08/06/2006

Ya no quiero ser Ícaro
Por Pedro Rodiz

Recientemente monté la obra Ícaro, una versión en la que Tere Marichal se inspiró en el mito griego del minotauro. En síntesis, la obra trata sobre Dédalo, el arquitecto que construyó el laberinto, está encerrado en el mismo junto con su hijo Ícaro. Ellos quieren escapar pero el laberinto es tan perfecto que la única forma de hacerlo, y escapar del minotauro, es por los cielos. Construyen unas alas con lo que encuentran a su alrededor. Logran hacerlo y burlan al minotauro. En el momento de la huida, Dédalo le advierte a Ícaro que no se acerque al sol ya que se pueden derretir sus alas. Ícaro se siente todopoderoso en los cielos, olvida los consejos de su padre, se acerca al astro y cae al vacío.
Este mito me hizo reflexionar sobre lo que vivimos en el teatro en Puerto Rico. Creo que los puertorriqueños nos hemos convencido que somos como Ícaro, con la osadía de creemos que todo lo podemos y de que nos sentimos invencibles. Hacemos piruetas y malabares creyéndonos indestructibles, que somos los mejores del mundo en todo lo que hacemos. Pero si diéramos una mirada más de cerca al personaje nos percataríamos de que tratar de ser Ícaro es como dar un salto al vacío, es un proyecto destinado al fracaso.
Estamos metidos dentro de un laberinto del que no podemos – o no queremos – escapar. Se me antoja que el laberinto que hemos construido y con el deliramos, lo llevamos dentro y hasta que no lo aceptemos no podremos escapar de él. Un minotauro nos acecha para devorarnos. Ese minotauro no es más que nuestra propia comodidad. Es también la neblina que nos ciega y nos impide ver nuestras posibilidades de crecimiento y de autogestión. A veces parece que estamos más pendientes al rastro de las míseras migajas de ayudas que ofrece el gobierno. Y no reconocemos que los del gobierno están más pendientes a involucrarse situaciones superficiales y estériles, que a apoyar a los trabajadores y trabajadoras del teatro y del arte en general.
Por eso ya no quiero ser como Ícaro. El verdadero modelo de progreso está en nos veamos reflejado en el arquitecto Dédalo. Él construyó unas alas con los escasos recursos que tenía a su disposición en el laberinto. En vez de frustrarse con las comodidades que debía o que merecía tener, se enfocó en lo esencial, y escapó del laberinto… fue libre. Ícaro, en cambio, quiso volar más allá de sus posibilidades y cayó al vacío.
Son muchas los obstáculos los que se nos presentan como callejones sin salidas. Es el momento de cuestionarnos cuál será la ruta a seguir: ¿daremos vueltas y vueltas dentro del laberinto? ¿Seguiremos el rastro de destrucción de los minotauros? ¿Marcharemos tras el proyecto de fracaso que significa creernos Ícaro? O nos inspiraremos en Dédalo para reconstruir nuestro teatro con lo que tenemos, con lo que somos… a nuestra imagen y semejanza.


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