07/28/2008

Pausas y descansos

Por Pedro Rodiz

Después de algún proyecto, de esos en los que estoy involucrado de una manera u otra en todas las facetas creativas como los que hago para ADN-R tengo que hacer una pausa y descansar. Esto es así porque los trabajos de creación extrema me agotan física, emocional y creativamente.
Las pausas son tan importantes como la actividad. Y la inmovilidad –tal como lo definía la maestra Gilda Navarra- es un momento sublime. Una vez me tomo el descanso –casi obligado- siento una sensación de vacío, como si me faltara algo. Por unos días me la paso ansioso, buscando qué hacer. Por las noches, tengo sueños recurrentes –no, de esos no, ¡ojalá!. Sueño que estoy en mi cuarto y que tengo que accionar algún artefacto o mecanismo para que al cuarto no le pase algo, como que se inunde o se derrumbe por ejemplo. Al otro día vuelvo a soñar lo mismo, pero como en el día anterior no accioné lo que tenía que activar –que en el sueño me acuerdo de lo que es pero cuando despierto no recuerdo nada- pues se sigue deteriorando el cuarto. Y así, a la otra y a la siguiente noche. Son sueños de continuación, que no hice algo hasta que ocurre la “desgracia” o el “derrumbe” y entonces, no sueño más con eso.
Como ya me conozco, y para minimizar o bajar las revoluciones, trato de realizar pasatiempos pasivos pero que me ayuden a recuperar energías.
Lo primero que hago es trabajar en el patio del apartamento que por lo general es lo primero que descuido ante las urgencias de algún proyecto teatral. Eso de trabajar con las plantas me da un placer inmenso. Es como volver a lo básico, a conectarme con la naturaleza misma que es de donde proviene la vida, que a su vez, es el origen de la creación. Cuando murió la vieja, que le encantaba sembrar matas en latas de galletas “export sodas” porque vivía en un segundo piso, fue que empecé en estas labores. De una manera bien especial sentí que me conectaba con ella. Y esa sí que tenía buena mano para las plantas: todo lo que sembraba, se prendía.
Pero no es lo único, también comienzo a todo lo que me caiga en las manos y en estricto desorden de preferencia. En este último mes, me he leído, entre las que se destacan El juego del Ángel de Carlos Ruiz Safón. Esa es una precuela –aunque se escribió después de libro que ha vendido copias a montón – de La sombra del Viento del mismo autor. Es un libro bien interesante y entretenido. Mezcla lo fantástico con la intriga y te mantiene pegado hasta el final. No será el mejor novelista, pero me gusta como escribe. También me leí el libro de entrevistas a escritores puertorriqueños A viva voz de Carmen Dolores Hernández, que es un libro precioso además de un valor histórico invaluable. Me devoré –con un diccionario al lado por culpa de mi pobreza con el lenguaje- Mucén o el triunfo del patriotismo de Celedonio Luis Nebot de Padilla, que es la primera obra del Teatro Puertorriqueño y que tiene un estudio realizado por Roberto Ramos Perea. Esa obra amerita un comentario aparte, pero lo haré en otra ocasión ya que algún día la dirigiré. Es bien buena. Leí –de pie, mientras hacía fila para renovar la licencia de conducir la obra Esta noche no estoy para nadie del dramaturgo español Juan Carlos Rubio, obra que producirá Coopar y que tendré el privilegio de dirigir. Estrenará en septiembre del año en curso. Ahora mismo estoy leyendo El cantor de tango de uno de mis escritores favoritos: Tomás Eloy Martínez. Con esta novela me ha ocurrido algo bien interesante. En la trama se hace referencia al cuento El Aleph de Jorge Luis Borges. Y para mi vergüenza, nunca lo había leído. Son de esas lecturas que uno deja para después porque aparecen otros libros que se interponen y terminan colándose en mi mesita de noche. Así que detuve la lectura del El cantor de tango para leerme a Borges. Valió la pena. Entre medio de estas lecturas aproveché para releerme la Alegoría de las cavernas de Platón, que es el texto que uso como base para la obra que estoy trabajando con Freddy Acevedo, -que debo indicarles que ha tomado un giro inesperado y ingenioso- y el Prefacio del la Antología de teatro infantil puertorriqueño de la profesora y amiga Rosalina Perales. Y así, todo lo que tenga palabras, lo leo. No ha sido tanto como hubiese querido leer, pero recuerden que tengo al pequeño saltimbanqui que se acerca a los terribles dos y que requiere y demanda muuuuucha atención.
Con las plantas de mi patio, en el que tengo sembrado un palito de guayabas, metido entre las heliconias y una mata de fresas silvestres que me traje un hijito de una visita que hice a una finca en Cayey y un palito de acerolas entre muchas otras plantas y las lecturas he logrado recargarme de energías y ya estoy listo para los próximos proyectos. Ya pronto volveré a la actividad y a la escritura.


Free Web Site Counter