03/03/2007

Latinoamericanos somos todos
De: Pedro Rodiz
(Un artículo que escribí en la maestría en defensa del idioma y de nuestras costumbres latinas)

Puerto Rico es verde. “Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verde rama” como diría Federico García Lorca. Pero no piensen que es simplemente verde. La infinidad de este color es una símil de la vida del puertorriqueño… es la metáfora de toda nuestra América. La variedad es lo que nos distingue. Toda América Latina es verde, aunque a veces traten de pintarla de gris.
Compartimos un mismo nacimiento. Crecimos bajo el yugo español. Por cuatro siglos no maduramos. Nos quedamos verdes. Luego, como si fuésemos un racimo de guineos verdes, pasamos a ser parte de otra nación. No elegimos. Trataron de imponernos un idioma, una cultura, una visión de mundo. Hemos sobrevivido. Son más de cien años de resistencia pacífica. Aunque disfrutamos de su moneda verde, nos sentimos más identificados con nuestros amigos latinoamericanos. Nos une el idioma español, que no nos lo quita nadie.
Isabel Allende, cuentista chilena, se casó con un estadounidense. Ella cuenta que, por lo general, se comunican en inglés, pero cuando hablan de amor, lo hacen en el español. “Porque el amor se hace en español”. Nuestro idioma es uno jugoso, moldeable y de muchas posibilidades. Para mencionar un ejemplo, en inglés, para el verbo amar se usa “love” y “loves”. En castellano, para el mismo
verbo, usamos el yo amo, tú amas, él ama, nosotros nos amamos y por ahí seguimos todos amándonos.
Las palabras en nuestra lengua son cómo una receta para cocinar. Hay que mezclar todos los ingredientes, esperar a que se cocinen y listo. El gran poeta Pablo Neruda menciona que las palabras son tan versátiles que las quiere poner todas en sus poemas. Si él estuviera vivo y estuviese aquí estoy seguro de que nos diría que “a las palabras las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejillo, las libero… las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola…”
Coincido con Pablo, “todo está en la palabra”. Nos une una misma idea. Y a una idea se le cambia todo el sentido si se cambia una palabra a otro lugar. He llegado a pensar que nuestro idioma es como las frituras, que a todo el mundo le gustan aunque engorden. Mientras más grasa tenga, mejor sabe.
Confieso que soy un fanático del Siglo de Oro Español. Las aportaciones que le hizo Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca tanto a la literatura como al idioma son invaluables. Ellos eran amantes del lenguaje, degustadores de la palabra. Muchas de las obras de estos poetas están al mismo nivel de las obras del dramaturgo inglés William Shakespeare. Lo que pasa es que no han tenido la misma difusión. Y es que el español es un idioma muy complejo. Sino pregúntele a un extranjero.
La lengua, aparte de que es el idioma propio de nuestros países latinoamericanos, es el órgano muscular situado en la cavidad de la boca y que sirve para la degustación de las comidas y las bebidas. Por tanto, es importante recalcar, que todo lo redactado, debe ser como la comida: tiene que estar bien presentada para que motive comérsela.
Los latinoamericanos que viven en los Estados Unidos, viven día a día, lo que es el discrimen. Luchan por sobrevivir en un país que no comparte nuestras costumbres, nuestro idioma, nuestra idiosincrasia, en fin, que no conocen nuestro sabor. El que el pasaporte de los puertorriqueños diga que somos ciudadanos americanos no quiere decir que sus habitantes nos traten como a los de su casa. Somos extranjeros en ese lugar en el que compartimos la ciudadanía. “Mamá borinquen me llama / Este país no es el mío / Borinquen es pura flama / Y aquí me muero de frío”. Así resumió uno de nuestros poetas el malestar de los puertorriqueños en los Estados Unidos. ¿Acaso no compartimos todos éste mismo sentir?
Los latinos nos reconocemos donde quiera que vayamos. La expresividad con que nos demostramos el afecto suele incomodar a más de algún estadounidense. No podemos evitarlo. Se nos sale por los poros.
Compartimos con América Latina una misma historia, una misma ilusión, una misma fe. Hemos visto como los Estados Unidos han hecho de nosotros lo que les ha dado la gana. Son como sapos. Estos anfibios los introdujeron en toda nuestras tierras, sabrá Dios con qué finalidad. Parecían inofensivos. Poco a poco, el sapo ha ido desplazando a las especies endémicas, o sea, a las especies que nos pertenecen como el coquí. Compiten por el mismo espacio y por el mismo alimento. Pero los sapos son más voraces. Son plagas que acaban con todo. Y la ranita nativa tiene que arrinconarse más y más.
Nos hemos convertidos en espectadores de nuestra propia historia. Mientras el mundo busca las ideas que los unen, los latinoamericanos buscamos las que nos separan. Aún contamos con una gran riqueza. No perdamos la esperanza. Y la esperanza la pintan de verde. Verde como nuestro continente. “Verde que te quiero verde. / Verde viento, verde rama”.


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