07/24/2007

El chicle por los adoquines.

Por Pedro Rodiz

Ya, desde el viernes 20 de julio, estoy presentando en el Nuyorican Café El chicle de Britney Spears y seguirá todos los viernes hasta que se le acabe el dulce al chicle. Juanra, el dueño del local, ha sido muy amable. Permitió que ensayáramos en lugar, con todo y acondicionador de aire encendido. Si uno lo ve por la calles del Viejo San Juan, jamás imaginaría que él es el dueño del Nuyorican y del hotel que le queda al lado. Viste de forma casual, con su pelo largo amarrado como rabo de caballo y una barba abundante. Parece un extranjero.
No es la primera vez que hago un montaje para una barra. Hace ya unos años presenté una obra en Rumba. La obra la titulamos Las tres caras de Junior y era una mezcla de varios textos de Dario Fo con otro material. Pero la dinámica era bien diferente.
Como les decía, hicimos el montaje mismo viernes. Mi equipo de trabajo y yo llegamos como a las 2:30 p.m. Tratar de llevar una escenografía por las calles de San Juan es un poco complicado ya que las calles son estrechas y abundan los carros. Estacioné mi guagüita en el “parking” de Doña Fela y caminé hasta el local con parte de la utilería. De camino al sitio, no dejaba de mirar tanto las calles como a los turistas. Y es una sensación bien extraña porque es como sentir vergüenza a ajena y propia. San Juan es la cara del País. Y esa cara está sucia, desarreglada y con lagañas. Todos los martes llegan los cruceros y sueltan a los turistas como reces. Todavía no he visto a ningún guía contando la historia de las edificaciones como sucede en otros países, que te cuentan, con un orgullo inmenso la historia de su patria. Los turistas que se aventuran por sus pantalones a caminar por las calles adoquinadas, lucen desconcertados y perdidos. Y deberían verles las caras que ponen cada vez que se tropiezan con los deambulantes en cada esquina.
Las calles, además de que apestan, están sucias. Y aunque no me faltan las ganas de acusar al gobierno por esto, que también es parte del problema, no es menos cierto que la culpa es de las personas que visitan la histórica cuidad porque arrojan basura al piso. Aquello está lleno de vasos y de colillas de cigarrillos. No hay brigada de limpieza que pueda con este empuje.
Recuerdo que cuando visité la zona histórica de Praga, que estaba protegida por la UNESCO, igual que el Viejo San Juan, no permiten el flujo de autos. Aquello estaba lleno de turistas. No vi a ninguno de los turistas quejarse por tener que caminar. Y esto debería hacerse en San Juan: debe ser de los peatones. Claro, para esto hay crear varios sitios de estacionamiento, que permitan que los residentes estacionen sin costo alguno, pero que incluya algún sistema de “trolleys” para que la gente con algún impedimento o cansancio se pasee por las calles sin tropiezos. Para esto hay que cambiar la mentalidad. Es dejarse de idioteces y pensar en el bien del País. Además, caminar es lo que están recomendando los cardiólogos a todos los que salimos con los triglicéridos altos debido a la dieta caribeña.
Todo esto pensé mientras llegaba al callejón. Ya en dos horas todo estaba dispuesto para la función. Sólo faltaba que llegara la gente.
Cerca de la hora de comenzar la función, me senté en una de las mesitas de afuera a observar a la gente que pasa por allí. Poco a poco el local se llenó. Me fui a la parte de atrás porque quería ver cómo reaccionaba la gente en este ambiente de bulla. Recuerden que es una barra y que la disposición de las sillas es diferente a la de los teatros. El público ya se había dado una que otra cerveza. Al principio, Ricardo Álvarez entró un poco frío al escenario. Pero nada de que lamentarse. Una de las bocinas del sistema de sonido del local estaba creando un sonido maléfico que amenazaba con dañar la función. En la parte de atrás, donde estaban los mozos, continuaron su trabajo como si allí no estuviese pasando nada. Lo mismo sonaba el teléfono, que comentaban en voz alta, que servían una cerveza. Pero a mitad de obra, fue que Ricardo agarró a todos. De pronto, se hizo un silencio en el local, todos estaban pendientes a lo que en escena ocurría. En ese momento fue que aquello dejó de ser una barra para convertirse en un teatro. Y todos, incluyendo a los mozos, se quedaron pegados con la obra. Luego de concluida la función, recogimos, delante de los presentes, porque allí, a las once, toca una bandita.
Cuando me fui, luego de la satisfacción de haber realizado un buen trabajo, todo el callejón estaba lleno de gente, en su mayoría jóvenes que no pasan de veinticinco años, que buscan, en el elixir de los dioses, un poco de felicidad y de escapismo.
La primera prueba de hacer una obra en el Nuyorican fue un éxito. Cuento con que la gente corra la voz para que otros se den la vuelta. Vale la pena la experiencia. Además de que San Juan por las noches, con todos sus defectos, es mágico.


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