02/23/2013

Peaje (Fragmento de una novela inconclusa)


De Pedro Rodiz

Capítulo Dos

Cambio exacto.

Te digo que Primitivo Dávila no es ningún pendejo, es un gran tipo. La que es una hija de la gran puta es ella, la mujer de él. Ángela, no me vengas ahora con tus discursitos feministas porque entonces sí que no te cuento nada. Y no me mires así. Es una hija de puta. Qué culpa tengo yo de que sea mujer. Si fuera hombre, diría lo mismo.  ¿Quieres que te cuente o no? Digo, la que va a escribir la novela eres tú, si no quieres oír lo que pasó, ese es tu problema.
Pues como te había dicho, Primitivo trabajaba en el peaje de Caguas Norte. Era el que más tiempo llevaba trabajando allí. Yo le decía  que no iba a durar mucho en ese lugar, que ahora que el gobierno había puesto los Auto Expresos  todos se quedarían sin trabajo. Y tú  sabes lo que me dijo, que la gente en este país no cambia los hábitos. Que las personas seguirían pidiendo cambio. Y qué razón tenía ese condenado. Seis años después todavía la gente no ha comprado el jodió ticketcito ese y siguen haciendo fila como unos mamaos para buscar cambio. Yo soy uno de ellos.
Y fíjate Ángela, yo creo que tiene que ver con una cuestión de sexo. Ahí te doy la razón. A la gente le gusta esa mierda de meter la monedita en la totita para que se levante vallita. Esa valla es una pinga que se para derechita. ¿No te has fijado? Pero esa reflexión no vino de mí, surgió de Primitivo. Y estoy de acuerdo con él.
Él es uno de esos tipos que tienen una sabiduría callejera para todo, menos para lo que tiene que ver con su matrimonio. Porque ahí sí que es bruto con cojones. Yo te digo la verdad, no sé como ese hombre no está preso, cómo no la ha matado todavía. Te juro que no sé cómo le aguantó tanto ese santo varón.
            El mismo día que cumplió cuarenta y siete años, fue promovido de la caseta de cambio, a mover los carritos de metal con las monedas,  hasta llevarlos a la bóveda. Ese tipo jamás se va a olvidar de ese cumpleaños. Soy yo y no lo olvido, imagínate él.  Estaba tan emocionado por su ascenso, que decidió salir más temprano para irse a celebrar con su mujer, con la Sacha Arce. Uno nunca debería confiar en una mujer que tiene nombre de perra. No la defiendas, que esa mordió la mano que le dio de comer. ¿Es o no es una perra?
Que yo sepa, él no tenía novia hasta que la conoció. Tras un breve y ardiente noviazgo, se casó con ella.  Imagínate, lo tenía loco, si ese tipo no había visto nunca ni un pelo en un jabón.  Y de pronto esa tipa lo viró como media. Tú sabes que es verdad, cuando una mujer se le mete algo en la cabeza, no hay Dios que la detenga.
 Mira que se lo dije, no te cases con esa mujer, que vas a sufrir. Pero no me escuchó, me mandó para el carajo. Nunca me había hablado malo hasta ese día. Yo le dije: jódete. Y a la verdad que se jodió. Me siento hasta responsable. No debí coger personal el insulto. Ahora me lo estaría agradeciendo. 
Esa mujer lo jodió desde el mismo día de la boda. Pues resulta que la Sacha tenía un vecinito con el que supuestamente perdió la virginidad. Nada, cosas de chamaquitos. Estaban experimentando. El asunto es que parece que ellos fuetearon juntos por mucho tiempo. Luego, cada cual siguió su camino. Él después tuvo sus novias, y ella sus novios. Pero entre dejada y dejada, les entraba la bellaquera y volvían a encontrarse. Pero nada, era una cuestión de queso solamente. ¿Y cómo quieres que le diga a eso? Si lo que tenían era un queso de cabra de esas que tiran para el monte. Pues tanto estuvieron, que el mismo día de la boda, y te lo cuento porque lo vi, yo estaba en la barra y le pedí al bartender un vinillo, un Lambrusco rosadito, con hielito, limón y un removedor, tú sabes, como nos gusta a los dos. Y mientras me metía en mi boquita el néctar, escuché el revolú. Resulta que ellos para despedirse, para quitarse la leche cortá, decidieron hacerlo por última vez en el baño de la recepción.  ¡Mira qué cosa tan bella! Hacerlo en la recepción que pagó el novio, con todos los familiares y amigos del novio presente. ¿Y adivina quién los cogió? ¿Quién va a ser? Primitivo. Se ha formado este sal pa’ fuera que para qué te cuento. Hay que tener valor para hacer una cosa así, ni yo me atrevería a tanto. Ni siquiera contigo, Ángela, y mira que nosotros hemos hecho cada locura en cuanta cuneta se nos ocurría. No te vengas a culear ahora. Y el descarado del vecino se llevó hasta la liga. No, el bizcocho me lo llevé yo para casa. Tú lo sabes, si tú fuiste a que te lo comiste. Te la pasabas comiéndome el bizcochito y pasándole la legüita al “frostin”
Pues el asunto fue que Primitivo terminó en el hospital, porque para colmo, el amiguito de ella era más fuerte que él y le dio una pela. La Sacha esa se fue para allá, llorando, le dijo que no era lo que parecía, que ella no  quería al tipo, que al que quería era a él. Que prefería hacerlo así, de una buena vez porque ella no quería pegárselas nunca. Que todo es su culpa, que no quería hacerle daño.  Que eso fue un acto medicinal y terapéutico. Y el buenazo de Primitivo le dijo:  ¿Cómo pudiste? No he dormido, no he podido comer y llevo todo el día llorando  y encima vino un enfermero y me metió el deo en el culo para hacerme el examen de la próstata cuando lo que me duele son costillas. Si sabes que me muero por ti, ¿por qué lo hiciste con él?  Y en mi cara, Sacha, en mi cara.  Yo lo único que he hecho es amarte.  Lo tenían todo planificado. ¿Qué ganabas con joderme de esa forma, Sacha, qué ganabas? Entonces Primitivo hizo lo que hacen todos los hombres de la pradera: la perdonó.
Una vez, después de muchos años, le pregunté que porque la había perdonado esa humillación y me dijo: “cuando uno ama de verdad, perdona todo”. Luego de la reconciliación, se fueron a vivir a la casa que había heredado de su madre y la que no tuvo que disputarla con nadie por ser hijo único.  En ese momento no tenía vicios. El único contacto que tuvo con el cigarrillo fue cuando era chamaquito. Encontró una colilla de cigarrillo, la prendió, aspiró, se ahogó y hasta ahí llegó el vicio. Es limpio, de hablar pausado y de buen talante. Pero Sacha Arce,  por su parte¸ para ese entonces tenía 32 años, era temperamental y fumaba como demente.  Era de vagina hiperactiva e insaciable. Según lo que averigüé,  tuvo múltiples amantes antes de conocer a Primitivo. Y que después de muchos  encuentros casuales y arriesgados, hastiada de sus ardores al orinar, entendió que debía establecerse con alguien  que no tuviera muchas complicaciones. Así fue que se fijó en Primitivo. Vio en él un espécimen vulnerable y de fácil manejo. Lo sedujo sin dificultad con un poco sexo –somos tan débiles, lo que hacemos por echar un polvo-  y por su habilidad por hacerse la víctima.
 Una vez se le instaló en la casa, entendió que su futuro estaba arreglado. Por terror a su madre, que la amenazó de matarla si quedaba preña en la adolescencia, fue que empezó a tomar pastillas anticonceptivas,  que se las tragaba como si fuera pop corn. Según dicen las malas lenguas, le salieron unos quistes que tuvieron que removerle la matriz.
Pero tú sabes lo que dicen por ahí, que un animal ponzoñoso nunca deja de serlo. Y en algún momento le tenía que picar la pelúa a la Sacha. El asunto es que le picó y se la rascaron el mismo día que a Primitivo de le  dieron el ascenso. Pues ese día, después de dos años monótonos de matrimonio, Primitivo Dávila llegó a la casa más temprano de lo usual para darle la noticia a su esposita. Al entrar, escuchó unos gemidos, que por lo fuerte pensó que alguien estaba matando a su mujer. Y así mismo fue, la estaban matando pero de placer. Al ella ver a Primitivo en la puerta del cuarto, desde la cama nupcial, mientras un tipo la clavaba  con gusto y gana, ella le gritó: “Qué carajos tú haces ahí, lárgate para el carajo que no he terminado”. Cabizbajo, Primitivo se dirigió a la sala mientras oía  lo que le decía al otro: “Y tú sigue en lo tuyo”.
 Al rato, salió el individuo del cuarto, vistiendo únicamente  con  los pantalones cortos de Primitivo. Le ofreció un cigarrillo al atónito marido. Y le dijo:
-No te preocupes por eso, no le des mucho casco. Eso no es nada, estas son cosas que pasan. No fue tu culpa. Lo superarás.
Sacha, después del excitante encuentro sexual con clavadista, y ante el gesto de humillación que le mostró su esposo, hizo lo que mejor sabía hacer: manipularlo emocionalmente. Tenía la habilidad de presentar los hechos de tal manera que Primitivo terminaba sintiéndose culpable.
No pienses que Sacha se aprovechaba de Primitivo sin sentir nada por él. Al contrario, había desarrollado una especie de  cariño hacia él casi de madre. Sabía cómo manejarlo y darlo de lo poco que necesitaba para ser feliz. Lo veía como a un cactus, que con unas gotitas de cariño, vivía contento.
 Días después del suceso, Sacha le dijo a Primitivo:
            -Papo se viene a vivir con nosotros.
             -¿Qué?
             -Bendito, él no tiene a donde ir. ¿Tú no pretenderás que viva en calle?
             -¿Y dónde va a dormir?
             -Pues en nuestra cama, tú sabes que es grande y ahí cabemos los tres.

           Y en ese instante entré yo por la puerta con varias maletas y un montón de cajas. Así fue como el pobre Primitivo  tuvo que mantenernos a su esposa y mí. Y menos mal que el pobre hombre me recibió con la boca abierta,  porque si no, no estaría hablando ahora contigo. Estaría muerto, desmembrado en alguna cuneta.

02/16/2013

El tajo

Monólogo
De: Pedro Rodiz

Bienaventurados los enfermos, porque ellos heredarán  el control del televisor.”

Edgar:

Y el doctor me dijo: “Esa bola te creció”. “¿Cómo que me creció?”, le dije incrédulo. “Sí, te creció como dos centímetros.” “¿En una semana?” “Sí, y que está roja.” “¿Roja?” “Sí, ¿tú no te la tocaste?” “No, yo no juego con esa bolita. ¿Me la va a quitar, verdad?” “Claro, pero estoy pensando cómo.” Yo me le quedé callado , parece que era más grave que lo que yo pensaba, así que le dije, como para como restarle importancia a su comentario: “Pero usted debe estar acostumbrado a sacar bolitas, yo debo ser un caso nomal, de todos los días para usted.” “No, eres especial.” Y ahí me salió el primer ‘ay’ de la noche, pero lo dije bajito, como para dentro, porque empecé a preocuparme. “¿Cómo que especial?” “Me refiero a ti, que eres especial, que eres simpático.” “Ah” “No vienen muchos como tú.” No sé si lo dijo para calmarme, pero me tranquilicé. Así que le cambié el tema en lo que él me apretaba la bola. “ ¿Está seguro que yo voy a poder guiar para mi casa, que no tengo que llamar a nadie?” “Vas a poder guiar.” Bueno, si podré guiar, pensé, pues aquello sería algo bien sencillo, algo así como una liposucción en miniatura, me pondría un poco de anestecia local, me abriría un rotito, metería un “vacuum cleaner”, succionaría, me pondría unos puntos mariposa, regresaría a casa y al otro día al trabajo.  Entonces cogió la inyección y le dijo a la enfermera: “Todo el día me has estado dando las agujas pequeñas, pero para esto necesito la grande.” Ahí salió mi segundo ‘ay’ de la noche y todavía no me había puyado. “Creo que voy a tener que llegar hasta la costilla.” “¿Cómo que hasta la costilla?” “Sí, porque no casi no tienes grasa ahí.” Procedió a afeitarme el área, yo no me la había afeitado porque yo no llego allá y metió el primer puyazo. “Ay” dije aguantado, haciéndome el machito, y metió el segundo puyazo, “ay”, y el tercero, “ay”… ya no sentí más nada. Cuando sacó esa bola, no lo podía creer, jurao que era del tamaño de una peseta. Parecía un pedazo de cuero de lechón antes de echarse a freir. “Ahora la voy a abrir, si lo que tiene por dentro es blanco es benigno, si es de otro color, hay que preocuparse. “Qué sea blanco, que sea blanco, que sea blanco.” Y efectivamente fue blanco. Me volvió el color al cuerpo. “Como quiera lo voy a enviar al laboratorio para que ellos corroboren lo que te estoy diciendo.” Y procedió a cerrarme. Dieciocho puntos, diez por dentro y ocho por fuera, no te miento. Y me puso el vendaje. Yo pensé que me iba a dar la pastillita de la felicidad y que esa noche iba a vagar por las constalaciones como si fuera el cometa Halley. Pero no, tendría que pasar el valle de lágrimas con Tylenol. “Tómate dos cada cuatro horas.” “Doctor, ¿está seguro que eso es suficiente, no tiene algo más fuertecito?.” “Vas a  estar bien, ven mañana para cambiarte el vendaje.” “Me imagino que tendré que dormir boca abajo, ¿verdad?” “No, debes dormir boca arriba para que le hagas presión a la herida.” “Menos mal doctor, yo no duermo boca abajo desde que era adolescente.”  “¿Desde que te enamorate, verdad?” “Exacto.” Me salió con ese chistecito el doctor, pero era verdad, desde entonces no se vuelve a dormir boca abajo. “Espera en recepción, yo voy a estar aquí como quince minutos más, y antes de irte te chequeo a ver si todo va bien.” Me dio las Tylenol. Y allí me paré contra la pared de recepción  a esa hora,  que eran como las ocho de la noche. La que limpia el piso se fue, hubo un silencio y yo parado allí como un mama’o.  Lo llamé a ver sino me había dejado, pero allí estaba, miró, no había sangrado y así salí yo con aquel chichón de gasas y esparadrapos en la espalda que te juro que me sentí como el jorobado de Notre Dame.           Y así, con mucho cuidado guié hasta mi casa para iniciar la recuperación.

Enfermarse teniendo uno pareja es vivir en el paraíso, porque uno actúa que se siente peor y que le duele más de lo que realmente le duele y siente. No saben donde ponerte, te ayudan a desvestirte, a bañarte, a acostarte, a pararte; te cocinan, te añonan y te dan el control de televisor. En fin, te sirven a cuerpo de rey. Pero si vives solo como yo, es todo una pejiguera. Y parece que tuve que pagar la penitencia por la renuncia del papa Benedicto Armani. Eso, la herida, no el papa, me dolía acostado, me dolía sentado, me dolía acostado. Y claro, jamás me explicaron como era que me tenía que acostar, porque yo no quería que se me abrieran los puntos, si era de lado me dolía, si me tiraba flat hacia atrás me dolía, fue dificil. Y si dificil es acostarse, peor es tratar de levantarse. Hay que orar y rodar. Menos mal que no me dieron ganas de ir al baño, porque no tengo idea de cómo era que iba a limpiarme. Para colmo me inició un catarro. Eso sí que es mala suerte, de todos los días del año, tenía que darme con toser esa noche. Me trincaba un poquito y tosía suavecito. Además, uno no sabe cuánto uno se levanta y se acuesta en una noche hasta que te estirpan un quiste. Nadie me llamó, ni me textearon. Esa noche me sentí vulnerable, inútil y  muy solo. Me hubiera podido morir allí mismo y la gente me hubiese encontrado por la peste.  El dolor fue tanto, que me puse a pensar que ya era tiempo que me buscara una pareja. O mejor aún, buscarme a una indocumentada y casarme con ella para que a cambio de la cuidadanía americana me fuera a cuidar, a bañar y a cocinar cada vez que me enfermara. Digo, sería un trato justo. También pensé en salir a buscar una puta que me cuidara esa noche: “Mira yo te pago la tarifa completa, pero yo no quiero intercambio de fluidos, yo lo que quiero que seas mi enfermerita personal, que cuides toda la noche y me digas, papito lo que tú quieras, pero nada de nalgadas.” Y a mitad de la noche no pude evitar pensar en mi madre. Aquella vez me indicaron que había muerto de un ataque al corazón, pero yo estoy seguro que ella se murió de soledad.

Por la mañana me hice desayuno como pude. ¿Tú tienes idea de lo dificil que es pelar un huevo con ese dolor en la espalda alta? Tenía todo el hombro tumbado, porque no me atrevía a moverlo y un dolor en el pecho por no poderme cagar en la madre de nadie.  Y al medio día fue peor porque me dio con prepararme un arroz con salchichas, tú sabes que eso es bien fácil de hacer y ¿puedes creerme que soy tan morón que yo tenía puesto el pote de sofrito del Chef Piñeiro en la parte más baja de la nevera? ¿Y qué me dices de picar una cebolla?  Pero aún así me quedó bien bueno, además de que estaba bien esmaya’o. Aún está la trastera allí. Como a las dos de la tarde volví donde el doctor, rogando que no se hubieran abierto  los puntos. Me sacó el esparadrapo de un tirón que sentí que me había hecho un “brazillian wax” en la espalda. “Mira, no tiene sangrado.” Lo de mira era figurativo porque yo no puedo verme la espalda como antes. Eso lo creí por fe. “¿Y cuándo es que se me va a quitar el dolor?” le dije a ver si se compadecía y me daba algo más fuerte. “Sigue tomándote las Tylenol cada cuatro horas.” La enfermera que me escuchó nuevamente con mi “ay” me dijo: “Tú lo que eres es un ‘Drama Queen’.” “Drama Queen no, yo lo que soy un es changuito, a mí  lo que me gusta es que me añonen.” Y claro, para que ella viera que no soy un pendejo de la vida, saqué pecho y pasé a contarle las salidas que tuve con Chachi, ¿te acuerdas de ella, verdad?. “Una vez yo salí con una ‘Drama Queen’, es violisnista y muy buena, y esa sí que era bien fuerte, intensa, ufff, brillante, pero esa creía que el mundo giraba en torno a ella. Para todo era un show, por todo me peleaba y si las cosas no se hacía como ella quería, no se hacía nada. Hasta me dejó por un mensaje de texto, hay que tener bolas para dejar a uno por texto. No pude. Pero yo, al lado de ella, soy muy manejable, sabes.” Se lo dije así, meloso, tú sabes como soy. Claro, no  impresioné a la enfermera. Ella parece que está acostumbrada a que le vengan con esos cuentos mongos ya que rápido me cambió el tema.

Me fui para mi casa con el dolor del espalda y mi ego de conquistador herido. Pero tenía que bañarme, no aguantaba más. Pero no quería mojarme los vendajes. ¿Y adivina a quién llamé? Sí, a esa misma, a mi ex. Y ella, a regañadientes, vino. Digo, no le quedaba otra, rápido le saqué en cara todos los favores que le había hecho, que era tiempo que me hiciera uno a mí, que estaba convaleciendo, que si me moría iba a ser culpa de ella.  No, no me bañó, me puso un plastiquito en la espalda y con mucho cuidado me bañé solito. Me metí dos pepas y esa noche por fin pude dormir. Y cuando me levanté al otro día, ya no tenía dolor. Qué rico se siente no sentir nada.

Ahora, ya no tengo los vendajes y con un Q-Tips me paso la cremita dos veces por día a la espera de curarme para que el doctor me quite los puntos. Pero de esta experiencia he aprendido un montón. Esto de que me hicieran esta cirugía me ha servido de metáfora para la vida, que todo lo que está demás hay que estirparlo de cuajo. Así que para eso te cité aquí, porque esto me dio el valor de decirte lo que te tengo que decir: que soy una nueva persona. Llevo tiempo perdonándote y de dejándote pasar tus mierdas. Pero el que decidieras desaparecerte  –tú, la persona de quien más esperaba que estuviera más cerca- en el momento que más te necesité, es algo que no te pienso perdonar. Cuando creo que soy fuerte, que soy un gigante, vienes y me derrumbas. Porque me minimizas, porque me haces sentir que no valgo nada, que soy menos, que no puedo solo, que no soy suficiente.  Tú eres como un quiste, que tú lo único que haces es crecer y crecer como una bola de pus.  Así  que te vaya bonito por la vida y no me busques más. No, no, no, no quiero oir más excusas. Resuelve con las Tylenol.


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