05/26/2009

Indiferencia
Por Pedro Rodiz

Por primera vez el Festival de Teatro Puertorriqueño del Instituto de Cultura Puertorriqueña me es indiferente. Se supone que me alegre por la celebración de su 50 aniversario, pero no me importa. Ni siquiera comenté que estuve en la apertura.
Da la impresión que la selección de las obras conmemorativas para el cincuentenario fueron escogidas a la ligera, sin una reflexión seria, sin ningún conocimiento o conciencia histórica, sin respeto alguno hacia los muchos dramaturgos que ha dado esta tierra. ¿Cómo voy a celebrar?
De buena tinta supe, que porque el nombramiento del director de la oficina del Programa de Teatro y Danza bajó tarde, fue que se tuvo que remachar con lo que había. Pero es que la decisión de hacer el Festival con una selección de obras que se hubiesen destacado a través de estos cincuenta años fue previa al cambio de gobierno y por tanto previo a su nombramiento. Y la idea era buena. El problema fue el resultado.
Y todo por la prisa. ¿Acaso no se pudo esperar un año más para organizarse mejor y hacer una mejor selección de lo que debía representar los 50 de labor teatral puertorriqueña? Se quedaron sin representación dramaturgos como Gerard Paul Marín, Piri Fernández de Lewis, Roberto Rodríguez Suárez, Luis Rechani Agrait, Francisco Sierra Berdecía, por mencionar algunos de esa generación. ¿Dejar fuera a Mirna Casas? ¡Válgame! Y de la generación de la nueva dramaturgia tampoco se incluyó nada. ¿Acaso los trabajos de Tere Marichal, José Luis Ramos Escobar, Roberto Ramos Perea, Abniel Marat, Carlos Canales, por mencionar algunos, no merecían ser parte de esta conmemoración? Y ni mencionar a la generación nuestra, que es tela de otro costal. No digo que las obras seleccionadas no tengan los méritos para estar ahí. Nadie discute la valía de René Marqués, Francisco Arriví o de Manuel Méndez Ballester. Pero la mayoría de las obras que se presentaron en el Festival ya estaban en cartelera o se habían repuesto recientemente. ¿Qué aporta eso al desarrollo del teatro puertorriqueño?
Y qué me dicen de las actividades paralelas. ¿No pudieron hacer una exposición con el material histórico que le pertenece al pueblo de Puerto Rico y que ellos son los custodios? ¿A nadie se le ocurrió? ¿Acaso no era para desempolvar de los archivos del Instituto, las fotos, grabaciones, afiches, diseños de vestuarios, vestuarios, diseños escenográficos, programas de mano, publicaciones, en fin, todo el material histórico se tiene almacenado pudriéndose en algún lugar con humedad? ¿Para qué lo guardan, sin cuando lo pueden mostrar, lo ocultan?
Y que me dicen de la aportación que durante estos cincuenta años hicieron excelentes directores, actores, dramaturgos, diseñadores y técnicos, que todavía están vivos ¿acaso no se podía hacer algún foro, simposio, charla, conversatorio, baile de muñecas, con algunos, con varios o con todos ellos? ¿Ninguno de ellos tenía nada que decir? ¿Es que a nadie le interesaba saber lo que tenía que decir Victoria Espinosa? ¿Lo que significó Taller de Histriones de Gilda Navarra? ¿Las experiencias de Checo Cuevas en el diseño y construcción de escenografías o de los diseños y confecciones de vestuario de Gloria Sáez? Y esto por mencionar unos nombres, se me queda un montón de personas.
Hubiese preferido que no se hiciera ningún festival. Que se esperaran hasta el año que viene para presentar un espectáculo digno.
Es más, hubiese sido una buena oportunidad para reunir a toda la clase teatral, por grupos o sectores y escuchar lo que tenemos que decir. Que escucharan lo que queremos hacer con el teatro puertorriqueño. Porque ese es el teatro que nos pertenece. Así que algo tenemos que decir, ¿no? Y enfocar entonces todos los esfuerzos y recursos económicos del Programa de Teatro y Danza para que se atempere a los nuevos tiempos y a las nuevas corrientes del teatro mundial. Pero no hay visión ni voluntad. Fue más de lo mismo.

05/12/2009

Símbolos

Por Pedro Rodiz

Releyendo para una clase la obra Un niño azul para esa sombra, la mejor obra de René Marqués, me puse a reflexionar sobre nuestra indefinición como pueblo y nuestra “eñangotada”, primero ante España y ahora ante los Estados Unidos. ¡Y pensar que solamente hemos sido libres solamente un día! En esa obra se presenta a un niño prodigio, que está adelantado a su edad. Su madre le puso veneno azul a un árbol de quenepo macho que había en la casa. Michelín se aferra a ese recuerdo, a ese símbolo, y se trepa en las rejas en donde una vez estuvo el árbol, para evocar el pasado y más adelante para acabar con su propia vida en forma de protesta. Donde una vez dio sombra el árbol ahora da sombra el niño. A su padre lo habían metido preso por sus posturas y luchas nacionalistas. Cuando es liberado de la cárcel, emigra y termina muerto de hambre y de frío en un banquillo de Nueva York.
Una vez más ese viento azul y frío del norte que se arremolina en las mentes turbias del gobierno de turno, nos azota con más fuerza que nunca, y ataca la última línea de defensa que le queda al País: a las artes, a nuestra cultura. Y todo por esa maldita manía que tienen los políticos de ver a Puerto Rico como si fuese una empresa privada, de tener esa maldita mentalidad asimilista.
Pero ni aún quitándonos los recursos económicos que por derechos nos corresponde como artistas, este gobierno ni ninguno otro, podrán quitarnos la voz, ni cortarnos las manos, ni adormecernos la conciencia. Buscaremos otras formas, más costo efectiva, de decir lo que haya que decir. Pero callados no nos quedaremos.
Por eso cuando seis puertorriqueños se pararon frente al Congreso de los Estados Unidos a cantar la canción Oubau Moin, inspirada en el poema de nuestro poeta nacional Juan Antonio Corretjer, me hizo pensar que hay símbolos que son más poderosos que las armas. Me hizo sentirme sumamente orgulloso de ellos y sobre todo del colega y amigo, el actor Luis Enrique Romero, que tan pronto terminó de representar a Lucifer en la obra La Sataniada, decidió personarse al infierno azul de las tierras del norte, a cantarle a los gringos, que no saben nada sobre el río de Corozal, ni del río Manatuabón, o del río Cibuco. Así que cuando los arrestaron en el momento que cantaban la estrofa:
“Y gloria a las manos, a todas las manos que hoy trabajanporque ellas construyen y saldrá de ellas la nueva patria liberada.¡La patria de todas las manos que trabajan!Para ellas y para su patria, ¡Alabanza!, ¡Alabanza!”
Fue que se despertó de nuevo ese sentimiento nacionalista que habita en mí y que estaba adormecido. Porque podrán ponerle veneno azul a nuestros símbolos, pero nos amarraremos a los enrejados de metal y gritaremos: ¡Este País nos pertenece!
Por eso parafraseo unas palabras de José Martí: Nuestro vino de plátano será amargo, pero es nuestro vino.


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