06/27/2011

A Gerald Paul Marín
Por Pedro Rodiz

Recibí está nota en mi correo electrónico a finales de febrero.
“Leí un comentario suyo en la página del Teatro Puertorriqueño, donde indica que siempre le ha gustado el trabajo del gran Dramaturgo Gerard Paul Marín....gran amigo, como un padre...gran ser humano. Gerard falleció hace unos días... nos hará mucha falta. Soy una amiga de la familia...agradecida por todo lo que aprendí de él y su esposa. Nos queda poca gente de ese calibre en esta isla”.
Me quedé frío. Desconcertado, traté procesar la noticia. Por un momento lo que me vino a la mente fue el que cómo era posible que yo no lo supiera. Probablemente la noticia había salido, y yo por despistado, no la hubiera leído. Me comuniqué con Freddy Acevedo para ver si él sabía algo. Efectivamente, que esa mañana había salido una nota discreta de que había fallecido pero que la familia lo había mantenido en silencio.
A Gerald le tocó vivir la época de oro de los grandes dramaturgos puertorriqueños. Siempre he tenido la sensación que por eso mismo, su trabajo quedó un poco opacado por el brillo del trabajo de los otros.
Un día, hace muchos años ya, cuando tomé el curso de Comedia del Arte que impartía Gilda Navarra. Mientras escribía en unas tarjetas parte de la historia de los mimo-dramas, realicé un acto, que a mi juicio, fue fundamental para el entendimiento de la profesión. Y es que en ese instante realicé que somos los herederos directos de esa gran tradición teatral que esa línea histórica invisible llegaba hasta donde yo estaba y que uno debía continuar esa gesta y ampliar el legado para las generaciones futuras. Con Gerald me pasó algo similar. Cuando leí sus obras, sentí que de todos los grandiosos dramaturgos que ha dado esta tierra, era con él con quién sentía mayor afinidad. Que su trabajo, que su línea de pensamiento y estética era la que debía seguir de inspiración.
Días después de su fallecimiento, comencé a impartir, por primera vez, un taller de dramaturgia. Y antes que todo lo que hice fue reconocer la importancia de Gerald Paul Marín y dedicarle esa experiencia que estaba por iniciar. Esa fue mi manera de honrarlo.
En momentos como éste, en el que perdemos unos de los grandes, es que la división de publicación del Instituto de Cultura Puertorriqueña debería recopilar todas sus obras, las estrenadas y las que se quedaron engavetadas –todos tenemos obras sin estrenar ya sea porque no hubo presupuesto, o porque no era el momento o porque simplemente perdieron vigencia- y publicarlas. Así se hace patria porque se perpetúa el legado de este gran dramaturgo y se evita que quede en el terrible olvido.



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