03/03/2007

La camándula: otro ejemplo de resistencia
Por Pedro Rodiz


Estoy ensayando la obra Cualquier martes ceno en París, de mi autoría, y que estrenará el 23 de marzo, en el Teatro Taller La camándula. Ese espacio lo administra Sonia Paniagua. Ella ofrece diferentes clases y/o cursos de teatro. También es utilizado por compañías de teatro como la mía como salón de ensayo. Y a buen precio. El mismo está ubicado en la urbanización que le queda a uno de los costados del inicio de la 65 de Infantería, tomando como referencia a Río Piedras. El local queda en un tercer piso. Una vez se entra, se llega al salón principal. A mano derecha, está la oficina custodiada por dos salones de clases. Al extremo izquierda, tomando como punto focal el salón principal, está la amplia terraza.
A Sonia la conocí hace par de años cuando se fundó la Unión de Productores de Teatro, que presidía Rafael Rojas. Aunque ya había escuchado de ella y visto algunas de sus producciones. Una de las más impresionantes puestas en escenas que he visto en el teatro puertorriqueño lo produjo Sonia. El proyecto estaba titulado con el nombre de Los gigantes nos tienen en sus cuentos. Y se presentó en la sala experimental del Centro de Bellas Artes. Pues como venía diciendo, ella fue parte de esa organización. La misma ya no existe por diversas razones que no vienen al caso en este artículo. Era una buena idea, mal implantada.
Pues Sonia, con su dedicación habitual, se encargo par de veces de coordinar talleres para los productores de teatro. Y lo hizo bien. Ella es una persona seria, dedicada a su trabajo, comprometida con sus hijos y un ser humano sin igual. Siempre está reinventándose, viendo cómo mejorar sus proyectos.
Luego que se disolvió la Unión, ella alquiló el local y desde entonces se ha empeñado en echarlo hacia delante. Y digo empeñado porque contrario a lo que la gente pudiese pensar, mantener un espacio como ese, abierto, es bien fuerte. Digo, porque se necesitan que se matriculen suficientes estudiantes como para generar lo necesario para el pago de alquiler, del agua, de la luz, la deuda de los gastos iniciales y otros gastos misceláneos e imprevistos, normales en este tipo de negocio.
Aún así, Sonia, que tiene un temple indómito, no se rinde o no se conforma. Ahora, el área de la terraza, la convirtió en un teatrito de alrededor de 50 butacas. Un teatrito encantador. Es el que uno desearía tener para hacer proyectos pequeños, de uno o dos actores.
Para algo lo abrá echo. Ya nos sorprenderá con alguna idea nueva. El teatrito lo construyó el maestro escenógrafo Checo Cuevas, su esposo, que es un mago al momento de transformar espacios.
Así que Sonia, contra todo pronóstico, sigue dando la batalla por el teatro. No se ha dejado minar el espíritu a pesar de las circunstancias económicas del País. Es otro ejemplo a emular.


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