07/16/2008

Crónica de una licencia vencida

Por Pedro Rodiz

Debido al mucho trabajo que tuve con la producción de El libro mágico, no me había percatado de que mi licencia de conducir se me había vencido. Así que como ciudadano responsable decidí renovarla un día después de mi natalicio. ¡No lo iba a hacer el mismo día de mi cumpleaños!
Para mi sorpresa, y para el País completo, decidieron implantar un nuevo sistema - -para que las licencias nuestras no parecieran un carnet otorgado por Mickey Mouse- sin ningún tipo de aviso previo a la ciudadanía. Así que se formó el revolú ya que ni los mismos empleados del Departamento de Transportación tenían muy claro lo que se tenía que hacer.
Entre las modalidades, hay que llevar el Certificado de Nacimiento o en su lugar, el pasaporte, la tarjeta de Seguro Social, un recibo de agua o de luz para corroborar tu dirección física, más llenar el famoso formulario con las arcaicas fotos 2 x 2.
Como no sé dónde se encuentra mi tarjeta de Seguro Social, para no perder mi día en esa gestión, averigüé que hay una oficina regional en Guaynabo. Está ubicada en el edificio de Triple S –eso por si hay alguno que como yo perdió la tarjeta – Me dirigí hacia el destino federal. El guardia del vestíbulo me advirtió: “Eso está lleno. Mira a ver lo que haces”. Efectivamente, estaba empaquetado. Así que me disponía a irme cuando me informaron que podía sacar una certificación, allí mismo, que indicaba que efectivamente, mi número era mi número. Esa gestión tomó como cinco minutos. Pero mi dijo la empleada federal: “Como quiera tienes que sacar la tarjeta” “Sí –le deje- vengo otro día”. Allí no me iba a quedar.
Una semana después, el lunes pasado para ser más exacto, me dirigí a CESCO, que es la oficina donde se gestionan las renovaciones de las nuevas tarjetas, en Carolina. Es el único sitio en Puerto Rico que se sacan las nuevas licencias digitales, bueno, de impresión digital quiero decir.
Hice una fila larguísima en información, para que te den eso mismo, información. Mientras esperaba, le pregunté a un individuo que estaba frente a mi en la fila si todavía se tenía que llenar el consabido formulario y o si eso había pasado a la historia. Para mi sorpresa, todavía el dichoso formulario está vigente. Me dijo: “Sí, allí afuera te llenan el papel. Yo pagué $75 porque ahora te cobran un cargo por mantener la oficina. No sé si los de afuera cobran más barato”. Así que, como no quería que me dieran la clavada que le dieron a él, me fui afuera, a donde están los individuos éstos señalándote el lugar. Entré. Llené el formulario, me tomaron la fotito 2 x 2. Me senté. Llené el formulario. Pienso: ¿Por qué hay que tomarse estas fotos si ahora existen cámaras digitales, esto se puede hacer inmediatamente y queda archivada en los récords de la agencia? Es más, por qué hay que hacer esta farsa del examen médico cuando todo el mundo sabe que se lo hace una persona que no está ejerciendo, que no cura a nadie.” Entré al cuarto para que la señora, digo, doctora, me hiciera el examen médico. Detrás de ella estaba el cartelito del examen de la vista, se acuerdan, aquél que tiene diferentes letras y que va de mayor a menor tamaño, pues quedé muy cerca. Ella me indicó: “léase la línea número ocho” Sentí hasta la tentación de taparme un ojo como se hacía en la escuela elemental. Turbado aún por la cercanía del cartelito y por lo absurdo del chequeo visual, le leí la línea número ocho. “También le puedo leer la última que la veo clarito”. Y procedí a leérsela. A ella no le dio gracia mi sarcasmo. “Tiene algún problema cardiaco”. “No.” Tras un breve silencio para que escribiera le dije: “Ni quiero”.
Como no había pasado un mes de habérseme vencido la licencia, pues solamente pagué $10 dólares de sellos, más las fotos y el exhaustivo examen médico, todo por 35 pesos. Volví a acordarme de la clavada que le dieron al otro tipo.
Volví a CESCO. Estaba claro que no quería hacer toda esa fila, pero sí tenía mis dudas, como por ejemplo, si tenía que hacer la fila en información para averiguar sobre las multas o si en información me decían. También quería averiguar que se hacía en caso de que la factura de la luz o la del agua estuviese a nombre de otra persona.
Estaba más lleno todavía que cuando había hecho la fila anterior. Di vueltas, y no supe a quién preguntar. Salí resignado, volvería a intentarlo al otro día. Varias personas, como buitres, al ver la cara de pastel que uno pone cuando sale de ese barrunto preguntaron si necesitaba médico o abogado. Les hice una señal con la mano de que no necesitaba nada. Una mujer, que tenía el sello del lugar, me preguntó si necesitaba ayuda. Le hice las preguntas de rigor y me dijo que en información me decían lo de las multas y que con una carta de la persona a la que le llegan las facturas indicando que uno vive allí, es más que suficiente.
Al otro día, me llevé un libreto y me propuse que no me iría del lugar hasta que consiguiera la licencia. Hice la fila a las nueve de la mañana. Había menos gente que el día anterior, como diez menos, y leí el libreto en la fila de información como por una hora. Cuando llegué al frente, ¿adivinen qué? Los dos empleados se fueron de “break” a la misma vez. Sólo había una persona atendiendo pero lo hacía para las personas mayores de 60 años, mujeres embarazadas o con algún impedimento físico. Eso me pareció correcto. Esperé 25 minutos en lo que los empleadillos regresaron de su “coffee break”. Me indicó el empleado que tenía una multa de $60, que ni me acordaba ya que era del 2004. “Ve allá atrás, a la sección de Multas Administrativas a ver si te la borran. Si no, vas afuera, sacas un affidávit y te la borran”. Toma el número”. Hice el número 28, de la segunda ronda. Voy a multas administrativas. “¿Tiene la declaración jurada?”. “No. Vengo para ver qué debo hacer, si la pago o qué.” “Ve y saca la declaración jurada y se te borra la multa”. Salí. Los carroñeros, que huelen la miseria humana desde lejos, me abordaron: “¿Necesita declaración jurada?”. “Eso es así”. “Venga conmigo” “¿Cuánto me va a salir? –pensé de inmediato en el tipo que le habían dado la clavada el día anterior, no quería exponerme a eso”. “Son veinticinco” “Cinco más que lo usual – pensé- además la multa eran $60, salgo ganando”. Les voy a explicar la razón de esto. Al parecer los guardias se volvieron locos dando “tickets” para poder costear sus cosas y parece que la ley no estaba muy clara y fueron expedidos de forma ilegal. Así que si los boletos se emitieron entre unos años, no los tengo claro cuales, y como mi multa estaba entre esos años, pues con un affidávit quedaba resuelto.
Me hicieron la declaración jurada, pasé por el lugar donde se tomaban las fotos. Iban por el número 89 de la primera ronda. Llevé el papelito y me cancelaron la multa.
Todavía seguían por el 89. Espero, leo, espero, miro el número, vuelvo y espero, se desaloja un asiento, me siento, leo, miro el número, vuelvo y leo, me harté de lo anterior, salí a comerme algo y cuando volví iban por el 12 de la segunda ronda. Espero, leo, se desaloja otro asiento, me siento, miro, leo, me piden un bolígrafo, lo presto, vuelvo a leer, me devuelven el bolígrafo, miro y dejo de leer. Llegó un individuo. La que está sentada a mi lado, que lo conocía, le dijo: “¿Qué número hiciste?”. “El 16.” Y lo dijo con esta tranquilidad del que no tiene ni puta idea de por lo que va a pasar. “Sí, lo que pasa es que es el 16 de la otra ronda, tienes que esperar que lleguen a cero otra vez para que te llamen. Digo, te lo digo porque tienes nenas chiquitas.” Tuve que reíme al ver la cara de idiota que puso. Ese sitio estaba lleno a capacidad, y tres personas atendiendo. Una llamaba a los chamacos que sacaban la licencia por primera vez, otra para los ancianos y personas con impedimentos y la otra al público en general. Aunque usted no lo crea. Vi muchos viejitos, muchas mujeres con niños chiquitos en coches, o con una manada de niños. Parece que mucha gente se entusiasmó con la idea de sacar una nueva licencia, porque no puede ser que tantas personas se les hubiese vencido la licencia a la misma vez. ¡Ya había pasado una semana!
Llegan al número 26 de la segunda ronda. Dos números antes que el mío. Me paré para estar más cerca. Estaba ya ansioso. Me llaman, entregué los documentos, los “escanean”, me tomaron la fotito. “Pasa al otro salón a esperar que te llamen”.
Lleno a capacidad. Pero ahí no esperé mucho. Me la dieron. Entre la foto y la entrega no tomó ni 15 minutos. Y cuando salí, en mi mente exclamé lo mismo que dijo Tito Trinidad cuando le ganó a Oscar de la Hoya.


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