01/01/2007

Mi pequeño saltimbanqui
Por Pedro Rodiz

El pasado 24 de diciembre me pidieron que mi pequeño saltimbanqui, que tiene tres meses de nacido, hiciera del niñito Jesús en una misa. Yo estaba emocionadísimo, no porque participara de una actividad religiosa, sigo molesto con la Iglesia Católica, sino porque tan chiquito y ya iba a tener su primera actuación. Le hablé toda la semana, le dije que cuando lo levantaran se riera, que iba a interpretar al Niño-Dios y que lo iba a hacer muy bien. Cuando concluyó la misa, la gente estaba encantada con él, que si qué tranquilito estaba, que si iba a ser cura, que si qué angelito. Claro que estaba tranquilo, si se quedó dormido. No me hizo caso. Bueno, ¿qué instrucciones puede seguir un niño a esa edad? Lo asombroso hubiese sido que me hiciera caso.
Cuando se trata de un hijo, sobretodo si es el hijo de un artista, uno alberga la esperanza de que salga un niño prodigio, que nos supere en todo, que llegue más lejos de lo que uno jamás soñó gracias a sus habilidades extraordinarias. Uno como padre, ¿tiene el derecho de imponerle la carrera? Es evidente que no, pero qué chévere sería si nos siguiera los pasos.
¿Uno debe cambiar las actividades artísticas-culturales por el simple hecho de que le nace un hijo? ¿Debe uno alterar los planes porque esa criatura necesita de todo nuestro cuidado? ¿Cómo armonizar el tiempo de ensayo-creación con el del tiempo-desarrollo del niño? ¿Qué es más importante, ser un artista o ser padre? ¿Tiene uno que abandonar los sueños para encaminar los sueños de los hijos? Pongamos por ejemplo el caso de una persona que le corresponda descubrir la cura del cáncer, ¿debe dejar de hacer lo que está haciendo por cuidar a su prole? ¿Y qué del legado que se le corresponde dejar a la humanidad?
Por otro lado, ¿qué sería de ese ser sin la intervención directa de los padres? ¿Qué clase de artista sería, si por tratar de seguir con el proceso de creación-experimentación teatral, abandonara al mayor milagro de la naturaleza?
Con mi pequeño saltimbanqui me pasó algo bien curioso, sentí que me realicé, que me completé como artista. Era la pieza que faltaba en el rompecabezas caótico de la vida. Se me hace difícil expresarlo con palabras, es como si todo lo que uno hace, de repente, tuviera otro significado. Es otra forma de enfrentar a la vida, enfrentar al arte, de enfrentar la creación.
Los que tienen hijos saben, y lo digo conciente de que puede sonar clichoso, que uno sería capaz de abandonarlo todo, de enfrentarse a lo que sea, con tal de proteger y de echar hacia adelante a ese ser tan frágil. Él tendrá que encontrar su ruta, uno sólo es la brújula, el mapa, para que pueda descubrirla.
Lo que sí está claro es que no importa lo que él decida hacer con su vida, tiene que participar activamente de la mía. Tan pronto pueda, le treparé en unos zancos. Su preparación académica y educativa tiene que tener una base humanística. Tiene que saber de música, teatro, pintura, escultura, idiomas, canto, baile, literatura, escritura, en fin, todo lo que un actor-artista necesita. Si después de eso decide estudiar otra cosa opuesto a esto, pues, que así sea.
Por lo pronto, me estoy adaptando a él y él a mí. ¿Qué le deparará la vida? Juntos lo descubriremos.


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