09/09/2007

Al mejor director

Por Pedro Rodiz

- Profesor, ¿por qué nunca monta obras experimentales? Le pregunté a Dean Zayas, un día cuando todavía era estudiante universitario y actor del Teatro Rodante.
- ¿Acaso montar clásicos no es otra forma de experimentar? Me contestó con su peculiar forma de decir las cosas.
Me hubiese gustado decir unas palabras en el homenaje que se le dedicara el viernes pasado, con motivo de la apertura del XXIX Festival de Teatro de Caguas, pero las mías se hubiesen quedado minúsculas ante tanto elogio merecido.
Cuando entré al Departamento de Drama, ya corrían muchas historias sobre Dean, de que si era esto, que si era lo otro, y eso hizo que me intimidara. Así que la primera vez que lo conocí, estaba a la defensiva. Al poco tiempo comprendí que todo eran rumores de pasillo, y que el “cuco” no era tan “cuco” na’. En vez de eso, conocí a una persona sumamente sensible, a un hombre apasionado de la dirección escénica y el teatro en general, meticuloso en el estudio hasta el punto de ser casi un erudito, y con un extraordinario sentido del humor, una mezcla extraña entre lo ironía, cinismo y sarcasmo, que con cada comentario hacía que me tirara al piso a reírme sin control. Aún las veces cuando el comentario iba dirigido hacia mí.
Pero si algo aprendí prontamente fue a no tomar sus comentarios, a nivel personal. Porque nunca lo fueron. Muchas veces eran comentarios dirigidos a mi trabajo como actor. Así que la actitud, después de reírme, era arreglar lo que estaba mal encaminado.
Antes de ser dramaturgo y productor, me convertí en director. Y esa influencia se la debo al maestro. Una vez, tuvo que acortar un curso, uno de dicción, porque tenía que montar una obra de Lorca en España. Así que para que el curso no se quedara tan corto, le pedí que me dejara montar una pieza corta de Ramón del Valle Inclán: Ligazón. Y así lo me lo permitió. No sólo eso, sino que hizo arreglos para que la presentación fuese en el Julia de Burgos, que para ese entonces, era casi imposible de usar por los estudiantes. Eso fue vital, ese respaldo y acto de confianza fue fundamental en mi carrera como director. Demás está decir que no le fallé.
Los trabajos de dirección del maestro siempre son presentaciones impecables. Uno puede diferir en cómo se pudo haber conceptualizado la obra, pero de que están bien montadas sus puestas en escena, no cabe la menor duda. Si se pudiese ilustrar su forma de dirigir sería algo así: los personajes llegan, se establecen, componen, vuelven a componer y salen. Es sencillo, limpio y efectivo. Digo, lo explico así, medio simplón, pero es más complejo que eso. Hay todo un concepto detrás de todo esto y cada movimiento está justificado.
Para esos tiempos, tenía veintipico de años, y a esa edad, uno se cree que se come a los niños crudos. Un día recibí una gran lección. Creía saber cómo era que Dean dirigía. Y fui su asistente de director en una de las muchas puestas en escena que ha hecho de la obra: La casa de Bernarda Alba. Tan pronto comenzó el bloqueo, que daba movimiento a los personajes que hablaban, pero había otros movimientos –y muchos- para las que no lo hacían, creando cientos de combinaciones, me di cuenta que estaba ante un gran maestro de la dirección. Y que estaba atrás, años luz, de su dominio del movimiento. Cuando uno veía el conjunto del trabajo, todo funcionaba de manera orgánica, pero verlo de cerca, tan cerca como yo lo estaba, era para decirle usted y tenga. Ahí aprendí humildad.
Toda la vida le he dicho Profesor. A pesar de que siempre me dio la confianza de llamarlo por su nombre, nunca he podido hacerlo. Con lo años he aprendido que no importa cuanto se progrese, cuánto conocimiento se adquiera, los maestros siempre sabrán más que uno. Llevan un caudal de experiencia por delante. Y eso sabiduría lo da la vida.
Así, que esa noche del viernes, al ser realzado tantos logros, me emocioné. Me emocioné por él y por su legado al País. Porque soy parte de lo que deja. Se cosecha de lo que se siembra.
Pensé que pudo haber sido rico en cualquier parte del mundo, sin embargo decidió regresar a Puerto Rico, a hacer carrera. Dean, indudablemente es parte de la historia del teatro puertorriqueño, por sus impecables montajes. Eso no se lo quita nadie. Pero creo que su mayor contribución no es esa, sino la de haber influenciado y educado a tantos y a tantos artistas del teatro. ¿Qué nos hubiésemos hecho, si él no hubiese estado? Esa oportunidad de haber actuado en casi todos los estilos clásicos, y que es una oportunidad única en su clase, que compite con cualquier formación universitaria del extranjero, es tan valiosa que se me hace casi imposible expresarla con palabras. Él siempre dice, que si uno domina los clásicos, puede dominar cualquier tipo de caracterización o cualquier estilo. Y para mí, hacer Siglo de Oro, es de lo más difícil en el teatro, más complicado y complejo que hacer Shakespeare. Y él domina esos movimientos en forma de S y en forma de C como nadie. Y ni hablar de cuando uno se comía algún verso. Detenía el ensayo y preguntaba si a la línea no le faltaba algo. Todas las veces que detuvo, siempre faltaba algún verso. Era como si se hubiese memorizado la obra palabra a palabra. ¿Cómo lo hace? Eso habría que preguntárselo a él.
Esa pasión por la dirección escénica es algo contagiosa. Cuando siento que estoy perdiendo el norte, en secreto, me escabullo a ver algunos de sus montajes, y salgo renovado, con ese regocijo que da el haber presenciado un buen trabajo, nuevamente.
En el teatro Luis M. Arcelay, para su dedicatoria, había un nutrido grupo de amigos y discípulos, pero faltaron muchos. ¿Qué pasó que no llegaron? No lo sé. Pero creo que se merecía que todos los artistas del teatro del País estuviésemos allí. Pero esto no desmerece el reconocimiento, ni opaca su trayectoria. Los que estuvimos, fuimos una vez más testigos y parte de la historia, de la que se escribe y de la que se transmitirá por la tradición oral.
Así que quedo más que honrado que una de mis obras, Cualquier martes ceno en París, sea parte del Festival que le dedican. Sin su influencia, ésta, ni ninguna de mis obras, existiría. ¡Enhorabuena!


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