04/06/2010

Autoexilio
Por Pedro Rodiz

Decidí autoexiliarme. Que no es lo mismo que autoexitarme aunque ambas requieran la misma motivación escapista. Nada, era cuestión de irme dos semanas a Filadelfia, a casa de mi hermano mayor. Desde septiembre pasado, cuando dirigí Salomé de Oscar Wilde,- que fue un proyecto que pudo haber sido espectacular y no cuajó- el teatro dejó de interesarme: perdí la motivación. Ya había sentido la sensación desmoralizante. Desde hacía meses no escribía nada, pero nada de nada. Traté de obligarme a escribir algo, cualquier cosa, pero no funcionó. Me la pasé leyendo novelas y cuentos. Algunos requeridos por los estudios y otros por placer. Pero no leí nada de teatro. Hasta dejé de ver teatro. En todo ese tiempo vi dos obras: El inventor, estupendamente actuada por Paco Capó y escrita por Miguel Diffoot, el artista más completo que he conocido. También vi Bibliotecausto, en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico y de esta obra no haré ningún comentario. En esa puesta me encontré a un amigo muy querido y que es un excelente escritor: Karman Barsy. Fue un gusto volver a verlo. Estaba de paso ya que esta residiendo en Barcelona.
En la escuela suspendí la obra que estaba montando. Pensé que todo sería algo pasajero, pero cada vez me seducía más la posibilidad de dejar esta profesión para siempre. Hasta consideré cerrar este blog y disolver la compañía de teatro ADN-R.
Pero no me desesperé. Decidí ver lo que la vida me deparaba, y si tenía que dedicarme a otra cosa, empezar de nuevo, pues, que así fuera. No sería la primera vez que comienzo algo nuevo de la nada. Ahí fue que entendí que necesitaba estímulos nuevos y que ninguno de esos estímulos debía ser teatrales.
Acá en Filadelfia he tenido la oportunidad de ir a los museos. Me encantan los museos, sobre todo los que son de arte moderno y/o contemporáneo. Ver lo que otros artistas, en otras partes del mundo, están creando y ponerme en contexto. Hasta fui al Museo de arte moderno en Nueva York, que es un museo sencillamente espectacular.
Allí tienen expuesto uno de mis cuadros favoritos: La noche estrellada de Vincent Van Gogh. Fue una sorpresa bien agradable encontrármelo allí. La idea de ese cuadro la usé para una escenografía cuando monté en el patio interior de la cede del Instituto de Cultura Puertorriqueña: Ligazón y La rosa de papel de Ramón del Valle Inclán. Se pintó el piso con la imagen del cuadro y se veía brutal. Pero lo que más me regocijó del museo no fue ese cuadro, sino dos fotografías. Las mismas las tomó nuestro Jack Delano, no de Puerto Rico, sino de otros lugares de Estados Unidos. Allí le hice el cuento a mi hermano, -que es el que me alcahuetea en todos estos caprichos de ver museos pero que a él en su carácter personal no le interesan- de ese gran fotógrafo que llegó para quedarse y para aportar grandemente a nuestro país junto a su esposa.
En el último piso de ese museo –son cinco pisos- había una presentación de un performance, bueno, de varios para ser más exacto. Los mismos estaban a cargo de Marina Abranovic. Nació en Belgrado en el 1946 y es hijas de guerrilleros yugoslavos. Ella se ha dedicado a ir a todas las capitales del mundo haciendo un tipo de performance que es atrevido y trasgresor. Como lo son todos los performance. Uno nunca espera a los performeros. De pronto llegan, presentan y su intención es hacer cambiar la conciencia de los presentes. Son como granadas, que te explotan en la cara sin que lo esperes. Allí habían documentado varios de sus trabajos, además de que se estaban presentando otros al momento. Una mujer estaba desnuda, sentada en una especie de sillín de bicicleta que a su vez estaba empotrado en la pared. Las piernas descansaban en tubos, que también estaban incrustados en la pared, ante una luz poderosa. Hacía varios movimientos lentos, en pose. En otra de las salas había otra performera, también desnuda, con un esqueleto humano encima. En una tercera sala estaba una pareja desnuda en el marco de una puerta y la idea era que la gente pasara por entre medio de ellos. Bien interesante, aunque raro. Los desnudos no eran eróticos ni mucho menos pornográficos. Pero se sentía raro. Vi una representación teatral sin proponérmelo.
No vi ningún musical, que aparte de ser muy caros, no me gustan. Visité el Guggenheim –tiene una arquitectura brutal, es un edificio en espiral y las exposiciones las vas viendo según vas subiendo las rampas-; el Metropolitano –que tiene una colección de máscaras de Oceanía que son algo realmente impresionante-; el Moma –del que ya comenté-; y el Internacional Center of Photography –que tenía la colección de Miraslov Tichy, un fotógrafo para pelos. Todos estos están ubicados en Nueva York. También revisité el Museo de Arte de Filadelfia que tienen una muestra de un templo Hindú y otra de un templo de la China, que son una maravilla. En fin, tengo una sobredosis de imágenes, de sensaciones, de texturas, pero sobre todo de muchas y buenas ideas.
Así que puedo decir con mucho orgullo que el autoexiliarme funcionó para autoexitarme. Esa pendejada de que no podía escribir quedo atrás. Ahora más que nunca quiero hacer teatro. No me imagino ejerciendo otra profesión. Que viva el teatro.


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