08/15/2008

El oficio de escribir teatro

Por Pedro Rodiz

En estos últimos meses le he dado pensamiento a la palabra dramaturgo. Se presume que una persona que escribe teatro es un dramaturgo. Pero, ¿qué hace que una persona que escriba teatro se convierta en un dramaturgo/a? ¿Cuándo se es dramaturgo/a? ¿Cuántas obras tiene que escribir para serlo? ¿Se es dramaturgo/a tan pronto se estrena su primera obra? ¿O cuántas obras tiene que estrenar para serlo? ¿Y si sólo escribe una en la vida, es o deja de ser? ¿Se deja de ser dramaturgo/a o una vez se es no se deja de ser? ¿Tiene que tener estudios en teatro? ¿Cualquier persona lo puede ser aunque nunca haya estado en teatro? ¿Un/a novelista, por ejemplo que escriba una obra de teatro -que los/as hay- se convierte automáticamente en dramaturgo/a? ¿Y qué me dices de la calidad? Hago estas preguntas porque automáticamente se presume que se ES, pero a lo mejor todavía no se ES.
Así que decidí escribirles a unas personas -a quienes respeto profundamente- qué pensaban al respecto. Y esto fue lo que me contestaron:

Dr. José Luis Ramos Escobar

Como sabes, el término dramaturgo es heredado. En Alemania se le llama
Dramaturg al que trabaja el texto con el director durante el montaje. Playwright
en inglés traduciría mejor como escritor de teatro, término que prefiero. Obviamente, la vocación y la dedicación (entiéndase disciplina y perseverancia) son fundamentales. Entiendo vocación como el deseo unido a la necesidad de crear historias para el escenario. La vocación no es sólo producto de la voluntad
sino que precisa de la necesidad de crear, necesidad que surge de las posibilidades que uno va descubriendo en su interior de crear o morirse de abulia y aburrimiento. Es decir, la imaginación demuestra mediante claves extrañas que tenemos inquietudes, perspectivas o propensión a armar imágenes para el escenario. Esa imaginación no requiere estudios previos, sino experiencias, provocaciones al imaginario, en una palabra, contacto con el arte teatral. Muchos escritores de teatro se han hecho a partir del taller. Ser una persona de teatro es piedra angular para la escritura dramática. Los estudios refinan la propensión, le dan dirección a la intuición y ejercitan la imaginación, pero la experiencia directa con y desde el escenario puede suplir esas carencias.
La perseverancia es fundamental. Hay escritores que escriben dos o tres obras de peso y luego desaparecen. Fernando Sierra Berdecía es un buen ejemplo. La práctica continua enriquece la escritura y le brinda nuevos puntos de cotejo al escritor. René Marqués fue ese tipo de escritor dramático, pues pasó su vida escribiendo nuevas propuestas, a veces como resonancia de tendencias internacionales, digamos el absurdo, o como búsqueda asesina de la obra definitiva, pienso en Carnaval afuera, carnaval adentro o Sacrificio en el Monte Moriah. De manera que un escritor de teatro necesita trayectoria.
Los novelistas sueñan con la magia del escenario, pero no siempre se conjugan con igual logro la narración y el teatro. García Márquez no es escritor de teatro aunque tenga par de monólogos. Vargas Llosa es por mucho novelista, aunque le sigue seduciendo subirse al escenario. Algunos logran armonizar ambos universos, Vicente Leñero en México, Marco Antonio de la Parra en Chile, y claro, Anton Chéjov y Samuel Beckett.
La calidad, meta irrenunciable de todo escritor que se respete, es tan resbaladiza como indescifrable en toda su extensión. Pienso que habría que abordar criterios de estructuración dramática, caracterización de los personajes, gradación de la tensión en virtud de los conflictos planteados, uso imaginativo del lenguaje y los códigos teatrales, manejo concienzudo del tiempo y del espacio, pero sobre todo pienso en la recepción que tenga el texto representado. Dicha recepción establecerá la capacidad de resonancia que tenga la obra, su posibilidad de trascender en el tiempo y en el espacio y los efectos emocionales que pueda producir. No hablo sólo de comunión, pues hay muchas obras que se estructuran en virtud del enfrentamiento con los espectadores. Lo que una obra de calidad no puede producir es aletargamiento ni desidia. Quizás la palabra clave sea sorpresa. La obra debe sorprender, llevar al espectador por caminos inéditos y dejar huellas para cuando termine la función. Difícil, utópico dirían algunos, pero como ya dijo Serrat: “sin utopía, la vida sería un ensayo (general, añado) para la muerte”.

Dra. Rosalina Perales

Respecto a tus preguntas, no hay una respuesta exacta. Depende de quien defina lo que es un dramaturgo. Por ejemplo, para un conocido común es cualquier persona que escriba media página diciendo que es teatro. Para otros, es el que triunfa una o más veces con sus textos dramáticos; para otros es el que triunfa con una escenificación, textual o no y, podríamos continuar. Para mí es el que escribe y representa esos textos consistentemente, ascendiendo en calidad. Debe haber una adecuación entre contenido y forma que hagan de la a obra una comunicación artística importante. Eso a veces ocurre en su momento (Alfonso Paso) y luego el tiempo olvida estas personas demostrando que no escribieron textos de importancia duradera. Los que saben decir teatralmente como Shakespeare, los clásicos griegos o Lope, perduran a través del tiempo porque tienen algo que decir para todo el mundo, sin tiempo o lugar. Decía un escritor judío que para llamarse escritor había que haber roto unas mil páginas antes de publicar algo. Comprenderás que en nuestro País esa máxima no se conoce. Pienso que lo peor de nuestro teatro (y muchos otros de la modernidad (o Post) es que no hay respeto por el género ni seriedad. Todo el mundo se siente dramaturgo y cree que lo pueden hacer. Además, de saber teatro, hay que conocer sus trucos, técnicas y estructuras y... hay que dejar descansar lo que se escribe. Aquí no hay autocrítica o reflexión de las obras, por la premura. Se publican y montan calientitas del horno; cargadas de problemas lingüísticos, estructurales y de ausencias culturales que se podrían haber remediado de darles más tiempo y más pensamiento. Algunos performeros y los de la danza teatro se han adelantado en la originalidad y creatividad que ha perdido nuestro teatro. En otras palabras, ser dramaturgo, para mí, es decir algo importante escénicamente de forma entretenida, con arte y originalidad. Acomodarse a los cambios de los tiempos en la forma y quedarse en la profundidad de los clásicos en el contenido. ¿Los temas? Modernos o antiguos, sirven todos; lo importante es como los tratamos.


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