05/25/2008

Como producir teatro y hacerse rico en el intento.
Segunda Parte

Por Pedro Rodiz

Fui de los miles que recibió la cartita de Hacienda. La misma indicaba que no había rendido las planillas del IVU correspondientes al 2007. “Pero si no he tenido ingresos, por qué tengo que rendir esas planillas”. Un viernes decidí ir a una de las sucursales de Hacienda, la que queda en la marginal de la Kennedy, que es en la que se resuelven este tipo de problemas. Odio guiar para esta área. Yo no sé si han tenido que transitar por esa carretera, pero es un desastre, parece que se está en otra parte del planeta. A la una y treinta de la tarde, llovía copiosamente, me personé al lugar. “Tienes que venir por la mañana porque a esta hora ya no se reparten números”, me dijo la guardia de la entrada, que es la que orienta.
Me dirigí al ICP a entregar los últimos documentos que me faltaban para que se agilizara el proceso de llenar contrato de la obra infantil El libro mágico –al día de hoy no me han llamado para firmarlo ni tampoco he recibido el visto bueno de la Comisión Estatal de Elecciones para hacer la publicidad- . Cuando traté de salir de San Juan, otro disparate: estaba bloqueada la salida por una actividad a las 3:00 de la tarde.
Al otro día, volví a la misma marginal de la Kennedy. No había estacionamiento. Esperé pacientemente a que se desalojara uno. “Mira ver si cabes”, me dijo el que se iba. Le indiqué a la guardia a lo que venía. “Haga esa fila para que le den un turno”. Hago la fila, le explico a la empleada gubernamental que yo no tenía ingresos. Me entregó un número. Frente a mí, una persona alegó lo mismo, y también la que venía detrás. Y así sucesivamente con todos los que llegaron. Todos venían a lo mismo. Dan los doce, “esto se jodió, ahora es que se van a almorzar”, pensé. Tuve suerte, pasé adentro. “Tú lo que tienes que hacer es traer copia de la planilla sobre ingresos para hacerte una enmienda para que te sustituyan el certificado de comerciante verde por uno rojo. Pero tienes que llenar estas dieciséis planillas en cero. Te lleno una y tú repites la operación y las entregas al frente”. Le indico que también vengo por la compañía. Me entregó otras dieciséis planillas. “La planilla de la compañía sí está sellada, pero la personal no, porque esa la envié por correo”. Levantó las dos cejas como queriéndome decir que soy un morón por hacer eso. “Tienes que ir a Hacienda, pedir una copia certificada y entonces se te hace la enmienda”. Arranqué para Hacienda, la que queda frente al Ateneo Puertorriqueño. Doy varias vueltas y no consigo estacionamiento. “Es tarde, mejor voy vengo mañana. Así aprovecho y lleno las planillas”, me consolé.
Recibo llamada. “Para venderle funciones al Departamento de Educación necesitas estar en el Registro de Licitadores”. Verifico la lista de documentos que debo buscar. “No lo puedo creer”, me desconsolé.
Al otro día, volví a Hacienda, di varias vueltas, no había estacionamiento. Casi en la salida hay un espacio en línea amarilla. “O hago la gestión ahora o no la hago”. “Necesito una certificación negativa de deuda de la compañía”. “Sí, son $5” “Aquí tiene.” “También quiero una copia de mi planilla personal.” “Son $5, pero la gestión no se hace acá, tienes que hacer la fila” “¿Toda esa fila?” “Uhum. Próximo.” Decidí irme al CRIM, que queda en algún lugar deprimente de alguna esquina de Santurce. Pasé frente al Centro de Convenciones de Puerto Rico. Están construyendo una mole al frente, creo que es un hotel. Me molesté. El Centro de Convenciones es una edificación preciosa, que se ve imponente cuando se va hacia San Juan. Es de una arquitectura moderna, con líneas curvas, en un estilo aerodinámico. Como se debe construir en esta isla, que sugiera las curvas del oleaje. La única línea recta que tiene el mar es el horizonte. Y aquella construcción del hotel tenía la forma de un estacionamiento multipisos, una plasta de cemento, bloques, vigas y varillas. Cuando por fin se construye algo que es del orgullo de todos, le ponen una montaña de cemento al frente para que tape la vista. Lo único que justificaría ese adefesio sería que al finalizarse fuese más imponente aún que el Centro de Convenciones, cosa que dudo.
Llegué al CRIM. En toda el área metropolitana hacía sol menos en ese pedazo de Santurce. “Sí, mire, quiero sacar una certificación negativa. Es para una Corporación sin fines de lucro. Yo no tengo propiedades”. “Llénese es papel y lo entrega allá y espere que lo llamen. Cuando le entreguen el documento es que compra los sellos.” Me vuelven a dar las doce. “Esto no se hace aquí, esto no está en el sistema. Tiene que ir a Mueble e Inmuebles pero tiene que esperar a que sea la una”. Mejor vuelvo mañana. Regreso a la marginal, la mismo mierda que tanto odio de la Kennedy. Entrego las 32 planillas en cero del IVU. Me ponchan las treinta y dos copias.
Al otro día, regresé al CRIM. Volvió a llover en el mismo pedazo de Santurce, eso es como un “bunker”. Cuando me atendieron, una de las empleadas del cubículo continuo al mío se quejó en el momento que la oficial que me atendía salió a buscar unas copias. “Yo no he ni desayunado ni almorzado. Pero esto aquí es un relajo. Aquí dejan a la gente esperando y yo no puedo. Yo vengo de la empresa privada, me gusta atender a la gente. Prefiero quedarme con hambre. Los otros días dejaron a una muchacha esperando como dos horas. El gerente tenía que resolverle y yo no sé que estaba haciendo. Me dio una pena tremenda porque no pude ayudarla.” Me entregaron los documentos. Fui a Corporación del Fondo del Seguro del Estado. “Vengo para una certificación negativa”. “Eso no es aquí, tiene que ir al segundo piso del que queda en el edifico de San Francisco”. Llegué a toda prisa, sudando porque el acondicionador de aire de mi carro, se dañó. Cuando estaba llenando el papel que me otorgaba el turno, una muchacha me dice: “¿Tú eres Pedro?” La miré asombrado. “Sí”. “¿No te acuerdas de mí?”. La observé con detenimiento. “Soy Norma, de la José Campeche” Pasaron fracciones de segundos. “¡Norma!, tanto tiempo.” “Hay reunión de la clase el ocho de junio”, “¿Dónde?”, “En el Llanito”, “¿Dónde queda eso? Hace mucho que no voy a San Lorenzo”, “En Quemados, después del motel”. Sentí un ligero silencio y unas miradas punzantes y maliciosas de parte de todos los presentes. Aclaro que nunca he ido a ese motel. Lo que pasa es que es el único que hay en San Lorenzo, por eso la referencia. No sean mal pensados. Válgame, yo no veía a esa chica desde que me gradué de Escuela Superior y eso fue hace 20 años. De hecho, no he vuelto a ver a nadie desde entonces.
Después de un rato, me entregaron el documento requerido. Aproveché para ir al Departamento del Trabajo pero decidí irme en el tren –a perder mi virginidad ferroviaria- Fui a comprar el boleto. No entendí las instrucciones. Una empleada de mantenimiento se me acercó. “Le ayudo”. “¡Por favor!” Qué interesante. La persona de menos rango laboral fue la que me auxilió. Al minuto llegó el tren. Me he montado en trenes en otras partes del mundo y el nuestro está al mismo nivel. Me emocioné. Es una pena que tenga tan pocas estaciones y tan mal colocadas. No es viable para dejar el auto. Espero que eso mejore porque vale la pena. Me bajé en la Estación Domenech. Crucé la calle. “Tiene que ir al piso 9 y al 12”, me indicó la guardia luego que le dije a lo que iba.
Para mi sorpresa, las dos oficinas estaban vacías. Increíblemente salí rápido del lugar. Hice otras gestiones. No voy a seguir contando las 14 estaciones del vía crusis para llegar al calvario del Registro de Licitadores. “¡Cómo si nosotros vendiéramos salchichas!” como dice Rafael Rojas.
Así que contestándole a un anónimo que me comentó en la primera parte del artículo Como producir teatro y hacerse rico en el intento: “Si tanta profesión tienes porque esperas que sea el gobierno quien te mantenga”.
Anónimo: ¿Quién mantiene a quién? El Gobierno sólo mantiene a los que no tienen trabajo, a la gente de bajos recursos –muchos con necesidades reales, madres solteras, ancianos- Pero que no te quepa la menor duda de que el Gobierno no mantiene a la gente que hace teatro. Bastante tenemos que jodernos en gestiones –burocráticas y de papeleo- que en nada tienen que ver con nuestra profesión. Cuando reclamamos lo que nos pertenece por derecho propio, de lo que por orden natural se les facilita a los artistas en los países civilizados y de primer orden, nos dan migajas. La aportación que hace cualquier gobierno hacia las artes en general no es mantengo, es una inversión. Nuestro trabajo ayuda a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Y mucho de eso necesitamos en estos días de tanto desconsuelo y violencia. Así que oriéntate mejor antes de hablar.


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