06/27/2007

Lecturas dramatizadas

Por Pedro Rodiz

Ya concluyó el taller de dramaturgia que ofreció Tere Martínez en la Universidad del Turabo. Y debo decir que fue todo un éxito. El trabajo final consistió en hacer una lectura dramatizada de todas las escenas que los participantes habíamos escrito en estas tres semanas.
Debo confesar que no soy muy amante a las lecturas dramatizadas. De hecho, esta es la tercera vez que lo hago. La primara fue cuando aún era estudiante de drama. Hice la “lectura” de la obra Obituario de Oscar Schmidhuber en la que actuaron Alfredo Galván y Ricardo Díaz. Realmente no fue una lectura, ya que la escenografía eran papeles con el texto impreso alrededor de todo el escenario y del mobiliario. Y según se movían los actores, ahí estaba la letra. Es más, el texto se les proyectaba encima. Fue bien interesante pero no fue realmente lectura. Por el trabajo que estaba pasando al montarla, preferí que se la memorizaran. Así que hice trampa.
La segunda experiencia fue con una obra que escribió Modesto Lacén, Momen, que era sobre la vida de Roberto Clemente. Fue un montaje completo sólo que con el texto en la mano. Es una pena que no haya montado para el público. Y la tercera fue en esta semana.
Me dice Tere Martínez que en Nueva York es muy común este tipo de experiencia. Claro, hay subvenciones para que se materialice. Esto le da la oportunidad a los dramaturgos de presentar su trabajo y recibir críticas, para luego hacer el montaje.
Así que a pesar de estar en desacuerdo con el proceso, me parece que en esta ocasión, era meritorio que se hiciera la lectura. Por el corto tiempo del taller, era bien difícil que las obras estuviesen terminadas. Además, fue un aliciente para los participantes que esto se diera a conocer, ya que les proveía la gran oportunidad de escuchar sus palabras escritas dichas por otras personas. Y la experiencia resultó provechosa. Al fin y al cabo se escribe teatro para representarse. Así muchos se percataron de las deficiencias y las fortalezas de sus escenas. Y la mayoría está motivada para escribir la obra completa.
Otro que también va a hacer lecturas dramatizadas es Aravind Enrique Adyanthaya allá en la Casa Cruz de Luna durante el fin de semana. Qué muchas cosas hace Aravind. Y qué variedad. Es admirable.
Así que esto de las lecturas puede ser una gran alternativa para ir limpiando los textos antes de que se presenten al público. Así podríamos tener el insumo de otras personas. Por supuesto, de personas que de verdad estuviesen comprometidas con la dramaturgia nuestra.
Pero lo que realmente fue valioso, desde mi punto de vista, ya tengo experiencia escribiendo obras de teatro, es la cantidad de historias que tiene la gente para contar. Es interesantísimo escucharlas. Es más, fue un privilegio conocer de primera mano historias familiares. Algunas graciosas, pero la mayoría, desgarradoras. Realmente vivimos en un País fantástico. No sólo porque esto se parece a la Isla de la Fantasía, si no por el enorme material inédito que existe, de gente común y corriente, que viven y ocultan situaciones. Esas vivencias en el escenario parecerían exageradas o absurdas.
Y es que algo que hemos perdido, por estar espaciados mirándonos el ombligo, es el arte de conversar. En esto es que radica la riqueza de nuestra dramaturgia. (Claro, aparte de la investigación – aunque reconozco que la conversación es una fuente primaria cuando se investiga- imaginación y el talento.) Ya que son historias nuestras pero que a la misma vez son universales.
Por último, quiero decir, que compartir con Tere Martínez fue una gran experiencia. Es encontrarse con alguien que ama tanto la dramaturgia como yo, que ella en New York y yo acá remamos hacia un mismo lado. Y lo maravilloso es que se creó un puente sólido de hermandad.


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