01/09/2007

La ausencia de estudios
Por Pedro Rodiz

Fui a la Librería La Tertulia en Río Piedras y me compré el libro El cuerpo poético de Jacques Lecoq. Me salió en casi treinta dólares. Los libros sobre teatro, además de ser escasos en el País, ya sean en español o en inglés, son bien caros. En inventario –y eso es común en todas la librerías- abundan los libros sobre las obras de William Shakespeare, de Federico García Lorca, de René Marqués, de Luis Rafael Sánchez, de Lope de Vega entre otros textos hartos conocidos. La mayoría de ellos, o ya los tengo o los he leído. No me hacen falta dos versiones de Hamlet. Pero son casi un artículo de colección los que tratan sobre la teoría teatral.
El libro en cuestión explica la trayectoria del maestro-mimo. Es casi una autobiografía o más bien la ruta de sus métodos, de sus estudios, de sus descubrimientos y de sus experimentos con el cuerpo.
Su primer contacto con el movimiento vino a través de la gimnasia. Así que su brinco al teatro fue orgánico. Fue amigo de Antonin Artaud y de Jacques Copeau. En síntesis, viajó a Alemania, luego residió en Italia donde se unió a Giorgio Strehler y Paolo Grassi para crear la Escuela del Piccolo, una de las más importantes del mundo. Tuvo una gran influencia del Teatro Griego porque estuvo dirigiendo, o mejor dicho, experimentando con los movimientos del coro. Experimentó con la Comedia del Arte e hizo varios proyectos en la Escuela de Bellas Artes de Milán junto a Darío Fo. Luego regresa a París y funda su propia Escuela con un grupo pequeño y se dedicó a la experimentación. En la segunda parte del libro explica los ejercicios y la disciplina que ejercía en su escuela. No daré más detalles por si alguien se interesa en leerlo.
Lo que me llamó la atención de su trabajo es que experimentaba más de lo que representaba. Para él, es más importante el descubrir, el explorar, que el acto de llevarlo a escena. Hay una identificación de parte de los discípulos con la Escuela, ya que ellos continúan con sus hallazgos y sus tendencias. Es fascinante.
Inevitablemente lo comparé con el tipo de teatro que se hace aquí. Para uno ser actor, por ejemplo, o estudia en el Departamento de Drama o se forma a pulmón en el escenario. Pero luego de que uno se gradúa, que sigue con la trayectoria, con la carrera y con el oficio, no existe una educación superior o talleres de capacitación que obliguen al actor a mantenerse al tanto de las nuevas corrientes, o en el mejor de los casos, implantar una nueva corriente. No existe nada.
Le corresponde a cada cual encontrar o implantar su ruta. Y es como dar palos a ciegas. ¿Cuándo acaba la preparación de un actor? Nunca. Entonces, si la preparación nunca acaba, ¿de que se nutren nuestros actores, directores y dramaturgos? Muchos, los que no tenemos los medios económicos para estudiar en el extranjero, hemos tenido que recurrir a ser autodidactas. Experimentar en escena lo que nos atormenta internamente. No hay método. Por eso nos volvemos productores, a la trágala, para poder expresarnos. Hay que convertirse en comerciante para poder ser artista. Irónico, ¿no?
A esto se le suma que los proyectos que vienen de afuera son escasos, por no decir nulo. Los libros que nos llegan, si llegan, es por cuenta gotas y ediciones viejas.
Si no hay influencias y cada cual hala para su lado, hacia qué dirección va el teatro puertorriqueño. ¿Qué nos diferencia del resto del mundo? ¿Qué nos hace únicos? ¿Es único y original lo que se hace aquí? ¿Cómo nos insertaremos en las corrientes mundiales? ¿Qué haremos para resolver nuestro problema de formación artístico-teatral? ¿Cuál es nuestro proyecto de Teatro Puertorriqueño que tanto reclamaba Emilio S. Belaval allá para finales de los años treinta?
Por lo pronto, seguiré leyendo de lo poquito que nos llega.


Free Web Site Counter