03/01/2008

Ausencias a los ensayos

Por Pedro Rodiz

No hay cosa que me moleste más que llegar a un ensayo y que no estén todos los actores. Es una pérdida de tiempo. Entiendo que los actores tengan que estar en varias producciones a la vez porque tienen que comer, que los ensayos no se pagan, etc. Entonces, ¿para qué se hace un itinerario de ensayos si no se va a respetar?
Si un actor o actriz falta, ¿qué se hace? Ya se jodió el ensayo. Bueno, se pueden ensayar escenas pero ya se perdió el ánimo, nadie va a dar el máximo. Se rellena como pueda.
Las ausencias son un problema muy difícil de arreglar. Siempre ocurren inconvenientes que hacen que los actores o actrices falten a determinado número de ensayos. ¿Y qué se va a hacer? ¿Botarlos? A veces se hace eso, pero como se ensaya tan poco, el remedio resulta peor que la enfermedad porque hay que buscar un reemplazo a la ligera, -lo que desestabiliza todos los logros- y lo más probable ese nuevo actor/actriz tenga problemas para estar en los ensayos previamente acordados con el resto del elenco. Así que se hace buche y se ensaya como pueda.
Siempre me pareció curioso lo que hacía un productor amigo mío, -que por cierto, hace tiempo que no produce- que en el contrato establecía que se descontaría $10 del sueldo por cada ausencia. La premisa partía de que si se es profesional, pues lo mejor es atacarlo por donde más le duele, por el sueldo. El problema con eso es que es tan poco lo que se paga o se cobra, que a la larga se termina pasando por alto esta cláusula.
Al momento de las ausencias, la tendencia natural del director es desahogarse al instante. Pero como me dijo un colega una vez: “no nos des el bateo a nosotros porque nosotros vinimos al ensayo. Dáselo a los que faltaron cuando vengan.” Desde ese entonces no digo nada, me trago la rabia como puedo, trato de hacer un ensayo relativamente normal y rogar que para la próxima vez, todos estén.
Una vez boté a uno. Faltaban unos días para el estreno y este actor me había faltado varias veces. Así que le dije al elenco que yo lo iba a sustituir. Casi al final del ensayo, erré un parlamento, y desde el otro extremo del teatro, alguien me tiró la línea. Era el actor que había botado. En ese instante tenía dos opciones: o lo restituía lo que significaría que perdería autoridad y credibilidad ante los demás actores o me mantenía en la postura. Me mantuve. Iba a enviar un mal mensaje a los otros actores: el de que se podía faltar cuando les diera la gana porque yo no tendría los cojones para despedirlos. Claro, tuve que memorizar un montón en poco tiempo, pero no me arrepiento de la decisión.
Algunos actores y actrices tienen la decencia y el profesionalismo de avisar con tiempo que no asistirán para que se pueda hacer algún arreglo y hasta dan alternativas de ensayos especiales. Pero hay otros que simplemente faltan, desconectan sus celulares y al otro día llegan con sus caras frescas sin excusarse ni nada. Y si uno sugiere la posibilidad de añadir más ensayos son los primero ponen el grito en el cielo, argumentando que no pueden. Y la obra se hace con las patas.
Aparte de hacer teatro, tengo un trabajo fijo. Cumplo con un horario. En diez años que llevo allí trabajando, si he faltado 20 veces, es mucho. Son muchas las veces que me he ganado el bono de asistencia. La vez que más he faltado fue cuando el pequeño saltimbanqui se me enfermó. Y aún así, iba de vez en cuando para cumplir con mi obligación. Las otras veces que me he ausentado han sido por estar enfermo y créanme, se me cae la cara de vergüenza tener que llamar para decir que no voy a asistir.
Un compromiso es un compromiso. Y para que respeten a uno como un profesional, hay que comportarse como un profesional.


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