Por
Antonio De Jesús Martell
(Sin la
ayuda de Google)
(Disculpen si a veces hablo de mí,
pero es el ser humano que tengo más cerca...)
Yo, Egón ¨Reflejos del alma¨ fue otra de las variadas propuestas
teatrales que ofrece el Festival Iberoamericano
de las Artes. Cuando me acerqué a la obra no conocía que se trataba de una
pieza de baile, danza contemporánea. Tengo que admitir que mi mayor
acercamiento a la danza fue una clase de danza-yoga que tomé varios años atrás.
La profesora nos motivaba a imaginar elementos de la naturaleza: agua, fuego,
viento y a traducirlos en movimientos. La experiencia
para mí era una de relajación y liberación. Ahora bien, como espectador pienso
que muchas veces soy injusto con la danza, mi sensibilidad no está educada para
degustarla conociendo todos los ingredientes que la conforman pero esto no
significa que no pueda percibir que algo hermoso ocurre en el esfuerzo físico del bailarín y los signos que me
comunica a través de las intensidades, los cambios de ritmo, los movimientos
sutiles, las pausas y así saborearla.
Por eso, aunque de primera intensión
algo en mí se resiste, como quien sabe que se predispone a escuchar un largo
sermón, me esfuerzo por disfrutar, atender y percibir la propuesta artística.
Es lo menos que puedo hacer, pues respeto el trabajo de los artístas como un
bien supremo de la vida igual que la salud o los alimentos.
Habiendo dicho esto, entré al
espacio. Un pequeño escenario estaba revestido de blanco en su totalidad. Un
joven vestido de negro sentado en el suelo sus manos torcidas, una de ellas
entrecruzaba la entrepiera, los dos pies suspendidos en el aire, solo se
sostiene con su coxis y gira como un reloj muy lentamente. Es inevitable que me
salten pensamientos interrogativos tratando de decodificar, de entender que
significa esta postura, esta posición, así se inicia un diálogo entre danzante
y espectador. (Luego me preguntaré si es posible hablar de una dramaturgia del
cuerpo en la que los movimientos nos narran una historia). Así miré la pieza como quien está frente a una obra de arte
abstracto. Le atribuí a la inmensidad y la blancura del espacio, la emoción de
soledad que tiene el personaje. Luego observé que había unas posturas que se
repetían a modo de acento como si el bailarín o danzante estuviera indicándome
que debía fijarme en ellas. Realizaba largas caminatas con su pelvis
pronunciada hacia delante y su torzo hacia atrás. El esfuerzo físico era
evidente y se percibía en sus movimientos una lucha. De pronto la inmovilidad
le ganó al personaje quien mostró como una espcie de escultura andrógena, de
suaves líneas, femeninas. Le prosiguió una secuencia de proyecciones en la que
su doble se reflejaba sobre la inmensidad de la tela blanca y con frenesí se
desarrolló una secuencia de movimientos en la que el dedo índice era protagonista,
un dedo índice que señalaba su sombra insitentemente. Su gesto era tenso
ansioso. Pensé en la acusación y los señalamientos de los que era objeto por
consecuencia sexualidad u homosexualidad. La fuerza del erotismo, de la pasión
y la rigidez del cuerpo durante la pieza lo mostraba tenso, como en si
estuviera en una pugna. La música era estridente, oscura, predominantemente de
un solo tono, angusitosa.
Un momento
que pudiera señalar como el punto culminante de la pieza y transición hacia el
final es en el que el personaje comineza a realizar una serie de melodías con
la respiración. Una especie de juego musical que le va otrogando un nuevo gesto
y nuevos movimientos, más livianos y graciles. La respiración es tan intensa
que termina colapsando. Una nueva proyección lo multiplica, se ve respirar al
bailarín pero no así a su doble proyectado. En esta ocasión se levantará un
nuevo "Egón" uno que celebra e incluso comparte su fisonomía con el
público y en un movimiento lento, paso a paso cruza la escena con sus brazos extendidos
mostrándose tal cual es, contrario a aquella imagen contenida del inicio, ahora
se muestra expasivo, libre, concluye la pieza con el bailarín lanzando un beso
a la inmensidad del espacio blanco que lo contiene, lo sostiene como si fuera
una estatua la luz va desapareciendo.
Así interpreté en el personaje un
recorrido de cambio y aceptación, una metamorfosis, el cambio es evidente en el
transcurso de la pieza. Admito que miré la pieza de manera racional tratando de
entender más que sentir un goce o disfrute por el simple moviemiento de las
líneas y la música.
Con ayuda de Google
Luego fui a Google y descubrí que
Egón... quizá Egón, es el pintor, Egón Schiele. Pienso me hace sentido lo que
leo sobre este pintor austriaco...
Tomado de Wikipedia:
Egón
Schiele: Su temática asume una altísima tensión emotiva en la sensualidad
que se vuelve obsesión erótica, junto al tema de la soledad angustiosa. Schiele
utiliza una línea cortante e incisiva para exprimir su propia realidad y para
mostrar impetuosamente la dramática destrucción física y moral del ser humano.
El color
adquiere un valor autónomo, no naturalístico, resultando particularmente eficaz
en sus muchas acuarelas y en sus diseños de alucinada tensión.
Al igual
que otros pintores austríacos de la época como, el espacio se convierte en una
suerte de vacío que representa la trágica dimensión existencial del hombre, en
continuo conflicto entre la vida y la muerte y sobre todo la incertidumbe.
Continúo mirando
alguna de sus pinturas en las que ahora veo calcos en las posturas del bailarín
o mejor dicho reinterpretación de las pinturas. El arte siempre se nutre de
experiencias previas y las modifica. Al igual que el arte estimula el sentir,
también lo hace con el conocimiento.