04/13/2008

No trata ni del mar ni del sol

Por Pedro Rodiz

Vi la obra Marisol del dramaturgo puertorriqueño José Rivera, que está radicado en Nueva York y que estuvo presente en la función. Llegué allí motivado por dos razones: actuaba en el papel de Marisol María Josefina Gómez, una estudiante de drama a la que le di clase en Escuela Superior, y porque en el proyecto estaba de dramaturgista Rosalina Perales, a la que le tengo un gran cariño. Fue un proyecto creado por el curso de Producción Teatral Bilingüe de los Departamentos de Drama e Inglés.
Las funciones se alternaban: un día en español y la otra en inglés. Estar allí fue una experiencia muy interesante. La escenografía era del maestro Checo Cuevas. Unas telas de gasa, pintadas de tal manera que parecía edificios, unidos a plataformas y una escalera metálica, de esas que se usan en casos de emergencia. Daba la sensación de estar en Nueva York. Como siempre, Checo hace más con menos.
La puesta en escena fue un poco extraña –bien cuidada, no me malinterpreten. Un trabajo importante-. No son de esas obras en la que uno pueda decir: me gustó… no me gustó. La obra está diseñada para sacarnos de la comodidad en que vivimos. Fue un constante bombardeo de imágenes, imágenes fuertes, crueles y grotescas. Una pieza apocalíptica.
De hecho, Freddy Acevedo, que la vio conmigo, me comentó que es posible que en inglés la obra funcionara de otra forma, ya que se podría notar más lo marcado de los acentos en inglés y porque era una obra evidentemente de la Gran Manzana y el lenguaje es fundamental.
La obra presentaba esa situación urbana, muy de Nueva York, pero no la cara bonita de Manhattan sino la otra, la que nadie habla, la que viven a diario los miles, o millones, de extranjeros y latinos que tratan de vivir la falacia del “sueño americano”. Y como esa cuidad metálica se los traga a todos.
Es interesante porque la obra mostraba una estética muy distinta a la que estamos acostumbrados en Puerto Rico. Aquí vemos la vida de otra forma. Quizás porque aquí la cuidad nos vomita, es un desparramamiento urbano, versus que allá, la cuidad se traga a la gente. Es la desolación total. El fin de la esperanza. Fue un trabajo importante y serio. Disfruté mucho de la experiencia.
En cuanto al significado de la palabra dramaturgista, que es un punto intermedio entre la dramaturgia y la dirección teatral, sin ser ninguno de los dos, – y que confieso que la primera vez que me topé con ese oficio fue en Cádiz- y que en la Isla ese es un concepto un concepto que nos es ajeno. Rosalina Perales hace unas notas en el programa de mano que me parece indispensable transcribirlas porque explican su función.
“El oficio del dramaturgista se añadió a las labores teatrales desde hace unos sesenta años, pero no se puso de moda en nuestro hemisferio hasta hace unos veinte cuando Patrice Pavis lo definió en su Diccionario de teatro. Se trata de un asesor teatral. Un conocedor del teatro en el aspecto teórico o práctico que observa el trabajo de producción y ofrece recomendaciones. Trabaja muy de cerca con el director y se le paga como a otros miembros de la producción. Sus orígenes están en los trabajos del alemán Lessing (Gotthold). Luego pasó a inglaterra y de ahí a E.U. Hoy día se considera una nueva labor teatral. Entre sus funciones están la de elegir el repertorio, la investigación y documentación sobre el texto, el análisis profundo del texto y los códigos de su puesta en escena. Debe poder contestar cualquier pregunta sobre el texto en cuestión. En Broadway se utilizan siempre y se les conoce como “Broadway Doctors”. En última instancia es una persona de teatro “integral”. Su presencia es común en Cuba, México (donde he realizado esta labor en varias ocasiones), Argentina y Europa. Hasta donde sé, nosotros no lo tenemos. ¿No será hora de empezar?”
Interesante, ¿no? Siempre se aprende algo nuevo.


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