12/15/2006

La gallina de los huevos de oro
Por Pedro Rodiz

Me quedé perplejo con la noticia que salió en El Nuevo Día. Ocho compañías de teatro reciben anualmente $400,000. Cada una de esas compañías le corresponde $50,000. Pero lo más inconcebible es que lo vienen recibiendo hace 19 años. A estas ocho compañías se les conoce como Productora Nacional de Teatro.
¿Cuáles fueron los criterios que tuvo el gobierno para otorgar este dinero a estas compañías en particular? ¿Hasta cuándo van a recibir este dinero? ¿Es vitalicio? ¿Es hereditario? ¿A cuenta de qué estos productores tienen que recibir este dinero sin tener que pasar por un proceso de riguroso de evaluación? No es lo mismo rendir un informe anual que solicitar y probar anualmente que se necesita ese dinero para realizar tal o cual proyecto.
Cuando un productor de teatro quiere recibir dinero del Instituto de Cultura Puertorriqueña, hace una propuesta para participar,ya sea en el Festival de Teatro Internacional, o para el Festival de Teatro Puertorriqueño o como una producción independiente, es decir, que pide una aportación económica pero no dentro de los mencionados Festivales. Estas propuestas, que hay que someterlas dos veces al año, pasan por un proceso, en el que una Comisión Asesora recomienda o rechaza la propuesta.
Uno ruega para que al proyecto le asignen una irrisoria aportación de $10,000. Con ese dinero, se hacen maravillas, se hace un proyecto en el que a duras penas se saca algo para el productor porque todo se va en pagar la nómina. Ah, y el dinero no te lo dan todo de un cantazo, te adelantan el 80% -prácticamente el día de estreno después de se ha suplicado- y cuando se prueba que se gastó más de lo que le dieron, entonces, después de meses de espera, te dan el restante 20%.
¿Por qué estas ocho compañías reciben esta cantidad fija de dinero y las demás compañías tenemos que pelearnos el resto? ¿Es que son de sangre azul o sea, descendientes de la nobleza? ¿Son empleados gubernamentales? ¿Por qué el Director Ejecutivo del ICP no pone ese dinero junto al que se le otorga a los Festivales y todos, en igualdad de condiciones, lo solicitamos? Las propuestas más atractivas, reciben la ayuda económica. Un año recibe unos, otro años otros.
Como no conozco sobre el otorgamiento de estos fondos, si es que son por privilegio de alguna ley que sólo los beneficia a ellos, pues se me ocurre hacerle alguna enmienda a la ley, o al reglamento o al dictamen de la realeza, para que cada cierto número de años, digamos cinco, se elijan a otras ocho compañías. Así, eventualmente, todos podríamos beneficiarnos de estos fondos públicos. Porque son fondos públicos, ¿no?
Si todos somos iguales ante la ley, según nuestra Ley Suprema la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, ¿por qué unos pocos reciben en abundancia y los demás nos peleamos las migajas?
Con esto no quiero cuestionar la credibilidad ni el buen nombre de las personas que componen a Productora Nacional de Teatro. En su vasta mayoría son artistas que han aportado al enriquecimiento del teatro puertorriqueño. Nadie pone en duda, por ejemplo, lo que significa Mirna Casas para los teatristas de este País. Ese no es ni el problema ni el cuestionamiento. Pero si ellos pudieron madurar como artistas gracias a estos beneficios económicos, ¿acaso las generaciones que vamos subiendo no podríamos aportar en mayor medida con una ayuda gubernamental que sea más consistente?
Por cierto, ¿estos no son los mismos que radicaron un proyecto de ley ante la Cámara y el Senado, en el que solicitan 5 millones de dólares al gobierno para distribuírselos entre ellos y entre sus señalados? No sé, como quiera que analizo esto, huele mal.

12/09/2006

Cardenales o una vida de perra
Por Pedro Rodiz

Fui a ver la obra Nada que ver de y con Teresa Hernández. La obra se presentó en el Teatro Yerbabruja a sala llena. Ese trabajo es lo que se conoce como dramaturgia actoral, es decir, que el/la propio/a actor/actriz escribe y actúa su propio texto y/o contexto. El trabajo consta de varias escenas inconexas, en otras palabras, una cosa o una escena no tenía nada que ver con la otra…o tal vez sí. Eran situaciones ilógicas. O quizás sí tenían su lógica pero como vivimos en un País que supera las reglas de lo lógica, pues, la propuesta me pareció… ¿pertinente? ¿Basada en la realidad? ¿Ilustrativa? ¿Descabellada?
Ella estaba repleta de cardenales. Los más visibles estaban en el brazo derecho, en el que tenía dos: uno verde y uno marrón. Y en el muslo izquierdo tenía un archipiélago. No pude dejar de mirárselos. Esos moretones son producto de su gran trabajo actoral. Es impresionante verla llenar el escenario. Lo utilizó todo y también exploró todos los movimientos corporales posibles. Hizo varios personajes y lo más acertado fueron sus acciones reacciones, magistralmente logradas. Me hizo pensar en lo difícil que es ser actor/actriz y en cómo se tiene que mantener en forma. Es un adiestramiento – acondicionamiento físico e intelectual constante y meticuloso.
No podría decir que me gustó. Tampoco diría lo contrario. Es una obra que no se puede medir por los gustos. Mucho menos se puede analizar racionalmente. Nuestro entorno, nuestro ambiente, es tan irracional que ya no sé distinguir entre uno o lo otro.
Lo que sí me resultó interesante es el juego de palabras, la mezcla de medios o multimedia. Desde el título, Nada que ver, que muy bien pudiera significar que no hay nada que hacer, por tanto, es una expresión de aburrimiento. O la expresión de que lo que estás diciendo no es lo correcto. El título es casi un dicho popular. En otro momento juega con la palabra algo, cuando se tiene algo que no es lo mismo que tener algas. Ese intercambio de significados en las palabras u oraciones siempre me ha parecido ingenioso.
Al final, el público presente, en su mayoría universitarios, aplaudieron con delirio. Ellos, por sus risas me sostengo, disfrutaron y/o entendieron los códigos que la actriz/dramaturga presentó.
Quizás ese tipo teatro que presencié hoy esté más cerca del teatro que se realiza en el exterior. No lo sé. Debe ser por mi poca exposición al mismo que me pareció extraño. Pero por otro lado reconozco que es una propuesta refrescante, diferente, actual, de vanguardia. Y como todas las vanguardias o te atrapan o las maldices. No hay puntos medios.
En cuanto al título de este ensayo/reflexión, Cardenales o una vida de perra, es que los dos títulos me gustaron para nombrarlo. Lo de los cardenales ya lo expliqué, lo que no conté fue lo de una vida de perra. Es que al final, ella se transforma en una perra. Muy bien logrado, por cierto. Me hizo reflexionar sobre la vida de perra que debe estar viviendo mucha gente por el costo de vida. Y más pertinente no pudo ser esta metáfora escénica.

12/04/2006

Los inmortales
Por Pedro Rodiz

Un viernes, el mismo día que se presentaba la obra Tu ternura Molotov en el Francisco Arriví, me dirigí hacia el Instituto de Cultura Puertorriqueña con la esperanza de cobrar el estipendio que da dicha Institución a las compañías participantes del Festival de Teatro Internacional. Las posibilidades de cobrar ese mismo día eran mínimas. El asunto era que había que pagar el teatro antes de entrar a él. Si pagaba el teatro no podía pagar la nómina. O le pagaba al ICP o le pagaba a los artistas involucrados. Nunca he entendido porque tardan tanto en pagar. Si ellos, mejor que nadie saben, que la aportación económica que brindan es la columna vertebral del proyecto.
Cuando entré en la oficina de Teatro y Danza me encontré con el gran actor Marcos Betancourt. Estaba esperando a que lo atendieran o por lo menos eso me pareció. Mientras hacía las gestiones para cobrar el cheque, él se paseaba impaciente por la oficina. Se interesó por la obra y le señalé en dónde en el programa, que preparan los organizadores del Festival, estaba la sinopsis. Luego que milagrosamente cobrara el cheque, decidí volver a la oficina y le dije:
-¿Le gustaría ir a la obra?
Él titubeó por un instante, me imagino que pensó que la invitación era para que comprara el boleto. Al notar el titubeo, inquirí:
-Le pregunto para dejarle dos boletos en la taquilla. Quiero que vaya como mi invitado.
Ante mi invitación inesperada, me dijo:
-Bueno pues mi nombre es Marcos Betancourt…
Ante inusitada presentación le interrumpí casi de inmediato:
-Claro que sé quién es usted, yo sé que usted no me conoce, pero cómo no voy a conocer a uno de nuestros grandes actores.
Se le iluminó el rostro. Y a mi se me alumbró el alma.
Me quedé reflexionando sobre los actores que llevan una trayectoria larguísima. Y me dio rabia, rabia de pensar que ellos son olvidados con relativa facilidad. Olvidados por los productores, por los directores jóvenes y por el peor de los olvidos, el del público.
Los actores son los trabajadores que más tarde se retiran, si es que se retiran. Pensé en los que nos quedan, Axel Anderson, Alberto Rodríguez, Luz María Rondón, Elsa Román, Jacobo Morales, Santos Nazario, Chavito Marrero, Mercedes Sicardó, Victoria Espinosa, el mismo Marcos Betancourt, entre muchos otros. No pude evitar comparar nuestra dramaturgia con la de Argentina. Allá los textos valoran a los viejos, tienen una gran importancia en su dramaturgia nacional. Es como rendirle homenaje a los grandes, a los inmortales.
Las pocas veces que se pueden ver en escena es una delicia para los sentidos. Es ver gran parte de nuestra historia del teatro en escena. Tanta seguridad, tantos recursos histriónicos, tantos trucos del oficio, tanto conocimiento.
Me gustaría implantar una medida en que sea requisito, o un deber, que cada vez que se produzca una obra, dejarle unos asientos disponibles a nuestras verdaderas luminarias, a los que se han ganado el respeto y el aplauso de pie de todos por su dedicación, perseverancia y disciplina. A esos que abrieron las sendas del camino que hoy recorremos. Y que ellos se sienten a disfrutar de lo que sembraron. No sólo eso, deberíamos, los que hacemos dramaturgia, repensar proyectos en los cuales ellos pudieran participar. Ese sería el mejor homenaje de todos.


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