La insurrección de las hormigas
Por Pedro Rodiz
-¿Y qué vamos
a comer cuando tengamos hambre?
-Pues
comeremos hormigas…
José Antonio Galán
Uno
tiene pocas oportunidades en la vida de pasar por una catarsis cuando ve una
obra de teatro. Uno puede gustarle mucho un proyecto, pero que ese proyecto te
toque y te cambie, casi nunca. Y ayer pasé por una de esas experiencias.
El proyecto lo fue La insurrección de
las
hormigas
de Teatro Tierra y Ensamblaje Teatro de Colombia. Participaron 30 actores y 6
músicos en escena. Se mostraba la historia de José Antonio Galán, prócer de la
independencia de Colombia, que fuera capturado, muerto y descuartizado por
España. Las partes del cuerpo fueron regadas en los distritos donde se desarrolló
la insurrección como señal de castigo para desalentar a los que quisieran
rebelarse.
“Más
de 200 años después, este proyecto escénico retoma su historia y plantea la
idea del cuerpo desmembrado de Galán como una metáfora de un país fragmentado
por la violencia y que requiere con urgencia volver a unir las partes de este
cuerpo, en busca del bálsamo de la reconciliación. Así nace la Insurrección de
las hormigas, sinfonía de un cuerpo que vuelve.” (Tomado de las notas del
programa.)La escenografía era una gran plataforma, de unos nueve o diez pies de altura. Hueca, tipo techo y piso a la vez. Y arriba unas tablas que sujetaban tres sogas tipo horca. Un camino horizontal de arena sobre el escenario. Los músicos estaban en el costado izquierdo tomando como referencia al actor.
No
podía dejar de mirar. Desde que empezó hasta que concluyó, no había forma de
dejar de admirar el trabajo. Todo estaba en una armonía casi perfecta. Todos
los signos teatrales estaban en función de esta obra de arte. La obra duró una
hora con cuarenta y cinco. Yo sentí que duró quince minutos.
Cuando
empieza la obra todos los personajes están maquillados como si estuvieran muertos,
llenos de tierra y polvo. Estaban en una especie de purgatorio. Antonia, la compañera
de Galán estaba en busca de las partes
del cuerpo desmembrado. Todos los personajes del coro o del pueblo, TODOS
estaban compenetrados con la trama. Cada uno tenía una acción y un rol en específico, no
se movían por moverse, todos tenían un propósito, todos eran alguien en escena.
Todo aquél que ha dirigido sabe que lo
más difícil es mover a un coro y que se vea real, genuino, fluido. Es la mejor
dirección escénica que he visto y mira que he visto muchas y muy buenas. Cuidaron
hasta el más mínimo detalle, hasta el más mínimo movimiento. Todo el crédito y todas mis felicitaciones para
Misael Torres, Juan Carlos Moyano y Carlos Latorre. ¡Bravo!
Empezaba
una coreografía, que era composición tras composición, pero no estáticos o como
si fueran bailarines, sino como si fuera un pueblo que trata de liberarse de la
opresión. Qué maravilla, daban ganas de subirse al escenario y ser parte de la
revuelta.
En
un momento dado tiran un papel hacia el público y llegó hasta mis pies. Lo doblé y lo guardé
como si fuera un relicario, porque ese papel representa lo que es la excelencia
escénica. Lo enmarcaré y cuando “lo malo me turbe y me nuble el corazón” lo
miraré para reencontrarme y reenfocarme con lo que verdaderamente importa:
hacer arte.
Fue
un trabajo limpio, bien cuidado, con un gusto y una estética envidiable,
conceptualmente a la altura de cualquier gran producción del mundo. Un aplauso
fuerte, sonoro y de pie. ¡Bravo, bravo!
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