03/13/2007

Homenaje a Rafael Ortiz:
Amigo y mentor

Por Pedro Rodiz

Existen personas de las que uno no quisiera despedirse nunca. Me ha tomado un año despedirme de don Rafa. Se me había hecho bien difícil hacerlo. Lo apreciaba muchísimo. Todavía lo recuerdo con mucho regocijo.
Lo conocí como para el 1995, no recuerdo bien la fecha exacta. El mundo de los muñecos hizo unas audiciones porque quería ampliar su banco de titiriteros. De las personas que audicionaron, me eligieron a mí. Nunca supe porque me escogieron ya que no fui el mejor de los que se presentaron. Creo que fue la química que desarrollé con don Rafa la que ayudó.
Para él, lo más importante en su vida era la familia, después el teatro, y por supuesto, el teatro con títeres. Según me contó, en sus innumerables cuentos, creó la compañía de títeres porque quería tener una actividad en la que pudiera compartir con sus hijos. De todos es sabido que el teatro tiende a alejarnos de la familia debido a la cantidad de horas que hay que dedicarle a los ensayos. En esa compañía pertenecían sus cuatro hijos: Noelia, Rey, Javier y Mirna. También se habían incorporado, en sus inicios, su primo José y Ramón López. Luego fueron llegando los demás: Karen Oliveras, que se casó con Javier; Rafael Marrero, cuando estaba casado con Mirna; Marilia, Silvia y yo, que fui de los últimos.
Ellos, siendo todavía adolescentes, participaron en un Festival Internacional de Teatro con Títeres y llevaron la obra Pinocho, una versión de Ángel Amaro. No sólo se llevaron el premio UNIMA, que es el máximo galardón que puede aspirar un titiritero, sino que uno de los primos, José, se inventó un títere único en el mundo: una mezcla del títere de la República Checa con el Bunraku japonés. Es un títere donde el titiritero está sentado en un carrito y maneja a un muñeco de cuerpo entero. La peculiaridad es que el de aquí, mueve la boca.
Cuando empecé en la compañía, ya ellos tenían muchos años de funcionamiento. No fue hasta que don Rafa se jubiló del Departamento de Educación, que decidieron convertir la compañía en una cooperativa-negocio familiar.
Fueron muchas las veces que don Rafa y doña Virgen me dieron alojamiento en su hogar. Las dos o tres funciones, que eran todos los días, las realizábamos en todas las escuelas públicas y privadas del País. Era un teatro rodante en miniatura. Todo, incluyéndonos, cabíamos en la guagua.
Noelia, la hija mayor, para ese tiempo, residía en Boston donde había completado una Maestría en Títeres, y hasta donde tengo entendido, es la única en la Isla que la posee. De ella hablaban maravillas, y su trabajo de tesis, que consistió en preparar un montaje, desde la confección de los títeres, el libreto y la puesta en escena, demostró su gran habilidad para el manejo de los muñecos. Ella utilizó la historia de Puerto Rico como punto de partida. La obra se llama Pajareo Boricua, y si algún día la ven anunciada, no se la pierdan. Es una joyita.
Compartí mucho con Javier, que era y es el presidente de la compañía, y porque habíamos estudiado juntos en el Departamento de Drama. Sabe manipular extraordinariamente los títeres, tanto con la mano derecha como con la izquierda. Es un maestro del manejo. Conoce el secreto de darle credibilidad al movimiento. Parece que los muñecos tienen vida.
Rey es el otro titiritero que tiene una gran habilidad para improvisar. Él, que suele ser un poco tímido, cuando maneja un títere, se transforma. La menor, Mirna, en ocasiones especiales, también participaba y lo hacía muy bien. El primo, José, se convirtió en un constructor fabuloso. Desarrolló una técnica que hace que sus títeres sean únicos, interesantes y de gran calidad.
Y todo estos buenos y excelentes artistas se forjaron bajo la visión y la tutela de don Rafa. Fue el autor intelectual de prácticamente todos los proyectos que produjo El mundo de los muñecos. Tenía un gran sentido del humor y una memoria envidiable para los datos y las historias del teatro puertorriqueño.
Siempre me habló de una obra de teatro que escribió, basada en las filosofías orientales. Yo me ofrecí para montarle la pieza. Pero nunca encontró el libreto. Esa es una de las obras que me hubiese encantado dirigir.
Cuando murió, no tuve el valor de ir a verlo. Todavía me acuerdo y me da mucho sentimiento. Es la persona más entusiasta y positiva que he conocido. Siempre le veía el lado bueno de las cosas. Y además, fue el que más me ha estimulado para que siguiera escribiendo. Me pidió que lo ayudara con los libretos de un programa de televisión que se llamaba: De la mano con los niños.
Hace unos meses que no escucho nada de la compañía. Sus razones tendrán. Las transiciones toman tiempo. Algo estarán preparando.
Así que, con estas cortas líneas, que espero sirvan como un humilde homenaje y a manera de agradecimiento infinito por la gentileza que tuvo de acogerme en el calor de su familia, me despido de un gran amigo, de un gran maestro.


Free Web Site Counter