07/19/2007

Reírse de pie

Por Pedro Rodiz

Una vez, en una conversación que sostuve con el dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra, hizo un comentario que me pareció de lo más interesante. Él, que es uno de los mejores dramaturgos latinoamericanos, que es siquiatra de profesión, me dijo en aquel momento que le fascinaban los “stand up comedy”. Que se iba a ver cuando espectáculo cómico apareciera. A Marco Antonio le parecía fascinante el cómo estos comediantes hacían reír a la gente. De hecho, llegó a escribir varios “stand up comedy” allá en Chile. Además que sus obras están salpicadas de buen humor.
Una de las primeras cosas que nos enseñan en las clases de actuación es que es más fácil hacer llorar a una persona que hacerla reír. Es algo que nunca se me ha olvidado por lo certero del comentario. En esta etapa de mi vida como dramaturgo, estoy en lo que he denominado una etapa de transición. Los trabajos que escribo en la actualidad son comedias. Y quiero confesarles que escuchar a la gente reírse a carcajadas por algo que he escrito, me produce un placer inmenso, casi orgásmico.
En Puerto Rico no tenemos tanta tradición de los “stand up comedy”. Para hacer reír, además de talento, de dominio escénico, del control de “timing” – si se alarga o se adelanta un final, se dañó el chiste, por mejor que sea – también se necesita lo que se conoce un buen material. Y no siempre se consigue. Los mejores son los vivenciales.
Todavía no he escuchado un concepto en español que defina esta modalidad de hacer comedia. La traducción literal sería comedia parada, o comedia de pie, pero uno no dice: vamos a ver una comedia de pie, suena raro. Así que algo que no me gusta de esta “comedia de pie” a es que se brinca de un tema a otra con suma facilidad. Y eso, aunque suele ser muy gracioso escuchar a una persona hacer chiste tras chiste durante un buen rato, tiende a ser poco teatral.
¿En qué se diferencia un monólogo cómico al “stand up comedy”? Pues en eso mismo, que un monólogo cómico es una obra de teatro, tiene una trama y una estructura sólida. Lo otro es hacer reír por hacer reír.
Es por eso que me he dedicado a escribir monólogos cómicos pero montados con la estructura y la agilidad del “stand up comedy”. Y la experiencia es deliciosa. Porque se hace una obra, un unipersonal pero con la efectividad de ese otro medio.
Y eso es algo que se logra con la obra El chicle de Britney Spears. La gente se ríe durante toda la obra, menos en el final. Ahí me tomo la libertad de cambiar abruptamente la estructura de la comedia con sus finales felices y/o graciosos y muestro a los personajes con sus complejidades. Y el efecto es agridulce.
Una vez, el amigo Orlando Rodríguez me criticó eso mismo, que por qué la obra de El chicle de Britney Spears no terminaba con un final gracioso. Y la razón es me interesa hacer un comentario a la sociedad aunque eso implique comprometer la estructura. Es como decirles: ríete, pero ojo, nuestra realidad es patética. Y la única forma de digerirla es riéndote.
Así, que cuando Marco Antonio de la Parra me hizo esa confesión, de que a él le encantaban los espectáculos cómicos, dejó en mí algo más que un simple comentario. Si a este dramaturgo, estudioso del comportamiento humano, le interesaba la comedia, es porque sabe de la profundidad de la misma.
Como puertorriqueño me parece fascinante que cada vez que sufrimos una desgracia, por más brutal y dolorosa que sea, le sacamos punta y reírse a carcajadas. Los mejores chistes los he escuchado en las funerarias. Y eso nos hace, desde mi punto de vista, un pueblo saludable en cuanto a superar desgracias se refiere.


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