11/03/2006

Homenaje al maestro
Por Pedro Rodiz

En la obra La fiesta del chivo, que no es la misma que el Festival del chillo, aunque las dos tengan que ver con el sexo y poder, aparece un actor que respeto.
A ese actor no lo utilizan como gancho para atraer público a las salas, no le harán reportajes sobre lo que está haciendo o sobre sus planes futuros. Para la prensa, no es material noticioso.
Lo conocí en el 1986. Yo cursaba el tercer año de la escuela superior José Campeche de San Lorenzo. Él era el maestro de teatro. Yo no podía estar en la clase de teatro porque estaba en el programa comercial, preparándome para ser Oficinista de Contabilidad. Para ese tiempo, él también era el maestro de teatro en lo que se conocía como el Centro Cultural de Caguas. Mi hermano, que también estaba en el programa comercial y que estaba en el teatro desde la escuela intermedia, y créanme era muy bueno, tomaba los cursos de teatro en ese otro municipio.
Yo nunca había participado de ninguna obra de teatro porque era muy tímido. Un día, mi hermano me invitó a que me matriculara en el curso y así lo hice. El maestro estaba montando una obra de su autoría: Caminos de redención. Trataba sobre un suceso cercano a la vida de Jesús. Quería presentarla para la Semana Santa. Por alguna razón, que sólo él conoce, también la estaba montando en San Lorenzo. Un día, se hartó de las constantes ausencias del elenco de Caguas y canceló la obra. Así que me quedé con las ganas de actuar.
La naturaleza tiene formas extrañas de encaminarte hacia la misión que se tiene que realizar en la vida. Días después, da la mala –o buena- pata que el muchacho que iba interpretar el personaje que yo hacía en Caguas, se rajó. Y el maestro me llamó para que lo sustituyera. Para un muchacho tímido, con baja estima, esto representaba lo máximo. Claro que acepté. Era pachoso pero responsable. Me metí en problemas con la maestra de mecanografía. En ese tiempo, lo máximo era escribir en maquinillas eléctricas y nosotros escribíamos en una manual rompe dedos. Había que realizar unos trabajos de oficina, y era uno por día. Faltar una vez representaba un atraso brutal. La maestra, aunque no estaba a favor, me dio la oportunidad de realizar la obra. Y así fue que actué en mi primera obra de teatro.
Demás está decirles que era bien flojo. Pero eso no me detuvo. Fue tanta la emoción, que no hubo marcha atrás. Mi hermano se graduó ese año y se retiró de las tablas. Se fue a estudiar computadoras, que para ese momento era que estaba empezando a coger auge. Cuando me gradué de la escuela superior, decidí estudiar teatro. Mi hermano, como es natural, trató de disuadirme, que cometería un error, que me iba a morir de hambre, que siguiera en contabilidad que en eso era bueno, etc. No le hice caso.
Ese maestro que me inspiró, que creyó en mí, que me dio le primera oportunidad es Carlos Ruiz. Muchos años después, cuando se retiró de la José Campeche me llamó para ofrecerme la plaza. Los que han dado clase en un lugar por mucho tiempo se vuelven celosos a la hora de encontrar un sucesor. No pude aceptar, no porque no considerara que era una buena plaza, al contrario, era la oportunidad de devolverle a mi Alma Máter lo que había aprendido. Pero no fue posible. Ya había firmado contrato en otro lugar. Es una pena, yo sé que a él le hubiese encantado continuara lo que empezó.
Carlos Ruiz ha pasado por situaciones personales bien duras, pero cada vez que lo veo siento una alegría inmensa y un agradecimiento infinito por haberme dado la oportunidad de haber encontrado mi vocación. Una vez lo dirigí en una obra, en una versión teatral de La Charca de Manuel Zeno Gandía. Ya no era aquél muchacho tímido y torpe, sino un director en desarrollo. Y poder dirigirlo fue realmente un privilegio. Fue como cerrar un ciclo.
Así que maestro, para ti, un aplauso de pie en este estreno. Que después de tanto tiempo en el teatro, aún te mantienes activo en las tablas. Deseo seguir viéndote más a menudo en ellas.


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