04/21/2007

Reseñita sobre El chicle de Briney Spears, de Pedro Rodiz
Por Freddy Acevedo

En medio del fervor que recientemente causó el escandalito de Britney Spears al legitimar su actitud “al garete” ante la vida, Pedro Rodiz estrenó una obra que, precisamente, nos hace conscientes de una nueva religión que ha ido surgiendo en nuestra Cultura Pop. La POP-religión, el POP-fanatismo, el “POP-pop-POP” de cuando uno masca, estira, sopla y explota el chicle: El chicle de Britney Spears. Pedro Rodiz, a quien recordamos por recientes estrenos, como El complejo de Edipo y Cualquier martes ceno en Paris —y quien, últimamente, ha estrenado más obras que CUALQUIER otro dramaturgo puertorriqueño— nos trae un monólogo interactivo en el que la realidad superficial de la farándula azota la mente “fashion” de un reportero del mundo del espectáculo. Compartiré, pues, con ustedes esta “experiencia religiosa” con sabor a “tutti i frutti” ensalivado, que subió a escena en el Teatro Coribantes el 20 de abril de 2007 y que seguirá en cartelera hasta el 29 de abril, con funciones viernes y sábado a las 8:30pm y domingos a las 6:00pm.
Eli (interpretado por Ricardo Álvarez) es un escritor de columnas dedicadas al mundo del glamour, el chisme, y las noticias de las celebridades. Su “look” y actitud de perra-güevera- mamona-“queer” y asexual, va de conformidad con lo que los medios de comunicación masiva pintan como el/la expert@, el predicador, (o pitonisa) de esta “nueva religión” del vulgo. Eli nos invita a una fiesta, a un “get-together” en su casa, e invita a algunos miembros del público, quienes a su vez serán utilizados como encarnaciones inmediatas de figuras como Brat Pitt, Jennifer Aniston, entre otras… Estas encarnaciones inmediatas son utilizadas por Eli para comentar con el público su sentir ante los líos amorosos de las estrellas. Que si Bratt no debió haber dejado a Jennifer, que si Angelina Jolie es una víbora y madre internacional, en fin, toda esa información que alimenta las vidas de millones de fanáticos/feligreses pendientes al suculento manjar espiritual que las celebridades y sus rollos tienen que ofrecer. Cabe destacar que Rodiz hace una excelente analogía entre la religión tradicional y la nueva iconografía religiosa del mundo del espectáculo. Analogías que traban una interesante relación entre Madonna y la Virgen María, Michael Jackson y los Santos Cojones de los puertorriqueños, entre otros detalles, son algunos de los temas que va explorando el personaje Eli con su retórica “queer” y que nos remite al santo templo del “Access Hollywood”, de los canales de farándula y del vano mundo de las apariencias. Se percibe una notable influencia de conceptos filosóficos de la antiguedad en el teatro de Rodiz y cómo éste logra retratar nuestro entorno basándose en problemáticas intelectuales milenarias. El funcionamiento de la vida humana, las pasiones y lo que va conformando nuestra existencia, haciendo de lo no-esencial “lo esencial”, se ve criticado en esta obra de Rodiz, que con un humor simpático y asertivo hace que nos riamos de nuestra propia ridiculez. Esta ridiculez de transportar la tradición de las reliquias religiosas a la compra venta de artículos de las celebridades por Ebay, por ejemplo, desemboca en la compra de un chicle masticado por Britney Spears. Este valioso “item”, según nos hace saber Eli, costó $14,000 y cuelga en todo momento dentro de una urna transparente, en clara alusión a las esperanzas cifradas en aquello que simboliza un cambio en la vida del ser humano, la redención o la satisfacción de las necesidades espirituales de las personas, apoyada en un objeto inservible. La crítica a esa redención que alegadamente provee cualquier religión se manifiesta en el cambio drástico que se da en la persona de Eli, quien desnuda su decepción ante la vida por no haber logrado su sueño de triunfar como bailarín en Nueva York. Eli arremete contra quienes premian la mediocridad y desnuda su alma denunciándose a sí mismo como un plagiador de artículos de la Associated Press y que, a pesar de eso, fue premiado como el mejor periodista de 2005. La frustación, la verdadera angustia del ser no realizado y que se da cuenta que nada de lo que se nos vende como salvación o vía de escape, es la nota final de esta obra de Pedro Rodiz, que cae como anillo al dedo ante la realidad que día a día vivimos como sujetos a merced de la propaganda y de lo vanal.
Esta obra está realizada expresamente para que el público se divierta y para que de forma jocosa reflexione ante la dura realidad de la superficialidad, que día a día gana más adeptos y que se configura como vocación. La actuación por parte de Ricardo Álvarez fue una estupenda, dentro de lo que el personaje exigía. Los manerismos de este reportero “queer” fueron bien manejados por parte de Álvarez, quien, al final, transformó efectivamente el tono del personaje dándole un matiz encabronado de grave decepción. Sin embargo, Álvarez se apoyó en su talento natural y, para quienes conocemos su trabajo, nos dio la impresión de que el estreno fue su ensayo general. Algunos ad libs por parte del actor pudieron dar fe de esto: El personaje en uno de los momentos, al pedirle a las chicas del público que estaban en el escenario que tuviesen cuidado con la mesa que “estaba acabada de pintar” nos delató —a aquellos que estamos al tanto de lo accidentado de un estreno teatral— que había detalles que no habían sido bien atendidos en el proceso y que se estaban realizando por primera vez. Eso sí, Ricardo con su seguridad y su formulita de “a pesar de todo, lo tengo to’ controlao” pudo disimular algunos de los descuidos o peripecias de primer día de estreno, con la auto-promesa de “cuadrarlo bien, ya para las próximas funciones.” (Bueno, juzgen ustedes: o yo soy un paranoico del teatro o no se me escapa una ;) Sin embargo, Ricardo Álvarez es una actor talentosísimo: quizás se apoye en eso, pero no está mal. Fue todo un deleite gozar de su arte. (Allá los “actorcitos” que ni talento tienen y los vemos en las tablas haciendo que nos lamentemos del dinero que invertimos pa’ verlos, junto con los taxes y el jodío cargo por sevicio.) Junto a Ricardo estuvieron Nahomi Bonafoux y Bryan Villarini, quienes interpretaron a las bailarinas gemelas “Mary Kate y Ashley”. Su desempeño fue fabuloso y lleno de chispeante comicidad. Las actitudes de “monaguillo de la Cultura Pop” que exhibían ambos personajes engranaba formidablemente con la propuesta y con la caracterización de Eli como un cura o ministro de esta “fe”. Bryan Villarini, quien también tuvo a su cargo la coreografía, lució tan despampanante, que muchos de los varones acudimos al “Baño de Caballeros Luis Francisco Ojeda” a descargar nuestras tensiones. Considero que deberían tener papel toalla, ya que el papel de rollo se desmenuza con facilidad.
La dirección de la pieza, a cargo del autor, es sencilla y muy bien cuidada. Los elementos visuales y sonoros no pudieron ser más atractivos. Como toda una obra relacionada a la Cultura Pop, los elementosm fueron así mismo: bien POP. El decorado del escenario, a cargo de Lorena Nazario, fue uno completamente alusivo al estilo del Arte Pop que impulsaron figuras como Andy Warhol, en el siglo XX. De hecho, el piso pintado con figuras de celebridades como Michael Jackson, Britney, Madonna y el propio protagonista en fondos con colores complementarios, nos remitieron a la obra de Warhol, además de las inmensas latas de sopas Campbell’s que servían como tiestos para las plantas que formaban parte del diseño escenográfico. La única crítica es que las latas de sopas Campbell’s no se veían desde donde estaba concentrada la totalidad del público. Sólo se apreciaban cuando uno entraba al teatro, pero quedaban ocultas detrás de la columna. Una idea así de genial debe explotarse al máximo, Lorena, recuerda eso bien. La iluminación y el sonido se conjugaron de manera muy efectiva, ya que éxitos musicales, como “Beat it” de Michael Jackson, “Like a Virgin” de Madonna y el himno de todo sagitariano, “Oops!... I did it again”, de Britney Spears, nos fascinaron, en especial al ver el juego de luces junto a la coreografía y entusiasmo del actor y las bailarinas en escena (Cabe destacar que tanto Britney Spears, como Brat Pitt, Ricardo Álvarez y quien escribe esta reseña somos sagitarianos. Nada… esos son detalles de cultura popular.) Todos estos elementos en conjunto hicieron de la experiencia de El chicle de Britney Spears una llena de sabor y mucho pop-pop-pop. Enhorabuena, y que sigan surgiendo proyectos tan divertidos y con suficiente profundidad intelectual como este.


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