05/27/2007

El olvido
Obra de teatro

Por Pedro Rodiz

(Encontré este trabajo que realicé para una clase de la maestría. El ejercicio consistía en narrar un suceso de nuestros días como si fuera una obra de teatro griego. Es aterrador entender que las tragedias no son cosas del pasado, siguen vigentes.)

Al fondo del escenario una plataforma con escalera que representará el área de
trabajo de Cardona Miranda. Frente al proscenio, en un primer plano, vemos la
parte delantera de un Suzuki Gran Vitara. Un hombre sube con prisa las escaleras.
De espaldas, hablando por un celular, está Cardona.

Samaritano: ¿Es aquí el lugar dónde labora el dueño del vehículo Suzuki Gran Vitara que está estacionado afuera?

Cardona: Es aquí. Yo soy Cardona Miranda, que durante días interminables, trabajo para el bienestar de mi esposa y de mis hijos.

Samaritano: A interrumpiros llego, porque unos gemidos terribles escuché, que conmueven hasta la más dura piedra, y que provienen del transporte antes mencionado.

Cardona: ¿Es acaso de algún animal, que pinchado y herido, yace debajo del carruaje?

Samaritano: Me temo que es mucho más que eso.

Cardona: Muy despacio habla tu boca y muy rápida imagina mi mente. Hablad, que el mal está ya presente en mi corazón.

Samaritano: Es de una niña pequeña, que abandonada a la suerte de las Parcas, agoniza por el calor.

Cardona: ¡Ay de mí! Creo que en mi afán por el trabajo, he olvidado a la más frágil de mis criaturas. Dime, ¿aún respira?

Samaritano: Hasta antes de subir, muy débiles los quejidos eran.

Cardona: Mis temores aumentan. Aterrado estoy. Rápido, avisad a las autoridades, antes que el destino, con su aliento letal, sofoque a mi angelito. (Sale rápidamente.)

Samaritano: Mis piernas no son tan ágiles como mi voluntad. (Sale. Entra el coro de oficinistas.)

Coro: Con angustiosa curiosidad hemos escuchado lo que con trémula voz pronunció el mensajero. Arrodillados y suplicantes le pedimos al Rey del Cielo para que la más tierna de los Miranda, ningún mal le acontezca. (Se escuchan los llantos de Cardona) A nuestros oídos llegan los gemidos lastimeros que taladran nuestras almas. Alguna desgracia ha ocurrido. Hacia allá nos dirigimos para auxiliar en lo que podamos. (El Coro baja las escaleras y se desplaza hacia el vehículo. Tan pronto se acercan, un policía los detiene.)

Policía: Mantenerse alejado es lo prudente. Mejor es no ver lo que por descuido un hombre es capaz de cometer.

Supervisor: Contad sin dilación, que la ansiedad por saber, lo reclama.

Policía: Terribles, terribles las penas que embargan a ese padre de familia. Una niña, de meses de nacida, quedó encerrada en el auto desde esta mañana. Al enterarse el padre, horas después, corrió de un lado a otro dando alaridos de dolor. Abrió la puerta, y abalanzándose sobre la criatura, la tomó en brazos. Una veterinaria, que por allí trabaja, se acercó. Juntó sus labios con los de la agónica niña. Nada puede hacerse ya para salvarla. El padre soltó un horrible rugido. Nadie, con un poco de sensibilidad, podría dejar de compadecerse. Al suelo rodó y mascullando unas sacrílegas palabras, que me son imposibles de repetir, se desgarró la camisa como buscando consuelo en ello. Mirad, aquí viene, cargando el cuerpo inerte de la hija. (Llega Cardona con la niña en brazos.)

Cardona: ¡Ay, ay, ay! En qué clase de monstruo me he convertido. El trabajo me obligó a clavar mis ojos en las tareas mañaneras y me hizo olvidar a esta pobre inocente, que me fue encomendada por mi esposa para que la cuidara. Aquí está su cuerpecito. Mírenlo y juzguen al malvado que la abandonó a su suerte. ¡Ay desdichado de mí! ¿Cómo podré afrontar esta terrible desgracia? ¡Qué triste es darse cuenta de que el descuido sólo trae calamidades! Atad fuertes mis manos y mis tobillos. Encerradme en la celda más oscura del rincón más apartado. Porque la muerte de esta niña ha sido mi culpa. Caiga sobre mí todos los males del infierno. No debo llamarme más humano. ¡Oh Dios, cuando mi esposa lo sepa! ¿Cómo explicarle? Sería mejor para mí el no haber nacido nunca.

Supervisor: Estás tú diciendo, y ella que con rostro de madre que intuye la desgracia, se acerca.

Gladys: ¿Es acaso esa niña, que viste de azul con sandalias negras, mi hija?

Cardona: Soy yo el culpable de todos los males. (Gladys le quita el cuerpo inerte de la niña.)

Gladys: Entonces es cierto el abominable relato que me contaron.

Cardona: Soy el más torpe de los mortales.

Gladys: Su cuerpo aún está caliente. ¡Ay, que desventurada soy! ¿Qué malignos pensamientos cruzaban por tu mente, que te hicieron olvidar el fruto del que alguna vez fue amor?

Cardona: Nada soy.

Gladys: Eres el ser más perverso sobre la tierra. Espero que te pudras en el infierno.
(Entre sollozos le canta una canción de cuna a la muerta.) “Mi niña bonita, no quiero que llores, que mamá te va a cuidar, con sus bendiciones...”

Cardona: ¡Que se abra el suelo y la tierra en este instante!

Policía: Ante estas desgracias, lo mejor es que busquemos ayuda médica. En momentos de dolor, la lengua es como el veneno de serpiente. (El Policía se lleva a Cardona casi a rastras. Otro oficial acompaña a la madre. Mientras se alejan, se escuchan gritos de dolor.)

Supervisor: Habitantes que nos observan. Aprended de este suceso. Vean en que torbellinos de desgracias, se han visto estas dos buenas personas, por el afán del trabajo y del lucro. Así, que si tienen hijos, no despeguen sus ojos de ellos, ya que cualquier desgracia ocurrirá antes de que te des cuenta de ello. (Sale el Coro silencioso.)


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