04/02/2012

La insurrección de las hormigas

Por Pedro Rodiz

-¿Y qué vamos a comer cuando tengamos hambre?

-Pues comeremos hormigas…

José Antonio Galán

Uno tiene pocas oportunidades en la vida de pasar por una catarsis cuando ve una obra de teatro. Uno puede gustarle mucho un proyecto, pero que ese proyecto te toque y te cambie, casi nunca. Y ayer pasé por una de esas experiencias. El  proyecto lo fue La insurrección de las hormigas de Teatro Tierra y Ensamblaje Teatro de Colombia. Participaron 30 actores y 6 músicos en escena. Se mostraba la historia de José Antonio Galán, prócer de la independencia de Colombia, que fuera capturado, muerto y descuartizado por España. Las partes del cuerpo fueron regadas en los distritos donde se desarrolló la insurrección como señal de castigo para desalentar a los que quisieran rebelarse.
“Más de 200 años después, este proyecto escénico retoma su historia y plantea la idea del cuerpo desmembrado de Galán como una metáfora de un país fragmentado por la violencia y que requiere con urgencia volver a unir las partes de este cuerpo, en busca del bálsamo de la reconciliación. Así nace la Insurrección de las hormigas, sinfonía de un cuerpo que vuelve.” (Tomado de las notas del programa.)

La escenografía era una gran plataforma, de unos nueve o diez pies de altura. Hueca, tipo techo y piso a la vez. Y arriba  unas tablas que sujetaban tres sogas tipo horca. Un camino horizontal de arena sobre el escenario. Los músicos estaban en el costado izquierdo tomando como referencia al actor.

No podía dejar de mirar. Desde que empezó hasta que concluyó, no había forma de dejar de admirar el trabajo. Todo estaba en una armonía casi perfecta. Todos los signos teatrales estaban en función de esta obra de arte. La obra duró una hora con cuarenta y cinco. Yo sentí que duró quince minutos.

Cuando empieza la obra todos los personajes están maquillados como si estuvieran muertos, llenos de tierra y polvo. Estaban en una especie de purgatorio. Antonia, la compañera de  Galán estaba en busca de las partes del cuerpo desmembrado. Todos los personajes del coro o del pueblo, TODOS estaban compenetrados con la trama. Cada uno tenía una acción y un rol en específico, no se movían por moverse, todos tenían un propósito, todos eran alguien en escena.  Todo aquél que ha dirigido sabe que lo más difícil es mover a un coro y que se vea real, genuino, fluido. Es la mejor dirección escénica que he visto y mira que he visto muchas y muy buenas. Cuidaron hasta el más mínimo detalle, hasta el más mínimo movimiento. Todo el crédito y todas mis felicitaciones para Misael Torres, Juan Carlos Moyano y Carlos Latorre. ¡Bravo!

Empezaba una coreografía, que era composición tras composición, pero no estáticos o como si fueran bailarines, sino como si fuera un pueblo que trata de liberarse de la opresión. Qué maravilla, daban ganas de subirse al escenario y ser parte de la revuelta.

En un momento dado tiran un papel hacia el público y  llegó hasta mis pies. Lo doblé y lo guardé como si fuera un relicario, porque ese papel representa lo que es la excelencia escénica. Lo enmarcaré y cuando “lo malo me turbe y me nuble el corazón” lo miraré para reencontrarme y reenfocarme con lo que verdaderamente importa: hacer arte.

Fue un trabajo limpio, bien cuidado, con un gusto y una estética envidiable, conceptualmente a la altura de cualquier gran producción del mundo. Un aplauso fuerte, sonoro y de pie. ¡Bravo, bravo!


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