05/21/2007

Entre barbas y tirantes
Por Pedro Rodiz

El viernes fui a ver el proyecto de Aravind Enrique Adyanthaya: El piano. Salí temprano de mi casa, porque según decía la promoción, la entrada era libre de costo. Así que pensé, que si no me daba prisa, no encontraría asiento. Error. La sala, aunque no estaba vacía, no llegaba ni a la mitad de su capacidad.
-¿Qué pasó?- pensé. Un proyecto como este, que es parte de un Festival de Teatro Puertorriqueño, gratis, lo menos que uno esperaría es encontrar la sala repleta. Ni aún así la gente salió de sus casas a ver teatro. Así que el problema no es de precios no de otra cosa. Lo que sí me llamó la atención fue que el público masculino que asistió, en su mayoría, tenía barba.
-A lo mejor es que el director está utilizando las técnicas de Eugenio Barba- reflexioné en mi acostumbrado morbo.
Por la parte de arriba, en el segundo piso, se montró –o debo decir asomó- Aravind con un vestuario sostenido con tirantes. Me pareció tan teatral, digo, quien lo conoce sabe que tiene un porte muy teatral, miraba hacia el público como buscando a alguien, o a algo, que al parecer nunca encontró.
-¡Qué manera de empezar! Susurré, y casi me avergoncé de que el barbú de al lado me hubiese escuchado. Pero no, no era parte de la obra… debió serlo. Hasta saludó a algunos de los asistentes. ¡Qué valor hacer esto minutos antes de comenzar!
Debo confesar que yo conozco a Aravind hace mucho tiempo, bueno, conocía su obra, ya que cuando aún era estudiante del Departamento de Drama, monté una obra suya. La obra cayó en mis manos gracias al maestro Dean Zayas que me la dio a leer y quedé enamorado de la pieza. Era inspirado en un suceso del Mahabaratha. La obra se llama Kacha y Devayani. Y la monté en lo que en ese momento era el merendero de Humanidades: un rancho que parecía más un establo que otra cosa. En ese momento no conocía a Aravind, pero me fascinó su forma de narrar.
Años después tuve la dicha de conocerlo en persona y todo gracias a Adriana Pantoja. Ella realizó un encuentro de dramaturgos, en el Ateneo, y tanto él como yo fuimos parte de los conferenciantes. Y antes de eso, vi una obra suya, que la premiaron en un Certamen de Dramaturgia del Instituto de Cultura Puertorriqueña y que lamentablemente no recuerdo el título.
Oírlo hablar es fascinante. Son de esas personas que combinan la sabiduría con la humildad. Y me atrevo a decir que es uno de nuestros más brillantes pensadores del quehacer teatral puertorriqueño. Allí hablé con él. Es un hombre accesible y divertido. Se supone que estudiara medicina, creo que por capricho de su padre, y gracias a Dios o a los dioses vaya usted a saber, terminó haciendo teatro. Luego de concluir su maestría se trasladó a San Germán y heredó una casona la que convirtió en el Teatro Cruz de la Luna. Espacio que ha sido un oasis para esa zona.
Pues les decía que vi su propuesta El piano, inspirados en unos cuentos y poesías de José Liboy. Confieso mi ignorancia. No conozco ni a José Liboy ni su trabajo. Me enfrenté virginalmente a ellos por primera vez. La obra comienza con una narración de Aravind. Alguien del público se levantó, también con tirantes pero sin barba, y continúo la presentación. Al abrirse el telón, dos estructuras o escaleras, tipo de esas en la que se trepan los salvavidas en las playas, cuando se trepan, y allí como dos torres de ajedrez custodiaban a una mujer encapuchada y desnuda que estaba erguida en una escalera más pequeña. Luego se mezclo las proyecciones fílmicas con la actuación.
Aclaro que no diré si me gustó o no, porque ese tipo de proyecto no está diseñado para esa clase de apreciación. Aravind tiene una estética bien rara. Y está bien pensada de esa forma, porque el condenado tiene un doctorado en esta pendejá, así que todo lo que está en escena es intencional, nada es gratuito o fortuito. Curiosamente, en sus trabajos no hay belleza. Sí incluye el humor, pero es un humor muy extraño, ni siquiera es ácido (la mayoría lo conoce como humor negro, pero ese concepto es racista, así que lo llamaré humor ácido). Pues les decía que su propuesta es bien rara. Nadie en Puerto Rico hace ese tipo de teatro, bueno, ahora que lo pienso, sí se ha hecho, pero lo he visto más en la danza moderna.
Es una mezcla de surrealismo con postmodernismo. Le da un aire antiguo pero a la vez contemporáneo. Y con moderno me refiero a lo fragmentado, a imágenes que al parecer no están conectadas pero que a la misma vez lo están. Como les mencioné es bien raro. (Es la tercera vez que digo que es raro, ¿no les parece raro?) Lo que puedo decir con certeza es que su trabajo es único y que no es para todo público. ¿Cómo ha podido sobrevivir en el área sur con este tipo de teatro? Es un misterio. Quizás es que acá en el Área Metropolitana nos creemos que cagamos más arriba del culo y menospreciamos cualquier tipo de propuesta que no sea como la nuestra. Quizás él esté más adelantado – no lo pongo en duda- y nosotros todavía estamos influenciados por el teatro de la caña.
Fue bien refrescante ver su propuesta. Aunque la mitad de ella no la entendiera. Pero la vida es así, a veces no se entiende. Se vive, punto. Ver su trabajo, me voló la mente. Me hizo pensar en una idea que tenía olvidada y que es un buen momento para escribirla. Así que si su trabajo logró tocar a una persona, en este caso a mí, valió la pena. ¿Acaso esto no es lo que pretende el arte? ¿Tocar a la gente y transformarla?
No me dejaré crecer la barba ni me pondré tirantes pero sí escribiré una obra. Gracias Aravind.


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