Peaje (Fragmento de una novela inconclusa)
De Pedro Rodiz
Capítulo
Dos
Cambio
exacto.
Te digo que Primitivo Dávila no es ningún pendejo, es
un gran tipo. La que es una hija de la gran puta es ella, la mujer de él.
Ángela, no me vengas ahora con tus discursitos feministas porque entonces sí
que no te cuento nada. Y no me mires así. Es una hija de puta. Qué culpa tengo
yo de que sea mujer. Si fuera hombre, diría lo mismo. ¿Quieres que te cuente o no? Digo, la que va
a escribir la novela eres tú, si no quieres oír lo que pasó, ese es tu
problema.
Pues como te había dicho, Primitivo trabajaba en el
peaje de Caguas Norte. Era el que más tiempo llevaba trabajando allí. Yo le
decía que no iba a durar mucho en ese
lugar, que ahora que el gobierno había puesto los Auto Expresos todos se quedarían sin trabajo. Y tú sabes lo que me dijo, que la gente en este
país no cambia los hábitos. Que las personas seguirían pidiendo cambio. Y qué
razón tenía ese condenado. Seis años después todavía la gente no ha comprado el
jodió ticketcito ese y siguen haciendo fila como unos mamaos para buscar cambio.
Yo soy uno de ellos.
Y fíjate Ángela, yo creo que tiene que ver con una
cuestión de sexo. Ahí te doy la razón. A la gente le gusta esa mierda de meter
la monedita en la totita para que se levante vallita. Esa valla es una pinga
que se para derechita. ¿No te has fijado? Pero esa reflexión no vino de mí,
surgió de Primitivo. Y estoy de acuerdo con él.
Él es uno de esos tipos que tienen una sabiduría
callejera para todo, menos para lo que tiene que ver con su matrimonio. Porque
ahí sí que es bruto con cojones. Yo te digo la verdad, no sé como ese hombre no
está preso, cómo no la ha matado todavía. Te juro que no sé cómo le aguantó
tanto ese santo varón.
El
mismo día que cumplió cuarenta y siete años, fue promovido de la caseta de cambio,
a mover los carritos de metal con las monedas,
hasta llevarlos a la bóveda. Ese tipo jamás se va a olvidar de ese
cumpleaños. Soy yo y no lo olvido, imagínate él. Estaba tan emocionado por su ascenso, que
decidió salir más temprano para irse a celebrar con su mujer, con la Sacha
Arce. Uno nunca debería confiar en una mujer que tiene nombre de perra. No la
defiendas, que esa mordió la mano que le dio de comer. ¿Es o no es una perra?
Que yo sepa, él no tenía novia hasta que la conoció.
Tras un breve y ardiente noviazgo, se casó con ella. Imagínate, lo tenía loco, si ese tipo no
había visto nunca ni un pelo en un jabón.
Y de pronto esa tipa lo viró como media. Tú sabes que es verdad, cuando
una mujer se le mete algo en la cabeza, no hay Dios que la detenga.
Mira que se lo
dije, no te cases con esa mujer, que vas a sufrir. Pero no me escuchó, me mandó
para el carajo. Nunca me había hablado malo hasta ese día. Yo le dije: jódete.
Y a la verdad que se jodió. Me siento hasta responsable. No debí coger personal
el insulto. Ahora me lo estaría agradeciendo.
Esa mujer lo jodió desde el mismo día de la boda. Pues
resulta que la Sacha tenía un vecinito con el que supuestamente perdió la
virginidad. Nada, cosas de chamaquitos. Estaban experimentando. El asunto es
que parece que ellos fuetearon juntos por mucho tiempo. Luego, cada cual siguió
su camino. Él después tuvo sus novias, y ella sus novios. Pero entre dejada y
dejada, les entraba la bellaquera y volvían a encontrarse. Pero nada, era una
cuestión de queso solamente. ¿Y cómo quieres que le diga a eso? Si lo que
tenían era un queso de cabra de esas que tiran para el monte. Pues tanto
estuvieron, que el mismo día de la boda, y te lo cuento porque lo vi, yo estaba
en la barra y le pedí al bartender un vinillo, un Lambrusco rosadito, con
hielito, limón y un removedor, tú sabes, como nos gusta a los dos. Y mientras
me metía en mi boquita el néctar, escuché el revolú. Resulta que ellos para
despedirse, para quitarse la leche cortá, decidieron hacerlo por última vez en
el baño de la recepción. ¡Mira qué cosa
tan bella! Hacerlo en la recepción que pagó el novio, con todos los familiares
y amigos del novio presente. ¿Y adivina quién los cogió? ¿Quién va a ser?
Primitivo. Se ha formado este sal pa’ fuera que para qué te cuento. Hay que
tener valor para hacer una cosa así, ni yo me atrevería a tanto. Ni siquiera
contigo, Ángela, y mira que nosotros hemos hecho cada locura en cuanta cuneta
se nos ocurría. No te vengas a culear ahora. Y el descarado del vecino se llevó
hasta la liga. No, el bizcocho me lo llevé yo para casa. Tú lo sabes, si tú
fuiste a que te lo comiste. Te la pasabas comiéndome el bizcochito y pasándole
la legüita al “frostin”
Pues el asunto fue que Primitivo terminó en el hospital,
porque para colmo, el amiguito de ella era más fuerte que él y le dio una pela.
La Sacha esa se fue para allá, llorando, le dijo que no era lo que parecía, que
ella no quería al tipo, que al que
quería era a él. Que prefería hacerlo así, de una buena vez porque ella no
quería pegárselas nunca. Que todo es su culpa, que no quería hacerle daño. Que eso fue un acto medicinal y terapéutico.
Y el buenazo de Primitivo le dijo: ¿Cómo
pudiste? No he dormido, no he podido comer y llevo todo el día llorando y encima vino un enfermero y me metió el deo
en el culo para hacerme el examen de la próstata cuando lo que me duele son
costillas. Si sabes que me muero por ti, ¿por qué lo hiciste con él? Y en mi cara, Sacha, en mi cara. Yo lo único que he hecho es amarte. Lo tenían todo planificado. ¿Qué ganabas con
joderme de esa forma, Sacha, qué ganabas? Entonces Primitivo hizo lo que hacen
todos los hombres de la pradera: la perdonó.
Una vez, después de muchos años, le pregunté que
porque la había perdonado esa humillación y me dijo: “cuando uno ama de verdad,
perdona todo”. Luego de la reconciliación, se fueron a vivir a la casa que
había heredado de su madre y la que no tuvo que disputarla con nadie por ser
hijo único. En ese momento no tenía
vicios. El único contacto que tuvo con el cigarrillo fue cuando era chamaquito.
Encontró una colilla de cigarrillo, la prendió, aspiró, se ahogó y hasta ahí
llegó el vicio. Es limpio, de hablar pausado y de buen talante. Pero Sacha
Arce, por su parte¸ para ese entonces
tenía 32 años, era temperamental y fumaba como demente. Era de vagina hiperactiva e insaciable. Según
lo que averigüé, tuvo múltiples amantes
antes de conocer a Primitivo. Y que después de muchos encuentros casuales y arriesgados, hastiada
de sus ardores al orinar, entendió que debía establecerse con alguien que no tuviera muchas complicaciones. Así fue
que se fijó en Primitivo. Vio en él un espécimen vulnerable y de fácil manejo.
Lo sedujo sin dificultad con un poco sexo –somos tan débiles, lo que hacemos
por echar un polvo- y por su habilidad
por hacerse la víctima.
Una vez se le
instaló en la casa, entendió que su futuro estaba arreglado. Por terror a su
madre, que la amenazó de matarla si quedaba preña en la adolescencia, fue que
empezó a tomar pastillas anticonceptivas,
que se las tragaba como si fuera pop corn. Según dicen las malas
lenguas, le salieron unos quistes que tuvieron que removerle la matriz.
Pero tú sabes lo que dicen por ahí, que un animal
ponzoñoso nunca deja de serlo. Y en algún momento le tenía que picar la pelúa a
la Sacha. El asunto es que le picó y se la rascaron el mismo día que a
Primitivo de le dieron el ascenso. Pues
ese día, después de dos años monótonos de matrimonio, Primitivo Dávila llegó a
la casa más temprano de lo usual para darle la noticia a su esposita. Al entrar,
escuchó unos gemidos, que por lo fuerte pensó que alguien estaba matando a su
mujer. Y así mismo fue, la estaban matando pero de placer. Al ella ver a
Primitivo en la puerta del cuarto, desde la cama nupcial, mientras un tipo la
clavaba con gusto y gana, ella le gritó:
“Qué carajos tú haces ahí, lárgate para el carajo que no he terminado”.
Cabizbajo, Primitivo se dirigió a la sala mientras oía lo que le decía al otro: “Y tú sigue en lo
tuyo”.
Al rato, salió
el individuo del cuarto, vistiendo únicamente
con los pantalones cortos de
Primitivo. Le ofreció un cigarrillo al atónito marido. Y le dijo:
-No te preocupes por eso, no le des mucho casco. Eso
no es nada, estas son cosas que pasan. No fue tu culpa. Lo superarás.
Sacha, después del excitante encuentro sexual con
clavadista, y ante el gesto de humillación que le mostró su esposo, hizo lo que
mejor sabía hacer: manipularlo emocionalmente. Tenía la habilidad de presentar
los hechos de tal manera que Primitivo terminaba sintiéndose culpable.
No pienses que Sacha se aprovechaba de Primitivo sin
sentir nada por él. Al contrario, había desarrollado una especie de cariño hacia él casi de madre. Sabía cómo
manejarlo y darlo de lo poco que necesitaba para ser feliz. Lo veía como a un
cactus, que con unas gotitas de cariño, vivía contento.
Días después
del suceso, Sacha le dijo a Primitivo:
-Papo se viene a vivir con nosotros. -¿Qué?
-Bendito, él no tiene a donde ir. ¿Tú no pretenderás que viva en calle?
-¿Y dónde va a dormir?
-Pues en nuestra cama, tú sabes que es grande y ahí cabemos los tres.
Y en ese instante entré yo por la puerta con varias maletas y un montón de cajas. Así fue como el pobre Primitivo tuvo que mantenernos a su esposa y mí. Y menos mal que el pobre hombre me recibió con la boca abierta, porque si no, no estaría hablando ahora contigo. Estaría muerto, desmembrado en alguna cuneta.