catarro. Eso sí que es mala suerte, de todos los días del año, tenía que darme con toser esa noche. Me trincaba un poquito y tosía suavecito. Además, uno no sabe cuánto uno se levanta y se acuesta en una noche hasta que te estirpan un quiste. Nadie me llamó, ni me textearon. Esa noche me sentí vulnerable, inútil y  muy solo. Me hubiera podido morir allí mismo y la gente me hubiese encontrado por la peste.  El dolor fue tanto, que me puse a pensar que ya era tiempo que me buscara una pareja. O mejor aún, buscarme a una indocumentada y casarme con ella para que a cambio de la cuidadanía americana me fuera a cuidar, a bañar y a cocinar cada vez que me enfermara. Digo, sería un trato justo. También pensé en salir a buscar una puta que me cuidara esa noche: “Mira yo te pago la tarifa completa, pero yo no quiero intercambio de fluidos, yo lo que quiero que seas mi enfermerita personal, que cuides toda la noche y me digas, papito lo que tú quieras, pero nada de nalgadas.” Y a mitad de la noche no pude evitar pensar en mi madre. Aquella vez me indicaron que había muerto de un ataque al corazón, pero yo estoy seguro que ella se murió de soledad.

Por la mañana me hice desayuno como pude. ¿Tú tienes idea de lo dificil que es pelar un huevo con ese dolor en la espalda alta? Tenía todo el hombro tumbado, porque no me atrevía a moverlo y un dolor en el pecho por no poderme cagar en la madre de nadie.  Y al medio día fue peor porque me dio con prepararme un arroz con salchichas, tú sabes que eso es bien fácil de hacer y ¿puedes creerme que soy tan morón que yo tenía puesto el pote de sofrito del Chef Piñeiro en la parte más baja de la nevera? ¿Y qué me dices de picar una cebolla?  Pero aún así me quedó bien bueno, además de que estaba bien esmaya’o. Aún está la trastera allí. Como a las dos de la tarde volví donde el doctor, rogando que no se hubieran abierto  los puntos. Me sacó el esparadrapo de un tirón que sentí que me había hecho un “brazillian wax” en la espalda. “Mira, no tiene sangrado.” Lo de mira era figurativo porque yo no puedo verme la espalda como antes. Eso lo creí por fe. “¿Y cuándo es que se me va a quitar el dolor?” le dije a ver si se compadecía y me daba algo más fuerte. “Sigue tomándote las Tylenol cada cuatro horas.” La enfermera que me escuchó nuevamente con mi “ay” me dijo: “Tú lo que eres es un ‘Drama Queen’.” “Drama Queen no, yo lo que soy un es changuito, a mí  lo que me gusta es que me añonen.” Y claro, para que ella viera que no soy un pendejo de la vida, saqué pecho y pasé a contarle las salidas que tuve con Chachi, ¿te acuerdas de ella, verdad?. “Una vez yo salí con una ‘Drama Queen’, es violisnista y muy buena, y esa sí que era bien fuerte, intensa, ufff, brillante, pero esa creía que el mundo giraba en torno a ella. Para todo era un show, por todo me peleaba y si las cosas no se hacía como ella quería, no se hacía nada. Hasta me dejó por un mensaje de texto, hay que tener bolas para dejar a uno por texto. No pude. Pero yo, al lado de ella, soy muy manejable, sabes.” Se lo dije así, meloso, tú sabes como soy. Claro, no  impresioné a la enfermera. Ella parece que está acostumbrada a que le vengan con esos cuentos mongos ya que rápido me cambió el tema.

Me fui para mi casa con el dolor del espalda y mi ego de conquistador herido. Pero tenía que bañarme, no aguantaba más. Pero no quería mojarme los vendajes. ¿Y adivina a quién llamé? Sí, a esa misma, a mi ex. Y ella, a regañadientes, vino. Digo, no le quedaba otra, rápido le saqué en cara todos los favores que le había hecho, que era tiempo que me hiciera uno a mí, que estaba convaleciendo, que si me moría iba a ser culpa de ella.  No, no me bañó, me puso un plastiquito en la espalda y con mucho cuidado me bañé solito. Me metí dos pepas y esa noche por fin pude dormir. Y cuando me levanté al otro día, ya no tenía dolor. Qué rico se siente no sentir nada.

Ahora, ya no tengo los vendajes y con un Q-Tips me paso la cremita dos veces por día a la espera de curarme para que el doctor me quite los puntos. Pero de esta experiencia he aprendido un montón. Esto de que me hicieran esta cirugía me ha servido de metáfora para la vida, que todo lo que está demás hay que estirparlo de cuajo. Así que para eso te cité aquí, porque esto me dio el valor de decirte lo que te tengo que decir: que soy una nueva persona. Llevo tiempo perdonándote y de dejándote pasar tus mierdas. Pero el que decidieras desaparecerte  –tú, la persona de quien más esperaba que estuviera más cerca- en el momento que más te necesité, es algo que no te pienso perdonar. Cuando creo que soy fuerte, que soy un gigante, vienes y me derrumbas. Porque me minimizas, porque me haces sentir que no valgo nada, que soy menos, que no puedo solo, que no soy suficiente.  Tú eres como un quiste, que tú lo único que haces es crecer y crecer como una bola de pus.  Así  que te vaya bonito por la vida y no me busques más. No, no, no, no quiero oir más excusas. Resuelve con las Tylenol.


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