06/18/2009

Mundos nuevos
Por Pedro Rodiz

En meses anteriores pasé por una situación extrema. Quisiera poder decir que fue agradable. Al principio quizás, pero después se convirtió en toda una pesadilla. Hasta dejé de escribir. No es hasta hace poco que volví a redactar en este espacio con más regularidad. Lo bueno, me parece que es lo único bueno que le saqué, fue que me dio la oportunidad de explorar nuevos rumbos en la escritura. En ese proceso escribí, entre otras cosas, un corto metraje. Se titula El conejito rosado. Y hay posibilidades de que me lo filmen. Hice un intento de poesía titulado Hilos, publicado aquí, y ahora estoy matriculado en un curso de Taller de Novela Corta en el Sagrado Corazón. Son todos los jueves. Allí nadie me conoce, -lo cual es estupendo- excepto el profesor. El curso lo imparte el escritor Emilio del Carril. Y estoy en el proceso de escribir mi primera novela corta. Eso me tiene entusiasmado. De la trama les diré, por ahora, que es una historia graciosa. Así que estoy en la onda de Juan Antonio Ramos, que escribe novelas para uno mearse de la risa.
Como parte del taller, el profesor nos mandó a hacer un ejercicio en primera persona: un monólogo interno. A cada uno de los participantes le dio una situación distinta. La situación que me tocó fue sobre este individuo que se había hecho la operación de cambio de sexo y que viajó a Nueva York. Teníamos cinco minutos para desarrollar la idea. Así que este micro monólogo que presento a continuación fue el que escribí. Luego de escucharlo, me exhortó a que lo terminara de escribir, y que le incluyera todo tipo de prejuicios. A lo mejor lo haga. Y termine presentándolo en alguna barra como hice con la obra Complejo de Edipo que está presentándose todos los miércoles en Escenario del Viejo San Juan.

Luisa:
Estoy regia. ¡Mira estas tetas! Y estas tacas que me resaltan las piernas. Tres meses con la dieta de la toronja y mira este cuerpo, que si me viera Jennifer Aniston, se muere de envidia. Espero que todos se pudran allá en esa isla de mierda. Estoy aquí en Manhatan. En esta ciudad nadie está pendiente de nada ni de nadie. No más relajos de aquel cabrón que se la pasaban gritándome: “Mira canto’e pato. Maricón”. Sí, y mientras me decía esto, me miraba el culo. Ojalá la puta aquella le pegue una sífilis o una gonorrea para que sepa lo que es bueno. Hace frío, pero ni pa’l carajo me pongo un abrigo para taparme este nuevo cuerpo, el verdadero. Lo voy a lucir aunque me muera de frío. Uy, estoy mareá. Estas hormonas me dan náuseas; y este sangrado que no para. No debo quejarme. Así deben ser las menstruaciones.


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