04/30/2008

Conversatorio

Por Pedro Rodiz

Me quedé pensando en unas palabras que mencionó el arquitecto Jorge Rigau, autor de la obra Tornaviaje, en la Mesa redonda con los dramaturgos cuyas obras son partícipes en el Festival de Teatro Puertorriqueño de este año. El mismo se llevó a cabo hace dos semanas y llevó por título: El rol del dramaturgo en la sociedad puertorriqueña. Los panelistas fueron Jorge Rigau, Eugenio Monclova, Carlos Canales, Gamaliel Valle y Marieli Durán. Javier del Valle fungió como moderador. Sí, porque fui de los doce gatos –contando a los panelistas- que estuvimos allí sentados en el Teatro Victoria Espinosa escuchando las ponencias de los dramaturgos. Quisiera pensar que no fueron más personas porque ese era el último día para entregar la planilla y la gente tenía su pensamiento ocupada en mentarle la madre al Gobierno porque nos exprime y no hace más que malgastar nuestro dinero. Sería terrible concretar que a nadie le interesa la dramaturgia nuestra.
Estuve tentado a llamar a los dramaturgos que conozco para convocarlos a que invadiéramos aquél espacio, aquel intercambio y reclamarlo como nuestro. Al fin y al cabo, si se habla del rol del dramaturgo en la sociedad puertorriqueña, me parece que hay mucha tela por donde cortar. Pero después lo pensé mejor y desistí. “Allí estará el que quiera estar”, me dije, “no vayan a pensar que yo le estoy haciendo las relaciones públicas al ICP, que es el que tenía que encargarse de hacer las invitaciones de rigor”.
En fin, a lo que iba, Jorge Rigau mencionó tres puntos que me volaron la cabeza. El primero tiene que ver con la pobreza del lenguaje, que hasta qué punto el que se tenga que bajar el vocabulario para que nuestros interlocutores nos entiendan no ha provocado que contribuyamos, sin quererlo, al empobrecimiento del lenguaje. Toma como ejemplo a nuestros autores clásicos y como éstos tenían un dominio de la palabra y lo manifestaban en sus obras. El pensar en esto me da escalofríos, ya que con darle un vistazo a la educación (bajo el promedio) de los puertorriqueños, con la baja escolaridad en un sector importante, nos convierte en analfabetos funcionales, es decir, que se cuenta con las destrezas para leer pero que no se lee muy poco. Con mencionar que los periodistas tienen que escribir como si los lectores fueran estudiantes de sexto grado. ¡Con razón esta País está tan jodido!
El segundo planteamiento de Rigau giró en torno a los actores, en sus bajos sueldos, en que tenían que salir corriendo a ensayar otra obra para poder cubrir el mes, en su poca preparación. Y tiene toda la razón, una vez graduados del Departamento de Drama –parto del supuesto que la mayoría somos egresados- no hay educación continua. A menos que se emigre, y los que lo hacen, en su mayoría, no regresa. La única evolución la hace el oficio mismo, pero no hay educación formal en ninguna de nuestras áreas artísticas y técnicas. Eso hace que se dependa del talento solamente. Y esto siempre presupone una limitación.
El tercer planteamiento fue acerca de la pobreza visual, es decir, que no había diferencia entre una escenografía que se construye para una obra escolar y una que se construye, digamos, para una obra en el Centro de Bellas Artes. Que se ha perdido eso. Que lo visual es parte integral de esa experiencia artística que provee una exposición a una obra de teatro.
Yo le mencioné -como éramos tan pocos en el lugar, me atreví a comentar- que en Cádiz había visto obras con unas escenografías impresionantes, con visuales igualmente impactantes pero con un texto deficiente y que por otro lado también había visto obras con escasa escenografía pero con un textos extraordinarios.
Él aprovechó para aclarar que no se refería a escenografías deslumbrantes y costosas sino que fuesen conceptuales, que le añadieran otra experiencia estética a la puesta en escena. Concurro con él, no se trata de hacer escenografías despampanantes, para eso está Broadway, sino que se tiene que recurrir al ingenio.
La Mesa redonda fue una gran experiencia y que lamentablemente se perdió mucha gente. Creo que los dramaturgos, como colectivo, deberíamos tener más presencia, o por lo menos, reunirnos de cuando en cuando para hacer un intercambio de ideas, para la reflexión, aunque fuera de manera informal. Entiendo que el País lo necesita.
Si uno hace una revisión superficial de la historia del teatro puertorriqueño, es fácil constatar que los que determinaban cual era el teatro que se tenía que representar en aquella época de oro, eran los dramaturgos… nadie más.


Free Web Site Counter