10/22/2006

Bajo el cenital
Por Pedro Rodiz


A María Cristina Fusté la conocí en la UPR. Hasta llegué a pensar que vivía allí, que dormía en alguna covacha preparada por Alfonso, el gran amigo ausente que manejaba el área técnica del Teatro Universitario.
Ella, que tiene un carácter afable, hacía de todo: actuaba, construía escenografía, utilería, regía escena, en fin, lo hacía todo. Curiosamente no la recuerdo haciendo luces, área en la que se especializó y que se destaca actualmente.
Es vivaracha, de sonrisa fácil, solidaria y una trabajadora incansable. Ella es de estas personas que se pasa uniendo gente, que trazan puentes. A la menor provocación coordinaba una fiesta. Cuando alguien se iba del País, ella convocaba a todos para llorar su partida. Si esa misma persona regresaba, otra fiesta para gozar la llegada. Cualquier cosa era un motivo para reunirnos y gozar.
Entonces emigró a Nueva York. Allí se fue a estudiar Diseño de luces. ¿De dónde salió ese gusto por la iluminación? No lo sé. Siempre que le voy a preguntar terminamos hablando de otras cosas, de otra gente, de otros tiempos.
Aún por allá, mantenía contacto con los de acá. Si querías saber del paradero de alguien la fuente obligada era ella. Eso siempre me llamó la atención, que hay personas que viene al mundo a unir. Tiene lo que se llama el don de gente. Siempre tiene un cuento o una anécdota, y todos igualmente graciosos.
Luego de muchos años coincidimos en la primera obra que realicé para la compañía teatral Deikélestai. La obra era Des-tierro, de mi autoría, y se presentó en el Teatro Luis M. Arcelay allá en el año 2000. Ella estaba en Puerto Rico de visita y Joselo Arroyo, mi compadre Kamikaze con el que he montado obras imposibles, tipo universitario tratando de detener un tanque como en la Plaza Tiananmen, me dijo que la invitáramos. Al principio tuve mis recelos, pues como había mencionado, no la conocía en esa faceta. Fue amor a segunda vista. De inmediato nos conectamos, artísticamente hablando, por supuesto.
Ella de instantáneamente entendió lo que yo quería lograr. Y con los cinco focos que hay en el Arcelay, hizo maravillas. Esos son los mejores cinco focos que yo he visto funcionar. Luego, por motivos económicos y de distancias, no volvimos a encontrarnos hasta el año pasado que trabajó las luces de dos obras: del proyecto mal criticado Tres historias del mar y el de Ícaro. Para la primera me ofreció un mar que iba a entrar a escena, es lo único que me debe, pero creó una atmósfera bien interesante y que enriqueció considerablemente la puesta en escena. Y para la segunda supo iluminar el laberinto de forma magistral, dando esa sensación de encierro.
Ella tuvo que soportar muchas críticas injustas. Un fenecido crítico teatral, lo que tenía era un “field day” con su trabajo. Nunca entendió creatividad, ni su sensibilidad, ni su conocimiento, ni de su esmero ni de las dificultades naturales de los teatros del patio. Quizás ese doño estaba acostumbrado a ver proyectos con iluminación simple, sin riesgos ni experimentos.
Ahora está de vuelta, sin fronteras, en su nueva faceta de productora. Está produciendo, junto a su comadre Lynnette Salas la obra Cinco tipos de silencio. Le deseo lo mejor. Tiene la entereza, la confianza, el conocimiento y la experiencia necesaria brillar con luz propia tanto en Borinquen como en Nueva York. Ansío el momento en que podamos armonizar de nuevo nuestras agendas.


Free Web Site Counter