12/21/2007

La circuncisión

Por Pedro Rodiz

Hace como cinco años, me dio una crisis vocacional. Estaba harto, deprimido, como le quieran llamar. Simplemente estaba hastiado del teatro. Pensé que me había equivocado de carrera, que me dejé seducir por este arte, pero que muy bien pude haber elegido otra carrera y ser exitoso.
Para ese tiempo, estaba deseoso de ponerme a escribir literatura. Suelo leer mucha narrativa como un pasatiempo pasivo y de escapismo. Aunque ya escribía obras teatrales, esperaba probar suerte en otras disciplinas. Y ver cómo me iba.
Me metí en un taller de escritura de cuentos en la Universidad del Sagrado Corazón. Eso fue paralelo a la maestría. Con la maestría tuve que escribir muchos artículos de relaciones públicas, comunicados de prensa, noticias de todo tipo, en fin, nada que me llenara el alma. Así fue asistí a los talleres con la intención de empezar a escribir cuentos. Siempre he tenido abundancias de ideas, si me permiten la falta de modestia, sólo que no todas son aptas para subirlas al escenario.
Recuerdo que el primer cuento que escribí fue uno que titulé En la boca, y era uno bien fuerte –de contenido sexual fuerte, quiero decir- porque quería de entrada escribir lo más extremo que se me ocurriera. Era una historia sobre las personas que se dedican a ofrecer servicios sexuales en los baños de la UPR. E hice una descripción bastante gráfica y puerca de uno de esos supuestos encuentros.
La dinámica del taller consistía en que todos los demás talleristas leían el trabajo y daban opiniones y recomendaciones. Pero uno no podía defender su cuento, el cuento tenía que defenderse solo. Eso te da una perspectiva bien interesante de cómo la gente recibe el material que está en proceso.
Escribí varios intentos de cuentos, pero los que mejor me quedaban era los que escribía en primera persona, es decir: los monólogos. Escribí uno que titulé La circuncisión. Fue una idea muy divertida sobre este individuo, adulto, que decide hacérsela como una medida puramente estética y todo lo que le ocurre en el proceso. Yo pensé que me lo iban a masacrar por el material. Los talleristas eran personas que están muy ligadas a la literatura y que son muy buenos escritores. Para mi sorpresa, gustó mucho, sobretodo, les dio mucha gracia. Es evidente que me sentí muy alagado por las críticas.
Ese mismo cuento, le hice unos ajustes y lo convertí en monólogo de teatro. Pero me parece que funciona mejor como “Stand up Comedy”. Tiempo después, hubo un certamen de monólogos auspiciados por la Asociación de Puertorriqueña de Guionistas y Dramaturgos (APGD). Por cierto, ese fue el certamen en el que Roberto Ramos Perea fue parte del jurado y sin saber que era mío, ya que se sometía de forma anónima, dijo, y cito: “Este monólogo tiene que ser de Pedrito”. Cómo lo supo, jamás lo sabré. Hay que ser muy detallista y observador para separar el estilo de un escritor de otro.
Demás está decirles que perdí el certamen, pero en la lectura dramatizada fue el monólogo que más carcajadas produjo. Me llevé eso como premio de consolación.
Han pasado varios años y le hecho varios ajustes. Es posible que lo estrene próximamente. Y lo haré donde mejor funciona ese material: en una barra.
La circuncisión fue el último cuento que escribí para el taller de cuentos. Allí descubrí que debía volver a escribir teatro, que es lo que mejor me queda y lo que me da más satisfacción, a pesar de lo complicado que es hacer adelantar una trama simplemente con diálogos.
Ya superé la crisis vocacional. Estoy condenado a hacer teatro toda la vida -y ser pobre toda la vida también-. Este no es el tipo de teatro que me gustaría estar haciendo en este momento, me refiero al de hacer comedias en la barras, pero peor es quedarme en mi casa y no hacer nada. Y ante la falta de pan, galletas.


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