04/06/2012

El teatro se aprecia de cerca

Por Pedro Rodiz

32 calle Vandenbranden es una obra tipo danza teatro mezclada con teatro físico de Bélgica. Se presentó en el Auditorio León de Griff que es el teatro de la Universidad Nacional de Bogotá. Me senté bien arriba, fue el boleto que encontré. Ese auditorio casi dos veces de grande que el Teatro de la Universidad de Puerto Rico. Casi todos los teatros de acá son bien grandes, claro, para la población que tienen, pues, es necesario tanto espacio. Pero una de las reflexiones que hice cuando vi este trabajo desde la lejanía en que me senté, es que para apreciar verdaderamente una obra de teatro, uno tiene que sentarse cerca para estar compenetrado, sino uno se desconecta inmediatamente. Y eso fue lo que me pasó con este proyecto coreográfico, que nunca pude conectar, no por la propuesta, sino por la distancia.
No voy a inventar una sinopsis que ya existe. Así que la transcribiré y luego daré mis impresiones.
“La historia comienza en un paisaje accidentado, frío, surcados por los vientos en el que se asoman dos casas móviles desvencijadas, una mujer embarazada oye el llanto de un bebé en la nieve, dos forasteros llegan a una pequeña comunidad que parece tener sus propias reglas sociales a la que el espectador asiste como voyeur de la intimidad de sus seis habitantes, testigo de sus vidas en un entorno inhóspito y hostil que determina el comportamiento y las decisiones finales. Se observa la cotidianidad en la que se descubren deseos, miedos, secretos y sobre todo, soledad.”
Fue un trabajo extraño, era una obra tipo suspenso, en la que uno no sabía que iba a pasar. Un poco de expresionismo mezclado con absurdo. Los actores-bailarines, son unos bravos de verdad.  De pronto aparecían y desaparecían los actores de escena, quedaban pegados a la casas, o daban la sensación de que casi podía levitar, creaban unas secuencias de terror, como si una entidad sobrenatural invadiera sus casas.  Crearon una atmósfera con las luces y la escenografía que parecía como si de verdad ese pueblito existiera. Como si uno viese una película. Nunca quedó claro por qué estaban ahí, ni por qué llegan dos extranjeros japoneses ni porque no se iban de ese sitio. Es como si una fuerza mayor que ellos los atrajera y los mantuvieran unidos.
El público que asistió, en su mayoría universitarios, aplaudieron a rabiar. A mí me pareció sumamente interesante la propuesta aunque por momentos encontré que el ritmo utilizado era muy lento para mi gusto particular.


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