12/04/2006

Los inmortales
Por Pedro Rodiz

Un viernes, el mismo día que se presentaba la obra Tu ternura Molotov en el Francisco Arriví, me dirigí hacia el Instituto de Cultura Puertorriqueña con la esperanza de cobrar el estipendio que da dicha Institución a las compañías participantes del Festival de Teatro Internacional. Las posibilidades de cobrar ese mismo día eran mínimas. El asunto era que había que pagar el teatro antes de entrar a él. Si pagaba el teatro no podía pagar la nómina. O le pagaba al ICP o le pagaba a los artistas involucrados. Nunca he entendido porque tardan tanto en pagar. Si ellos, mejor que nadie saben, que la aportación económica que brindan es la columna vertebral del proyecto.
Cuando entré en la oficina de Teatro y Danza me encontré con el gran actor Marcos Betancourt. Estaba esperando a que lo atendieran o por lo menos eso me pareció. Mientras hacía las gestiones para cobrar el cheque, él se paseaba impaciente por la oficina. Se interesó por la obra y le señalé en dónde en el programa, que preparan los organizadores del Festival, estaba la sinopsis. Luego que milagrosamente cobrara el cheque, decidí volver a la oficina y le dije:
-¿Le gustaría ir a la obra?
Él titubeó por un instante, me imagino que pensó que la invitación era para que comprara el boleto. Al notar el titubeo, inquirí:
-Le pregunto para dejarle dos boletos en la taquilla. Quiero que vaya como mi invitado.
Ante mi invitación inesperada, me dijo:
-Bueno pues mi nombre es Marcos Betancourt…
Ante inusitada presentación le interrumpí casi de inmediato:
-Claro que sé quién es usted, yo sé que usted no me conoce, pero cómo no voy a conocer a uno de nuestros grandes actores.
Se le iluminó el rostro. Y a mi se me alumbró el alma.
Me quedé reflexionando sobre los actores que llevan una trayectoria larguísima. Y me dio rabia, rabia de pensar que ellos son olvidados con relativa facilidad. Olvidados por los productores, por los directores jóvenes y por el peor de los olvidos, el del público.
Los actores son los trabajadores que más tarde se retiran, si es que se retiran. Pensé en los que nos quedan, Axel Anderson, Alberto Rodríguez, Luz María Rondón, Elsa Román, Jacobo Morales, Santos Nazario, Chavito Marrero, Mercedes Sicardó, Victoria Espinosa, el mismo Marcos Betancourt, entre muchos otros. No pude evitar comparar nuestra dramaturgia con la de Argentina. Allá los textos valoran a los viejos, tienen una gran importancia en su dramaturgia nacional. Es como rendirle homenaje a los grandes, a los inmortales.
Las pocas veces que se pueden ver en escena es una delicia para los sentidos. Es ver gran parte de nuestra historia del teatro en escena. Tanta seguridad, tantos recursos histriónicos, tantos trucos del oficio, tanto conocimiento.
Me gustaría implantar una medida en que sea requisito, o un deber, que cada vez que se produzca una obra, dejarle unos asientos disponibles a nuestras verdaderas luminarias, a los que se han ganado el respeto y el aplauso de pie de todos por su dedicación, perseverancia y disciplina. A esos que abrieron las sendas del camino que hoy recorremos. Y que ellos se sienten a disfrutar de lo que sembraron. No sólo eso, deberíamos, los que hacemos dramaturgia, repensar proyectos en los cuales ellos pudieran participar. Ese sería el mejor homenaje de todos.


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