11/12/2007

Montaña rusa

Por Pedro Rodiz

Cuando regresé del FIT tuve que descansar. Algo pasó que estuve soñoliento estas dos semanas. No me dieron ganas ni de escribir, ni de salir, ni de hacer nada. Sólo de dormir. Quizás fue la intensidad con que se viven esas dos semanas. A lo mejor fue la cantidad de información privilegiada que se recibe de cantazo y sin procesar. No lo sé. Tampoco sé si a otros colegas también les pasó lo mismo. La sensación fue como si me hubiese trepado en una machina, de esas que le llamamos Montaña rusa. Todo es expectativa mientras se sube, luego viene la bajada que te saca el alma del cuerpo y luego la culminación, que es cuando todo acaba. Se necesitan unos minutos en lo que uno recobra el aliento y la compostura.
Ese fue mi caso, sólo que los minutos se volvieron días. Y no me malinterpreten, sigo fascinado con lo que viví, pero ahora estoy más tranquilo y puedo analizar las cosas en su justa perspectiva y sin apasionamientos.
Fui con el objetivo de ver lo que se hace en otros países de Latinoamérica y ubicar el teatro puertorriqueño dentro de esa corriente. Lo primero que noté fue la gran cantidad de propuestas que son realizadas por grupos o colectivos, gente que lleva mucho tiempo junta y que experimentan con tiempo suficiente.
Ya aquí hay una diferencia. En la Isla la forma de hacer teatro no es por medio de grupos sino a través de productores que contratan todo el personal tanto artístico como técnico.
Actualmente está funcionando un grupo de nombre Y no había luz. El de más prestigio y presencia en los últimos años lo fue Agua, sol y sereno –que por cierto fue a Cádiz en el 1998 con la obra Una de cal y una de arena, teniendo una buena acogida- pero que últimamente no he escuchado nada de ellos. ¿Alguien sabe?
Si existen otros grupos, lo desconozco. Quizás el de Teatro del 98, pero tampoco he escuchado nada de ellos últimamente. Las ventajas de los colectivos es que por estar en sintonía pueden desarrollar su propia línea y estilo de trabajo. Esto les da versatilidad, unicidad y diversidad. (Perdonen esta y las otras cacofonías). Pero, a menos que puedan conseguir financiamiento, están condenados a desgastarse. Y el desgaste no es artístico, es más bien por el arroz y las habichuelas, literalmente.
Algunos de los grupos que participaron en Cádiz, utilizaban ese Festival de trampolín para visitar otros festivales, tanto en España como el resto de Europa. Y el dinero que adquieren les da para seguir trabajando en nuevas propuestas en sus respectivos países.
La alternativa de crear grupos no necesariamente funcionaría aquí. Tampoco es algo que haya que darle mucho destaque. No creo que ese sea nuestro problema principal.
Lo que sí extraño es que no haya una línea de trabajo definida, que como País, no estamos remando hacia una misma dirección. Siento que las nuevas propuestas están dormidas y que nuestra línea de trabajo está cada vez más distante de lo que se hace en otros países de América Latina. Eso no es ni bueno ni malo, es motivo de análisis solamente.
Al no haber grupos o colectivos funcionando, se depende en gran medida de los gustos particulares de los productores y de sus necesidades inmediatas. Quizás los que podrían crear la ruta a seguir sean los dramaturgos del patio pero también nos vemos limitados por el financiamiento. ¿O es que vamos a montar a fuerza de seguir pidiendo favores?
Nuestro público sigue abandonando las salas de teatro, algo que no sucede solamente aquí, si no que también está ocurriendo en otras partes del mundo. A las personas no les provoca tanto el teatro como antes. Y eso presupone que repensemos en las propuestas que realizamos. Pero eso conlleva tiempo y voluntad.
Una de las cosas que más me impresionó de los proyectos que presencié fue que todas esas obras tomaron mucho tiempo de gestación. Y el resultado y la calidad son evidentes. Pero eso implica que hay que hacer sacrificios. ¿Cuántos están dispuestos a hacerlo? Si aquí esto es un paño quitado y otro puesto. Esta estructura que hemos construido para hacer teatro no es fácil cambiarla, ya que mucha gente depende de ella para llevar el sustento a la casa. Se me ocurre que una alternativa puede ser visualizar un proyecto, de gran impacto, al año y a ese proyecto dedicarle tiempo, pensamiento y esfuerzo. Esto es aparte de lo que se hace comúnmente, en el diario vivir. Esto podría ser una buena alternativa para el Programa de Teatro y Danza, notificar con casi un año de anticipación que el proyecto ha sido seleccionado, con su presupuesto asegurado y que la aportación económica sea entregada con anticipación, para que así, tanto las compañías como los demás artistas involucrados, trabajen sin prisa las obras que eventualmente participarán y le darán prestigio a los dos más importantes de los Festivales de Teatro del País. Pero si el aviso llega uno o dos meses antes del eventual estreno, pues, hay que trabajar con prisa. Y con la prisa inevitablemente se descuida la calidad.
Así que no quiere sonar como un profeta apocalíptico, si no que quiero sentar las bases para, como escribió un colega en uno de los comentarios, encaminarnos hacia una “reestructuración de la política cultural”. Y yo no siento que nos dirijamos hacia ese norte, ni he escuchado nada al respecto. Quizás es que todavía tengo los oídos tapados por la presión de bajar de tan alto en la Montaña rusa.


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