10/17/2006

A lo Walenda
Por Pedro Rodiz

Cada vez que comienzo un proyecto siento esa sensación de que voy a caer al vacío. Es como si fuese Walenda tratando de cruzar entre dos edificios, con un viento fuerte y sólo una vara para mantener el equilibrio. Y no me refiero al proceso creativo, de ese tengo mucha seguridad, sino al cómo la gente se va a enterar de la puesta en escena: a la publicidad.
¿Cuál es la forma más efectiva de hacer publicidad? ¿Comprar un anuncio en el periódico? ¿Pautar un espacio en la radio? ¿Hacer un anuncio para televisión? ¿Poner un gigantesco “Billboard” frente a Plaza las Américas? ¿Asfixiar a todos los contactos en Internet? De todas, esta última es la más costo-efectiva pero la que me provoca la mayor vergüenza. Es como invadir la privacidad de alguien que no te ha dado permiso para hacerlo. Me parece que envío un “spam”. Las otras alternativas son demasiado costosas. Por ejemplo, si quisiera poner un anuncio en El Nuevo Día, a página completa y a todo color, saldría aproximadamente como en $6,000. Si divides el anuncio a media página sale como en $3,000 y así sucesivamente. Y te corres el riesgo de que se pierda en un mar de anuncios.
Una de las estrategias más utilizada es mandar a imprimir las famosas “post card”. El problema es que todo el mundo lo hace y cada día que pasa pienso que son poco efectivas. Siempre se ponen en los lugares menos frecuentados o en sitios dónde a nadie le interesa lo que uno hace.
Intentar hacer un anuncio de televisión es un disparate. Primero tienes que recurrir a pedir favores a tus amigos que manejan cámaras porque no tienes el dinero para pagarles. Luego comprar un espacio de treinta segundos, -ni siquiera voy a decir cuánto cuesta treinta segundos- en algún programa que vaya más o menos a tono con tu propuesta y orar, para que cuando lo pasen, los televidentes no hayan cambiado de canal.
Luego de evaluar las alternativas, se está en el mismo lugar: sin alternativas. Así que recurres a la buena fe de algunos periodistas de la cultura, recurres al “publicity”. El “publicity” no es otra cosa que un comunicado de prensa, artículo, reportaje, entrevista que algún reportero le encuentre algún valor noticioso o cultural y te lo publican bajo su nombre. Esto es en el periódico, porque en televisión, dentro de los noticiarios, es casi imposible lograr algo. A menos que seas panita de ese reportero(a) o que en tu elenco haya alguien que tenga algún reconocimiento público o que tú seas Miss Universe. Claro hay sus excepciones como en Cultura Viva o en Contigo, ambos del canal 6 o en Prende el fogón con Susa y Epifanio en el 1320 AM. En estos espacios los conductores son sumamente generosos. Yo pregunto, ¿si nadie me da publicidad, como la gente me va a reconocer?
Sin embargo, me revienta como la gente que no necesita “publicity”, que puede pagar los anuncios, son a los primeros que cubren. A los exponentes del “regguetón”, a la menor provocación, les hacen un reportaje. Y yo no sé ustedes, pero a mí todos ellos se me parecen. Cuando los escucho hablar siento que ninguno tiene nada interesante que decir o lo que es peor dicen los mismo.
Y que me dicen de las “misis”. Cuando compiten en el extranjero, no hay espacio para nada más. Es como un culto al faranduleo. Y a las cosas importantes, al arte en general, siento que se desplaza cada vez más. A veces siento que hay que mendigar para que hagan algún reportaje corto, sobre lo que se supone sea una de las actividades más importante del ser humano.
Con esto no quiero decir que no existan periodistas serios y concientes que siempre sacan tiempo y espacio para dar ayuda a los proyectos teatrales. Tampoco quiero que este comentario se vea como que yo le estoy diciendo a los periodistas que deben o no deben publicar. Eso siempre estará bajo su discreción y criterio.
Quiero destacar a Tatiana Pérez, de El Nuevo Día, que consistentemente publica sobre el teatro. Y me consta que va más allá de sus responsabilidades. En muchas ocasiones nos regala una página completa a color. Página que no podemos pagar. Así que se me antoja, que esta periodista, a la que no conozco en persona, es más, si me la encuentro en alguna fila, en alguna gestión de alguna oficina gubernamental no reconocería, es una persona sensible y comprometida con nuestro arte. De ella, lo único que reconozco, es su voz por las veces que hemos dialogado por teléfono. Es amable, gentil y respetuosa.
Así que mi agradecimiento público a Tatiana, por las veces que se ha preocupado por indagar, no sólo por mis producciones sino por las de mis colegas, que también pasan penumbras y vicisitudes a la hora de hacer llegar su promoción.
Esa aportación que tanto Tatiana como de tantos otros y buenos periodistas es lo que han contribuido a mantener a flote el teatro puertorriqueño.


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