09/13/2007

Un día a la vez

Por Pedro Rodiz

Hoy cumplió su primer año mi pequeño saltimbanqui. Me levanté a la hora de siempre para ir al trabajo, lo desperté y él rápidamente se puso en pie sin aún haber abierto bien los ojos. Nunca se levanta con morra. De inmediato me regaló su sonrisa de ocho dientes y me alzó los brazos para que lo sacara de la cuna.
Le di un beso, lo abracé, lo felicité por su natalicio, y casi en susurro, le canté una canción de cumpleaños, una que aprendí hace mucho tiempo en Venezuela. También al oído, le dije que lo amaba.
Demás está decir que él todavía no entiende eso de cumplir años, realmente ese primer año lo cumplimos mi esposa y yo. Ella también se levantó, y después de felicitarlo, lo besó.
Es inevitable pensar que hace un año, a esa misma hora que lo levanté, mi esposa rompió fuente. Ese niño se adelantó cuatro semanas. Fue impaciente, ¿a quién habrá salido? Estuvimos en el hospital desde las 7:00 a.m. hasta las 11:47 de la noche que fue que salió al mundo, que llegó a mi mundo para transformarlo y virarlo boca arriba.
Puede que lo que cuente ahora suene clichoso, pero tan pronto mi esposa lo expulsó de su vientre, algo dentro mí se activó. Es una sensación jamás sentida o experimentada. Fue como si algo primitivo se manifestara de manera frenética para amar incondicionalmente a ese saltimbanqui, a ese ser tan frágil que depende constantemente de los cuidados de la madre y de los míos.
Así que cuando me fui al trabajo, me dieron muchas ganas de llorar, -¡tan pendejo!-, porque ese día no lo podía pasar con él ya que compromisos de trabajo me lo impedían. Y ya por la noche, estaría en los ensayos de la obra Cualquier martes ceno en París. Me pregunté si valía la pena, no pasar tiempo con mi hijo, por estar ensayando. Y no es la primera vez que me pasa, que el día de mi cumpleaños o el de mi esposa, o el de algún familiar cercano, tengo que pasarla en algún escenario. Y los cargos de conciencia son terribles. ¿Qué es más importante, la familia o el teatro? Para mí, las dos son igualmente importantes aunque por razones diametralmente opuestas. Se me hace difícil trazar una raya.
En la obra hay varios momentos, muy íntimos, muy míos, en la que hago alusión a asuntos personales y familiares. Y hay específicamente hay dos relatos, que para mí, son fundamentales en la obra, que pertenecen a mi vida privada y que las comparto con el público. Uno de ellos es sobre detalles del pequeño saltimbanqui, aunque no todo, y el otro sobre la muerte de mi madre, y los dos sucesos ocurrieron durante este mismo año.
Unos zapatitos que se usan como utilería pertenecen a mi chiquito. Pero no son cualquier zapatitos, ésos son los que conservaré para toda la vida ya que son su primer calzado.
Recuerdo una vez, en los primeros meses, cuando él estaba tratando de virarse, hizo un esfuerzo tremendo, pero no lo lograba. Me dieron unas ganas inmensas e instintivas de ayudarlo, pero con dolor en el alma no lo hice, él tenía que aprender solito. Y así lo hizo.
Ser teatrista y criar hijos son faenas difíciles, porque una le resta tiempo a la otra. Son incontables las veces que he estado sentado en la computadora escribiendo o reescribiendo alguna escena de alguna obra y tan pronto escucho su llanto, tengo que dejar de hacer lo que estoy haciendo para salir corriendo a atenderlo. Me paraliza sus gritos. Y no hay melodía tan gratificante como la de escucharlo reír.
Yo no sé cual sea la experiencia de otras personas, pero indudablemente, la paternidad me ha hecho mejor artista, veo la vida desde otra perspectiva. Y eso se refleja en los trabajos de dirección y de dramaturgia. ¿Cómo es posible que un ser tan pequeño pueda causar cambios tan inmensos y radicales?
Por eso, que los tres cumplamos ese primer año, es una gran hazaña. Desde el principio nos propusimos que sería un día a la vez. Y así pienso ahora del teatro, que debe hacerse un día a la vez.
Por las tarde, lo tomo de la mano y lo ayudo a caminar. Ya casi lo hace solito. Gatea y se mete por todos lados, agarra lo que esté a su alcance, y sin encomendarse a nadie, se lo mete a la boca. Y cuando lo regaño o lo saco de donde no debe estar, se ríe. En fin, es todo un saltimbanqui.


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