08/14/2006

Como producir teatro y hacerse rico en el intento.
Primera Parte.

Por Pedro Rodiz

Para producir teatro en Puerto Rico lo que se necesita es estar loco o desesperado. Luego, tienes que contactar a otros locos o desesperados y convencerlos de que a ti sí todo te va a salir bien. Y por último, jugar a la lotería electrónica y soñar que te harás rico en un instante. Porque con producir teatro, lo único que lograrás, es ser pobre toda la vida. Pero antes de intentar hacer tu sueño realidad debes atender unos asuntos burocráticos.
Primero tienes que ingeniarte un nombre para tu Corporación sin fines de lucro. Es sin fines de lucro porque siempre los que se lucran son otros, no tú. Elegido el nombre, vas al Departamento de Estado, buscas en la computadora, rogando al cielo que a nadie más se le haya ocurrido la ingeniosa identidad que quieres para tu empresa. Descubres que cuatro más lo han registrado antes que tú, pero como eres un optimista, le cambias alguna letra o le añades algo y ya. Asunto resuelto. Pagas los siete dólares. Esperas a que te atiendan. Te dan el papel, con el número de incorporación firmado por el Secretario de Estado. Al fin tienes compañía. Casi flotas por los aires al imaginarte todas las obras que montarás y que gustarán tanto que siempre tendrás las salas llenas.
Luego recuerdas que para poder montar tus obras en los teatros del estado necesitas una exclusión a la Ley de Promotores. Sí, porque se necesita estar certificado por el gobierno para poder ejercer la libertad de expresión que está garantizada en la Constitución. Te adelanto que para sacar ese documento debes obtener muchos otros primero. Solicitas un número de Seguro Social Patronal. Pero como la Isla es una colonia, hay que solicitarlo en Estados Unidos. Ya que tienes prisa lo radicas por teléfono. Eso sí, los agentes son muy diligentes y ese mismo día obtienes el número. Luego vas al Departamento de Hacienda para informar que existes. Pero como tú no quieres pagar contribuciones, no porque seas un evasor, sino porque reconoces que a duras penas el dinero que generarás dará para costear los proyectos. Radicas la solicitud de Exención Contributiva y allí una empleada te informará que tienes que hacer un cheque a nombre del Secretario de Hacienda por $300. Pero deberás ser paciente ya que esa solicitud no será examinada hasta tres años después, eso si eres bendecido por algún ángel de la guardia, porque no eres el único que ha solicitado indulgencias al gobierno. De ahí vas al Departamento de la Familia. No te engaño. Pedirás una Certificación Negativa de Deuda. Esto quiere decir que no debes pensión alimentaria. ¿Qué tiene esto que ver los hijos con la intención de hacer teatro? Te juro por Dios que no estoy capacitado para contestar eso. Nada, resignación que al gobierno no lo salva nadie.
En fin, sales de ese lugar y vas al CRIM, que no es otra cosa que la oficina que se encarga de cobrarte impuestos municipales por tus propiedades. Pero “estate” tranquilo porque tú no tienes donde caerte muerto. Le informas que operarás desde la modesta salita de la casa y todo lo resolverás por teléfono y por arcaico fax. Allí pagas dos dólares y te dan un papel que certifica que no debes nada. De ahí sales corriendo para la oficina de Patentes Municipales. Pides la exención ya que, como le habías explicado al empleado del CRIM, tu oficinita es en la casa. Ahora sí que estás listo para pedir la exclusión de la licencia de promotores. Vas contento porque te sacaste las fotos 2 x 2 en la que saliste espantoso. De camino te acuerdas que te falta el Certificado de Buena Conducta que expide la Policía de Puerto Rico. Te estacionas en el estacionamiento privado del complejo deportivo que queda justo al frente de la Comandancia, pagas un dólar, cruzas la avenida, te antojas de comerte un “hot dog” pero como tienes prisa por acabar, ignoras el hambre, y haces la gestión. Pagas $1.50 por el sello y en cuestión de minutos tienes el documento que garantiza que no has matado a nadie. Ahora sí que estás completo. Te diriges a una sucursal del Departamento de Hacienda para la exclusión. Allí te verifican todos los documentos. Pero tendrás que tachar la información que pusiste en la solicitud ya que las instrucciones están confusas. Donde pusiste tu nombre iba el de la compañía. Y claro, donde pusiste el nombre de la compañía imprimiste el nombre. Corregido eso con el fabuloso “liquid paper” te indican que te falta cuál va a ser el servicio público y que aportarás a la comunidad. Mientras sudas, te ingenias algo que tendrás que enviárselo por el fax que aún no has comprado. Entonces te entregan el documento que expira a final de año. Al fin puedes hacer teatro. De camino a casa piensa en cómo diablos vas a conseguir el dinero para financiar las obras de teatro.

08/06/2006

Ya no quiero ser Ícaro
Por Pedro Rodiz

Recientemente monté la obra Ícaro, una versión en la que Tere Marichal se inspiró en el mito griego del minotauro. En síntesis, la obra trata sobre Dédalo, el arquitecto que construyó el laberinto, está encerrado en el mismo junto con su hijo Ícaro. Ellos quieren escapar pero el laberinto es tan perfecto que la única forma de hacerlo, y escapar del minotauro, es por los cielos. Construyen unas alas con lo que encuentran a su alrededor. Logran hacerlo y burlan al minotauro. En el momento de la huida, Dédalo le advierte a Ícaro que no se acerque al sol ya que se pueden derretir sus alas. Ícaro se siente todopoderoso en los cielos, olvida los consejos de su padre, se acerca al astro y cae al vacío.
Este mito me hizo reflexionar sobre lo que vivimos en el teatro en Puerto Rico. Creo que los puertorriqueños nos hemos convencido que somos como Ícaro, con la osadía de creemos que todo lo podemos y de que nos sentimos invencibles. Hacemos piruetas y malabares creyéndonos indestructibles, que somos los mejores del mundo en todo lo que hacemos. Pero si diéramos una mirada más de cerca al personaje nos percataríamos de que tratar de ser Ícaro es como dar un salto al vacío, es un proyecto destinado al fracaso.
Estamos metidos dentro de un laberinto del que no podemos – o no queremos – escapar. Se me antoja que el laberinto que hemos construido y con el deliramos, lo llevamos dentro y hasta que no lo aceptemos no podremos escapar de él. Un minotauro nos acecha para devorarnos. Ese minotauro no es más que nuestra propia comodidad. Es también la neblina que nos ciega y nos impide ver nuestras posibilidades de crecimiento y de autogestión. A veces parece que estamos más pendientes al rastro de las míseras migajas de ayudas que ofrece el gobierno. Y no reconocemos que los del gobierno están más pendientes a involucrarse situaciones superficiales y estériles, que a apoyar a los trabajadores y trabajadoras del teatro y del arte en general.
Por eso ya no quiero ser como Ícaro. El verdadero modelo de progreso está en nos veamos reflejado en el arquitecto Dédalo. Él construyó unas alas con los escasos recursos que tenía a su disposición en el laberinto. En vez de frustrarse con las comodidades que debía o que merecía tener, se enfocó en lo esencial, y escapó del laberinto… fue libre. Ícaro, en cambio, quiso volar más allá de sus posibilidades y cayó al vacío.
Son muchas los obstáculos los que se nos presentan como callejones sin salidas. Es el momento de cuestionarnos cuál será la ruta a seguir: ¿daremos vueltas y vueltas dentro del laberinto? ¿Seguiremos el rastro de destrucción de los minotauros? ¿Marcharemos tras el proyecto de fracaso que significa creernos Ícaro? O nos inspiraremos en Dédalo para reconstruir nuestro teatro con lo que tenemos, con lo que somos… a nuestra imagen y semejanza.


Free Web Site Counter