09/18/2007

Segundas funciones

Por Pedro Rodiz

Puede ser que sea alguna maldición ya borrada de la conciencia colectiva de los teatristas. Pero se nos ha metido en lo más hondo de la siquis. A lo mejor es un virus, algo que se nos pegó a través de las esporas del asbesto que tenían los telones del Teatro Universitario. Quizás es algo más profundo, algo que viene con el código genético. Porque nos pasa a todos, no importa donde se haga la función: la segunda es un desastre.
Lo viví como universitario, y lo sigo experimentando como profesional. No importa dónde se estrene, ni cuándo, ni cuánto se hable de esto, de nada sirve prepararse: es un desastre anunciado.
La resignación es unánime. Luego de esa función, los actores se encogen de hombros y dicen: “fue la segunda función, mañana saldrá bien”. Y efectivamente, al otro día, y las funciones subsiguientes, no tienen ningún problema.
La única explicación lógica que le he podido encontrar para explicar lo inexplicable es que en el estreno todos los actores están con los niveles de estrés bien elevados, la adrenalina fluye a millón, y esto hace que todos estén alertas. Y cuando viene la segunda, se baja la guardia, y viene lo irremediable.
El problema con esto es que, por regla general –salvo en contadas excepciones- los estrenos se realizan viernes, así que cuando llega esta función es sábado, el día en que más lleno está el teatro y cuando van los críticos. Ese día la presentación es una mierda, los “cues” de luces o sonido se adelantan o se atrasan, el ritmo de la obra se va de vacaciones, y los actores parecen que están en otra obra. Se comenten los errores más estúpidos y la obra se hunde como el Titanic. Lo que no tengo muy claro es si el público se da cuenta de esto.
Y el que más sufre de todos es el director, que es el que sabe con exactitud cómo debe quedar la presentación. Porque si la obra sale bien, el texto es maravilloso, y los actores se botaron. Pero cuando sale mal, ¿de quién es la culpa? Del director.
Esto ocurrió en la función del sábado de Cualquier martes ceno en París. ¡Qué mala quedó! Es impresionante ver cómo de un día para otro, todo se transforma en otro montaje, en algo irreconocible. Es como si se estuviera en una pesadilla, de esas en las que uno se esfuerza por despertar y no lo logra.
Algo similar ocurre en los ensayos generales. Un mal ensayo general augura un buen estreno. Pero cómo sufro cuando en el ensayo general todo sale bien. Como amuleto ante esta maldición, busco siempre alguna falla y finjo enojos con tal de que parezca que todo salió mal… por si acaso.
Por lo pronto, me pregunto si esto sólo nos ocurre a los teatristas puertorriqueños o es un mal de la profesión. Si alguien sabe, que hable ahora o que se le joda la segunda función para siempre.


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